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Carolina Lozada: “De la escritura nadie sale ileso”, por Gabriel Payares

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El nombre de Carolina Lozada (Valera, 1974) hace rato que se abrió paso en los circuitos de promoción literaria del país, aunque en ellos se privilegie la producción caraqueña sobre la de otras ciudades y estados importantes. No sólo por haberse hecho acreedora de diversos reconocimientos, como el Premio Municipal de Narrativa “Oswaldo Trejo” (2006), el Premio Nacional de Narrativa Solar (2007), el Premio para Jóvenes Autores de la Policlínica Metropolitana (3do lugar en 2011) o el Premio Stefania Mosca en la mención de crónica (2011), sino por su obra tenaz y constante que, contando ya cuatro libros publicados de narrativa breve: Historias de mujeres y ciudades, Memorias de azotea, Los cuentos de Natalia y La culpa es del porno, y uno de crónica literaria: La vida de los mismos, se afianza en la persecución de sus propios imaginarios, de espaldas por igual a los mandatos de la moda literaria y a la exaltación de lo local y de lo provinciano. Su participación, además, en proyectos digitales como la revista Las Malas Juntas o el portal de reseña literaria “500 ejemplares”, demuestra que no es preciso hacer vida en la capital para formar parte del panorama literario del país, y por qué no, del continente.

Gabriel Payares: En tus recopilaciones de cuentos anteriores a La culpa es del porno, se notaba un esfuerzo por construir narrativamente a la mujer; mientras en esta ocasión la mayoría de tus narradores son hombres hablando desde la primera persona del singular: hombres derrotados o abandonados por sus mujeres, viviendo situaciones que parecen de tragicomedia. ¿Intentas ponerte ahora en los zapatos del hombre? ¿A qué obedece ese cambio de registro?

Carolina Lozada: En La culpa del porno no hay premeditación ni alevosía. Sin proponérmelo, las voces masculinas se fueron imponiendo en la casi totalidad del libro. Simplemente se me ocurrieron las historias y éstas venían enunciadas, en su mayoría, por personajes masculinos y por algunos travestidos, como en el cuento “Libertad Queen”, por ejemplo. Indistintamente del género sexual, me interesa explorar desde la ficción los mundos de los seres socialmente incómodos. Me atraen los personajes a los que ni siquiera podría catalogar de perdedores porque nunca tuvieron nada que perder. Por otro lado, la ambigüedad sexual también me causa mucha curiosidad: pensar en un hombre vestido de mujer en la intimidad de su habitación mientras en la calle o frente a su familia es un hombre ejemplar, lo que puede pasar por su cabeza, me intriga. Quizás el elemento travestido de este tipo de sujeto y de otros por el estilo se impuso en mi voz narrativa. De la escritura nadie sale ileso.

GP: En estos relatos el mundo “normal”, que está en apariencia bajo control, se representa siempre obedeciendo a una estética de lo grotesco, de lo carnavalesco, como queriendo resaltar la fealdad o la ridiculez del mundo todo, no sólo de los personajes protagonistas.

CL: El orden, lo correcto, la extrema pulcritud me causan suspicacia; cuando estoy frente a estos modelos de perfección azuzo mi nariz como un perro para husmear el lado oscuro. Me gusta revisar debajo de la alfombra para encontrar las miserias que tratamos de ocultar y cuando trabajo sobre esto lo hago desde la perspectiva de la tragicomedia; el ser humano está tan habitado por ella… Supongo que esta inquietud se traduce en una estética que encuentra en el sarcasmo, la ironía, lo abyecto y lo grotesco su asidero.

GP: ¿Forma parte el humor de un deseo de sátira social, o podría ser más bien un modo de resistencia de los personajes ante las humillaciones y las adversidades sufridas, una forma de naturalizar su patetismo?

CL: El humor es el arma de los débiles, es el as bajo la manga del perdedor, que si bien no le hace ganar la partida, al menos le permite enfrentar la derrota sin acudir a un puente con una piedra atada al cuello. Frente al estruendoso discurso del poder, el humor funciona como los hombrecitos aguijoneando al feroz y torpe cíclope. En momentos de insoportable presión, el humor sirve como fuga. Y sí, me gusta esa idea de humor como resistencia.

GP: El otro gran tema del libro pareciera ser el amor, al que catalogas a ratos como un “…arduo acatamiento”, un poder capaz de “…hacer de nosotros los seres más patéticos”. ¿Ubicas al amor en el espectro opuesto de esas pulsiones liberadoras, como el humor? ¿Existe una pugna entre la libertad y el amor?

CL: No creo que el amor sea el otro gran tema del libro; al contrario, creo que es el gran ausente, es la brutal carencia. Precisamente, los ejemplos que tomaste hablan de la falta de amor propio: los personajes de La culpa es del porno son seres desesperados, mendigos del afecto, capaces de someterse a vergonzosas humillaciones y manipulaciones desquiciadas con tal de tener un poco de atención, ni siquiera amor, sino atención. Ahora, podríamos hablar de la presencia del amor desde su ausencia, quizás el deseo frustrado por lo no existente, pero no me interesa narrar sobre relaciones amorosas convencionales, me aburre leer y escribir sobre parejas con conflictos amorosos tradicionales (él la deja, ella lo quiere dejar, etcétera), prefiero irme por las ramas, buscar el punto freak en estos conflictos. De ahí la mecanización, el fetichismo, la manía, la tragicomedia que padecen algunos de los personajes de este libro.


GP: ¿Y hasta qué punto esa insistencia en la torcedura, en lo rebuscado, podría leerse como una persecución de la originalidad, de la anécdota llamativa por lo intrincado? ¿O se trata más bien de una apuesta por el morbo, por la intromisión del narrador (y por lo tanto del lector) en el panorama íntimo del personaje?

CL: Cuando una se larga a contar no está pensando en apuestas ni en persecuciones. Simplemente obedece a ese cosquilleo que te empuja a narrar algo. Al hacerlo se exteriorizan las fijaciones, pero ya ese es un asunto que le compete al entrometido de Freud o a cualquiera de sus muchachos. En estos momentos me interesa narrar desde lo torcido (el término me gusta), me atrae entrar a ese cuarto oscuro de los personajes sórdidos, patéticos; quizás más adelante me dé por escribir historias sobre poderes paranormales, tal vez de vieja me ampare bajo la alquimia y termine narrando chocheras místicas. Una no sabe.

GP: ¿Y qué otros proyectos ocupan tus intereses? ¿Qué es lo próximo de Carolina Lozada?

CL: Tengo un pequeño libro llamado El cuarto del loco, en el que intento narrar desde el encierro, el delirio y el absurdo. También continúo trabajando en mis Animales domésticos, un libro de cuentos que construyo con situaciones y personajes arrinconados por la omnipresencia paralizante del poder, seres sometidos bajo una realidad esquizoide. Esos son los callejones que transito actualmente.