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Amores en primera página, por Alberto Salcedo Ramos

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Le digo a mi amiga periodista que la prensa colombiana ha publicado demasiada información sobre el romance entre el presidente francés, François Hollande, y la actriz Julie Gayet.

–Nos guste o no, eso es noticia –responde con un gesto de fastidio–.

Luego esgrime un viejo argumento: los amoríos de la gente común son un asunto privado. En cambio los de nuestros gobernantes terminan siendo un tema público, ya que podrían repercutir en la sociedad.

Y no es que tales devaneos solo se ventilen en la prensa colombiana –añade–: en los países desarrollados también salen a flote.

En este punto cita a algunos poderosos que han alborotado los medios con sus infidelidades: John F. Kennedy, el príncipe Carlos, François Mitterrand.

–Te he oído decir varias veces que el periodismo sirve para conocer la condición humana.

–Así es.

– Bueno, los romances de nuestros gobernantes dicen mucho sobre su manera de ejercer el poder, y además retratan a nuestros países.

– Ajá.

Mi amiga agrega que en la vida sentimental de los poderosos hay un gran filón literario. Le concedo la razón y, para reforzar su tesis, menciono un par de ejemplos.

El periodista Andrés Oppenheimer escribió una crónica estupenda titulada “El presidente enamorado”, en la cual cuenta el idilio de Guillermo Endara, entonces un señor de cincuenta y cuatro años, y Ana Mae Díaz, una jovencita de veintiuno.

Endara fue el primer presidente civil de Panamá tras el largo régimen militar. Para contarnos cómo fue la transición, Oppenheimer apeló al extravagante romance, que era la comidilla diaria de los panameños. En aquel país devastado de comienzos de los 90, el presidente tenía un montón de compromisos pendientes, pero ninguno le hacía renunciar a su siesta conyugal de todas las tardes.

El segundo ejemplo es “El amante inconcluso”, texto de Gabriel García Márquez sobre el affaire del presidente estadounidense Bill Clinton con la becaria Mónica Lewinski. Entre las muchas ocurrencias deliciosas del artículo, recuerdo esta: Jonás inventó la literatura de ficción cuando llegó adonde su mujer con el cuento de que se había desaparecido tres días por estar en el vientre de una ballena.

Mi amiga sonríe, vuelve al punto de partida.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

Me pregunto –digo– por qué la prensa colombiana, si está tan interesada en esos amoríos palaciegos, los busca siempre más allá de nuestras fronteras.

No pido que armemos ahora una cacería de brujas con la vida privada de los notables criollos, ni más faltaba. Solo me pregunto cómo, si no se enteran de lo que hacen los mandamases nacionales aquí en nuestro patio, alcanzan a ver los líos de faldas que tienen los poderosos de por allá lejos.

Además tengo esta certeza que me resulta repelente: si Clinton hubiera pertenecido a la cúpula del poder centralista colombiano, su desliz seguiría oculto, pero si hubiese sido un concejal de Algarrobo, Magdalena, o un diputado de Nariño, lo habrían señalado.

Porque en Colombia hasta las infidelidades son un pretexto para fomentar la exclusión.

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