Artes

Muertes ejemplares, por Jorge Volpi

Por Jorge Volpi | 22 de enero, 2014

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Sus muertes eran tan anticipadas que sus obituarios circulaban desde hacía meses en todas las redacciones del planeta. La avanzada edad del primero no ofrecía demasiadas esperanzas sobre su recuperación, mientras que el segundo llevaba ocho años en coma. A la postre, fallecieron con semanas de diferencia: Nelson Mandela el 5 de diciembre de 2013 y Ariel Sharon el 11 de enero de 2014. Para bien o para mal, ambos representan dos de las experiencias políticas más significativas de la segunda mitad del Siglo XX. Que los funerales del líder africano sirviesen para que presidentes y ministros se pavoneasen a su alrededor, mientras que el militar israelí apenas recibió unas apresuradas condolencias, no sólo ofrece una evaluación de sus carreras, sino otra prueba de cómo en nuestros días el espectáculo pesa más que el examen histórico.

¿Algo emparienta a estas dos figuras que hoy parecen hallarse en extremos opuestos, de un lado el prócer humanitario que acabó con el apartheid y del otro el halcón responsable de las muertes de miles de víctimas civiles? Aunque nacidos con una década de diferencia (Mandela en 1918 y Sharon en 1928), ambos fueron protagonistas centrales en épocas especialmente turbulentas y al final se transformaron en líderes pragmáticos que dejaron atrás sus convicciones para conseguir sus objetivos. Otra vez: que el triunfo incontestable de Mandela contraste con el fracaso de Sharon ─debido en última instancia a su accidente cerebrovascular─, comprueba que a veces sí son las grandes figuras históricas quienes alteran el destino de sus pueblos.

El camino inicial de ambos estuvo ineludiblemente ligado con la violencia. Desde joven, Mandela padeció la atroz discriminación aplicada por el gobierno sudafricano y, tras una primera etapa de resistencia pacífica, se acercó al partido comunista y a las ideas de Mao y el Che, y eligió el uso de la fuerza. En los sesenta, alentó la creación del grupo MK, el cual participó en decenas de atentados. El futuro pacifista creía que sólo con esta presión sus rivales se sentarían a negociar y, si bien establecía que debían evitarse las muertes de civiles, declaraba que, de no funcionar, el terrorismo se volvería inevitable.

En ese momento Mandela fue arrestado y enviado las prisiones de Robben Island, Pollsmoor y Victor Verster. A lo largo de 27 años no sólo prosiguió su lucha, sino que volvió a encontrar la energía para buscar el fin negociado del apartheid y la senda hacia la reconciliación nacional. Su liberación en 1990, los acuerdos con De Klerk y su elección como presidente en 1994, lo mostraron como ese nuevo tipo de líder, a la vez sabio, humilde y popular, que sería hasta su muerte. Mandela sin duda es un modelo, pero no por una ejemplaridad sin tachas (nunca fue Gandhi), sino por su capacidad de transformarse ─y de transformar a Sudáfrica en el proceso.

Como Mandela, Sharon desde joven participó en las batallas para conseguir que su pueblo tuviese un estado. Muy pronto se convirtió en uno de los militares más admirados de su patria, al tiempo que su actuación recibía severas críticas por su desprecio a los derechos humanos. Fuese en la Guerra de Suez, en la de los Seis Días o en la de Yom Kippur, los triunfos bélicos y las acusaciones no cesaron. Peor: como ministro de Defensa durante la guerra del Líbano se produjeron las masacres de Sabra y Shatila, en las que miles de mujeres y niños fueron asesinados por las falanges cristianas ante la indiferencia del ejército israelí, e incluso una comisión gubernamental lo encontró culpable de negligencia.

No sería hasta que fue elegido primer ministro, en 2001, que el viejo guerrero halló una nueva estrategia hacia el “problema palestino”. En contra de su gobierno, decretó la salida unilateral de sus tropas de la franja de Gaza y, poco antes del infarto, se preparaba para hacer algo semejante en Cisjordania. A diferencia de Mandela, jamás sabremos si esta mutación fue un cambio auténtico o pragmático, pero refleja que hasta alguien como él se daba cuenta del fracaso de la política israelí hacia Palestina.

En los violentos Siglos XX y XXI, Mandela y Sharon son dos extremos que no debemos olvidar: el antiguo guerrillero que alcanzó la reconciliación de su patria y el brutal estratega que ni siquiera pudo avanzar en el proceso de paz con los palestinos. Sus muertes quizás iluminen sus esfuerzos: la lenta y silenciosa partida de Sharon frente al bullicio de Mandela.

Jorge Volpi 

Comentarios (2)

Pedro Celis
22 de enero, 2014

Muy interesante comparación entre estos dos personajes, ya de la historia contemporánea. Son dos líderes que fueron capaces de cambiar la estructura de una sociedad para hacerla diferente, y para criterio de ellos, mejor. Como en la parábola del hijo pródigo, que nos enseña que la transformación personal, mientras mas amplia y profunda, mas agrada a Dios, estos dos personajes tienen eso en común. Tuvieron transformaciones amplias y profundas que incluso tocaron a aquellos a su alrededor.

Carlos
22 de enero, 2014

Sharon fue un asesino que optò siempre por la violencia, y cuando la paz estaba al alcance de su mano, la desechò siempre, en cada ocasiòn. Todo lo diametralmente opuesto a Mandela. Los obituarios diràn una cosa, pero la gente no es tonta.

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