Artes

Somos dibujos en La Asunción, por Federico Vegas

Por Federico Vegas | 18 de noviembre, 2013

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Querido Francisco:

¿Cómo no atender tu llamado, y el de Raúl Mendoza, de visitar La Asunción después de haber recorrido Pampatar? Estoy feliz de haber contado en Prodavinci una parte de la historia del Cristo del buen viaje, la que concluye en su bello museo, pero ciertamente quedé con ganas de conocer más, de seguir paseando, de obedecer el mensaje del Cristo.

La magia de Margarita, más aún que en sus gentes y en sus costas, va surgiendo en los recorridos, en el ritmo de sus pálpitos y apariciones. Andar por sus caminos es navegar sobre la tierra mientras vamos hilvanando un collar de perlas con pueblos hallados en el verde de sussuelos rojos.

La ancestral conciencia que tiene la isla de sus límites, de su aislamiento, debe haber animado a los margariteños a crear esa urdimbre que le da tanto sentido a los viajes dentro de si mismos, a esas jornadas y aventuras a través de poblados que compiten a ver cuál ofrece más belleza, música, cuentos, encantamientos, y esas mercancías que, aunque provienen del terruño, parecen traídas por Reyes Magos desde tiempos y continentes remotos. Una alpargata tiene tanto de Antiguo Testamento.

Desde el trenzado de una hamaca hasta en esas estructuras de embarcaciones varadas en la arena cual espinazo de un pez prehistórico, vamos encontrando pistas y claves que nos están invitando, señalando las tramas que debemos continuar para lograr el tejido que nos proteja, los hilos que nos unan, las redes que nos congreguen.

Y nadie pone en duda que La Asunción sigue reinando con serenidad en el centro espiritual de esos recorridos, de esas fuerzas. Hacia allá fui con Marta una tarde, tratando de ganarle la carrera a un sol que parecía tener prisa por irse a descansar.

La primera parada sería una visita a Humberto Piñero, un amigo que me lleva más de veinte años, otra razón para darme prisa, sobre todo cuando tenía tanto tiempo sin verlo. Y llegamos tarde. Nos recibió su viuda, mi querida Petrica Silva, y nos contó que su esposo había muerto a finales de marzo. Entonces recordé a mi padre y brotó un verso, torpe en su rima, que algún otro amigo me ayudará a cuadrar mejor:

El dolor que en el amor nace
es como el niño que la madre mece.
Viene, va, vuelve, llega, deshace
mientras en los mismos brazos permanece.

Con Piñero conocí nuestro Oriente profundo, tanto en la Isla como en tierra firme. El grupo de exploradores que llegamos a formar Piñero, Paolini, mi padre y yo, era peligroso por lo romántico. Una noche acampamos en las costas del golfo de Cariaco en un lugar escarpado, seco, precioso, con esos giros de una geografía que escribe con sus riberas y colinas: “¡Este lugar aguarda por ti!”. Tuvimos tanta suerte que pescamos un par de lenguados en la tarde y amanecimos con el canto de un cardenal. No sé si todos cantarán con igual insistencia, pero esteparecía un promotor turístico de lo más convincente. En la guía de Phelps y Meyer nuestro anfitrión aparece reseñado con el ilustre nombre de “Cardinalisphonecius”, así que vendría de bien lejos.

Emocionados, mandamos a construir en aquel sitio (que los pescadores llaman “La Barbada”) un gran caney para fundar una posada. En nuestro diseño a ocho manos la gran cubierta de pajaquedaría rodeada por cabañas de piedra, el recurso que más abunda en ese paraje. Se construyó solo el caney; fuimos una vez más para bautizarlo y más nunca volvimos. Es emocionante eso de ir fundando albergues por nuestras costas, pero sumamente costoso.

Hoy vi en Google Maps que treinta años después alguien continuó nuestro primer asentamiento. Espero que sea para bien y cuiden la reputación de los cardenales fenicios.

Pero volvamos a La Asunción. Después de salir tristes de aquella casa con su patio frondoso –donde seguro reposa y toma el fresco el alma de Humberto Piñero– nos fuimos a retratar la catedral Nuestra Señora de La Asunción. Con esas cámaras que se han vuelto más pequeñas que un celular, comenzamos a explorar la fachada sur. Pensé que sería solo una manera de entrar en calor antes de avanzar a lo largo del bulevar 5 de julio, pero la luz era escasa, nuestros pasos aletargados, y algo nos fue atrayendo en los dibujos que ha ido dejando la humedad a lo largo del muro centenario. Eran imágenes tan mutantes y arbitrarias como nubes de tormenta, y algunas ofrecían las aprensivas sugerencias de esas manchas semejantes a entrañas de murciélagos que utilizan en los test para psicóticos.

Allí nos agarró la noche, pero continuamos hurgando los misterios del muro gracias a esa sensibilidad abusiva de la nueva tecnología. Creo que incluso se fue la luz eléctrica en La Asunción, lo que viene bien cuando es por poco tiempo y termina en una repentina fiesta al convertir en milagro algo tan ordinario como que se encienda un bombillo en el farol de una plaza.

De manera, Francisco, que no avanzamos mucho y este primer reporte será breve. Solo podemos ofrecerte lo que encontramos en el muro lateral, más una visión de la fachada principal para dar fe de nuestra visita.

Cada quien encuentra algo diferente cuando acude a un templo; rara vez es lo que busca. Nosotros creímos ver un hongo enorme y translúcido que podría ser un ciclón o una explosión, un paisaje llanero después de un feroz incendio, un campo de flores silvestres o fuegos artificiales en una noche reveroniana, un tepuy de grafito y carbón. Vimos también rostros de viejos amigos, un venado con un trineo, ojos de gato, una ola revolcando un peñero, la estampa de un perro que tuve de niño, algunos plagios de Rothko y Pollock. Había muchas otras formas asombrosas, pero tienen más que ver con puras sensaciones, esas clásicas angustias para las que no tengo palabras. Las fotos no son muy buenas; solo pretenden servir de invitación a que cada inicie su propia búsqueda.

Entiendo que aquí no ofrezco tanto como lo anotado en la visita a Pampatar, pero quizás ese sustrato telúrico y evocativo represente una de las más importantes virtudes de Margarita, un territorio y una historia de donde tanta sabiduría y espiritualidad ha partido hacia toda Venezuela. Estoy convencido de que en ese muro de la iglesia nos aguarda un mapa del mundo, un imaginario escrito con cal y rocío, piedras y aguaceros, una historia que solo podrá descifrarse con amor y compromisos.

Aún tengo que entender porqué cuando llego a esa isla, duermo como un niño y me despierto como un poeta exaltado, con ganas de trabajar y los pelos parados. Me refiero especialmente al escaso sembradío de mis antebrazos. Esto tiene su lógica, pues sabemos que hay algo especial en el aire… pero, ¿cómo explicar que continúen igual de erizados después de escribir por tres horas, poseído por una radioactividad que espero sea marina?

Falta mucho por descubrir. Ya tú me irás contando… Y quizás alguna vez tenga el honor de sorprenderte mientras escribimos el libro que propusiste sobre Margarita, esa gran enciclopedia más larga que Las Mil y una noche, ese texto entrañable y creciente que comenzaste a escribir el día en que naciste.

Federico Vegas 

Comentarios (5)

Inés
18 de noviembre, 2013

La carta estupenda. Pero creo que el “Cardinalisphonecius” no viene de Fenicia sino de phonos, sonido, que debe hacer mucho ruido, jeje. Y el Test debe ser el de Rorschach, que es para todo el mundo, no para psicóticos nada más, jeje. Como toque de humor quedó muy bueno, me reí.

Inés
18 de noviembre, 2013

Pues, según google, “phoeniceus” es una palabra latina que significa rojo intenso. Igual es sólo un detalle, la carta a Francisco está muy bien escrita.

federico vegas
18 de noviembre, 2013

Que interesante este bello pajarito. Leo que la palabra “fenicio” proviene del latín “Phoenicius (fenicio de fenicia). Pero resulta, como tu propones, que también significa color rojo escarlata, o púrpura. Parece que primero existió el significado de “rojo sangre”, luego el de “púrpura”, y luego se le aplicó a los fenicios, pues ellos tenían el monopolio de ese bello color extraído de un molusco. Lo que si te puedo asegurar es que nunca pensé que el pájaro había volado tantísimo.

Francisco Suniaga
19 de noviembre, 2013

Federico, gracias por dar una respuesta tan rápida y poética a mi solicitud. No sé si sabías que Efraín Subero una vez describió a La Asunción de una manera perfecta en una frase muy corta: la ciudad de los aconteceres silenciosos. Me ha parecido siempre la mejor porque la evoco de esa manera, envuelta en una atmósfera callada que cubre como una pátina invisible su discurrir. Tu recorrido con Marta por sus calles y la visita a Humberto Piñero pasaron a formar parte de ese patrimonio silencioso de siglos. Estoy seguro de que prefieren eso, una comunión, con iglesia y todo, que espero perdure en ustedes. Lo del libro ya ha comenzado, con tu anterior escrito sobre Pampatar y este de La Asunción. Lo haremos.

Ignacio Arias V.
20 de noviembre, 2013

Lo bueno, en realidad, fue el verso.

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