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El #12F en comparación con otras protestas en la historia reciente de Venezuela, por Javier Corrales

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Venezuela es un país que arde. Lo viene haciendo desde hace mucho tiempo.  Desde el año 1989, cuando estalló el célebre Caracazo, hemos visto un brote de protesta social en Venezuela al menos cada 4 a 8 años.

El último brote de protesta social ocurrió la semana pasada, el ya bautizado 12F, día en que se dieron una serie de manifestaciones estudiantiles en varias ciudades del país que terminaron en violencia, arrestos, agresiones y muy poca información.

Este brote tiene algunas semejanzas con los anteriores en Venezuela.  En ese aspecto, hay cierto continuismo o repetición en la política venezolana.  Pero, de muchas maneras, el 12F es algo nunca antes visto en la historia contemporánea de Venezuela.

Veámoslo caso por caso.

El 12F y El Caracazo. Al igual que El Caracazo de 1989, la protesta de los jóvenes estudiantes en Venezuela ocurre en un momento de máximo desgaste de una era política.  En 1989, el adequismo llegaba a su fin luego de un largo período de dominio.  Había un descalabro dentro del partido de gobierno y las finanzas del país estaban en quiebra, apenas con reservas para pagar únicamente un mes de importaciones.  El modelo adeco-populista no daba más. De igual modo, el 12F ocurre en el momento en el que el chavismo parece no dar más.  El agotamiento del chavismo-populismo es imposible de ocultar.  Con la inflación más alta del mundo y más del 20% de escasez, el agotamiento del modelo se ve todos los días en cualquier mercado de Venezuela.  Tal vez estamos hablando de la fecha que pasará a la historia como el fin de una era política en Venezuela y, a la vez, el fin de la aceptación ciega de un modelo.

La gran diferencia con respecto al contexto de El Caracazo tal vez sea que en 1989 el líder del país, Carlos Andrés Pérez, reconocía públicamente el agotamiento del modelo y anunciaba un cambio. Lo hizo en su famoso discurso de febrero cuando anunció “El Gran Viraje”.  Eso provocó el gran reventón, un estallido basado en años de contracción económica, precios reprimidos, escasez de productos y una pésima respuesta por parte de los políticos adecos.

Pero si bien El Caracazo fue un grito contra unas medidas que la gente no entendía pero que atemorizaban (liberalización económica, alza de impuestos y tarifas de servicios), el 12F no ha sido la reacción a un anuncio de cambios sino todo lo contrario: a un anuncio de continuismo.

La reacción inesperada de Maduro, luego de las elecciones municipales del 8 de diciembre, fue insistir en “profundizar” un modelo en crisis.  El modelo bolivariano-populista dejó de dar respuestas a los problemas principales del país.  Su única respuesta —la de taparlo todo con billetes— dejó de funcionar desde 2012.  Y su segunda gran idea —colocar a más chavistas al mando de las instituciones— resulta inaguantable en un país donde la oposición cuenta con tantos votos. El brote de protesta del 12F puede leerse como un síntoma del final de un modelo pero, a diferencia de El Caracazo, es una protesta contra la obstinación del oficialismo antes que contra la incertidumbre de lo que se avecina.

El 12F y el 4F. Visto superficialmente, en nada se parece el 12F al 4F del 1992, fecha en la que se alzó Hugo Chávez contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez y que marca el comienzo de una inestabilidad política que termina con la salida prematura de Pérez en 1993. La intentona de Chávez fue organizada en cuarteles militares, por un grupo secreto de oficiales (no civiles), con casi ningún aliado en la sociedad civil o internacional, con fines explícitamente golpistas, con una plataforma de gobierno claramente militaristas y con actos confesos de violencia organizada. Nada de esto se puede decir de los jóvenes del 12F, pese a lo que pretende decir el discurso oficial.

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La semejanza entre el 12F y el 4F es que, una vez llevados a cabo los eventos, la imagen de los estudiantes se alzó por los cielos, al igual que pasó con la de los actores del 4F.  La sociedad opositora, que en ambos períodos era enorme, se sintió altamente representada en los ideales y anhelos de cada uno de estos grupos alzados. Es decir: el 4F empezó muchísimo más aislado de la sociedad civil que el 12F, pero ambos terminaron ganándose a un público mucho más amplio del que tenían antes de que ocurrieran los hechos.  Y en el caso de los actores del 12F, además, el aumento de popularidad también fue a nivel internacional, a pesar de la postura pro-Maduro de países como Argentina y Bolivia. Ese reconocimiento internacional no lo tuvieron ni Chávez ni los comandantes de la intentona militar en su momento. Ni siquiera el de Fidel Castro, cuya reacción inicial fue la de criticar a los golpistas de 1992.

El 12F y el período 2001-2004. En cuanto al número de personas en las calles, las movilizaciones del 12F no se comparan con las marchas multitudinarias que abrumaron a Venezuela en el período comprendido entre 2001 y 2004.  En esta ocasión no hay una convocatoria tan masiva. Éste es tal vez el punto más débil de los contrastes del 12F.  Tener la simpatía de la gente es bueno, pero a la hora de la verdad se necesita engrosar el número de gente en las filas. Sin embargo, lo cierto es que los estudiantes han logrado algo que también se logró entre 2001 y 2004:  la sostenibilidad de las protestas, pese a los embates del gobierno.

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Los estudiantes irrumpieron como fuerza opositora (o propositora, como se autodenominan) en 2007.  Tuvieron un receso, pero irrumpen nuevamente en el momento en que Hugo Chávez desaparece de la escena política por razones de salud en diciembre de 2012.  Los jóvenes, como aquellos que protestaron de 2001 a 2003, no se han dejado vencer, no han sido cooptados por la maquinaria populista ni doblegados por las fuerzas de choque de los grupos oficialistas.

Existe otra semejanza que podría leerse como un problema: existe una percepción de que los estudiantes protestan por causas que son ambiguas. Por un lado, hacen reclamos por causas afines a las de la mayoría de los venezolanos, independientemente de la tendencia ideológica. Se han paseado desde haber exigido mayor información sobre la salud de Hugo Chávez hasta por que se explique con transparencia la sucesión política de Nicolás Maduro, pasando por mayor respeto por las casas de estudio y el salario de los profesores, mejores respuestas a la epidemia de criminalidad, fin del desabastecimiento en mercados, hospitales, clínicas y farmacias.

Si por #LaSalida se entiende buscar salida a la crisis económicas, los estudiantes tienen apoyo general.  Pero si por #LaSalida se entiende, igual que llegó a pensarse en los días del 11 de abril de 2002, como la salida del presidente por medios no constitucionales, el reclamo estudiantil pierde apoyo.  Urge nuevamente, por lo tanto, que los estudiantes resuelvan esa ambigüedad en su reclamo y que se vuelquen más por reclamos aglutinadores antes que por opciones que dividan.

Esto tal vez sea un problema que esté en las manos de la oposición política agrupada en la MUD y no en las manos de los estudiantes, pero no cabe duda que no resolver esta ambigüedad puede resultarles costoso. Tanto al movimiento estudiantil como a la oposición en general.

El 12F y el 2007. A pesar de que las dinámicas del movimiento estudiantil del 12F datan del 2007, hay cierta ruptura con la situación actual versus la del 2007.  Cuando los estudiantes dieron su primera batalla en 2007, contra el cierre de RCTV, lo hicieron en un mal año  en cuanto a probabilidades de éxito. El año 2007 fue tal vez uno de los años de mayor apogeo chavista: un apogeo político y económico nunca visto en Venezuela desde el primer gobierno adeco de la era del llamado Pacto Punto Fijo.

Políticamente, Hugo Chávez acababa de obtener su reelección en 2006 con una mayoría aplastante, esto luego de otras tres victorias igual de aplastantes: el revocatorio de 2004, las regionales de 2004 y las legislativas de 2005 con el agravante del retiro de las candidaturas de la oposición. Económicamente, Chávez se encontraba en el cuarto año de la bonanza económica más extraordinaria que ningún país de América Latina y ningún presidente de Venezuela ha disfrutado. Ante un presidente con estas armas políticas y económicas, los estudiantes tenían todas las de perder. Lograron llamar la atención contra las reformas constitucionales, pero se desgastaron en el intento de tanto nadar a contracorriente.

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Fotografías de Gregorio Marrero

En el 12F, los estudiantes resurgen en un momento muy distinto. El gobierno se encuentra desunido antes que embobecido detrás de su líder. No pueden hacer alarde de haber triunfado en elecciones de manera contundente: las de abril de 2013 fueron muy cercanas y cuestionadas y las de diciembre poco lucidas. Y peor aún: hoy el gobierno no tiene los recursos económicos para responder con un estímulo económico a las demandas de los económicamente desfavorecidos. El país está en una crisis económica inimaginables en un país petrolero y el Ejecutivo Nacional no tiene la imaginación política para dar respuestas, como en su momento la tuvo Chávez con la Misiones. En resumen: a diferencia del 2007, el gobierno está en medio de un desangramiento, debilitamiento y cuestionamiento.  Ésta es la gran ventaja política del 12F.

El 12F y el Gobierno. No obstante, los jóvenes estudiantiles corren un riesgo político: mientras mayor fuerza cobren, existe una mayor probabilidad de lograr que el madurismo se atrinchere. Muchas de las debilidades políticas del gobierno pueden subsanarse en la medida en que se vea en un apuro político. Es decir: por mayores que sean sus logros, los estudiantes tienen por delante un desafío principal que pasa por entender cómo seguir creciendo políticamente sin estimular la unificación del gobierno.

Eso nos lleva al último tema: la respuesta del gobierno. No es suficiente comparar a los jóvenes de hoy con el pasado. Tal vez la analogía más importante no es entre los jóvenes del 12F y los demás episodios de protesta, sino entre la respuesta que le ha dado el gobierno a este estallido y cómo se ha reaccionado en los estallidos anteriores.

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Fotografía de Jorge Silva (Reuters)

En este momento, al igual que cuando El Caracazo, el gobierno ha cometido grandes errores:  reaccionó de forma desproporcionada y violenta, suprimió la información y se negó a reconocer responsabilidad alguna.

Carlos Andrés Pérez tenía suficiente popularidad y cariño popular en 1989 como para soportar el desangramiento del capital político que le causó su respuesta a El Caracazo. Nicolás Maduro, en cambio, se equivocó el 12F en el mismo aspecto que Pérez en 1989, pero con menos tino político: calificando a los estudiantes como meros fascistas, burgueses y golpistas; cerrando y amenazando medios de información no autocensurados; mandando a arrestar a líderes políticos reconocido y de alcance nacionals; e impidiendo el derecho de protesta a quienes no pidan permiso. Y Maduro no tiene el capital político de Pérez, así que responde al 12F con mayor agresividad en parte porque no le queda otro recurso político.

A Maduro tal vez no le importe que lo llamen dictador, como dijo días antes del 12F.  Pero lo que no podrá decir jamás es que su respuesta inicial al 12F merecía otro apelativo.