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“Melodías animadas” de Robert Crumb; por Patricio Pron

Por Patricio Pron | 29 de septiembre, 2013

MA300No es poco habitual que los artistas se sientan fuera de lugar en la época que les ha tocado vivir; sucede a menudo, además, que su nostalgia de tiempos que, por pasados habrían sido (famosamente) mejores, se convierta en fuente de inspiración. Buena parte de los problemas de los artistas (y es sabido, gracias a los filmes de Hollywood, que los artistas siempre tienen problemas, que son un imán para los problemas y que además son inseguros y frágiles) deriva del hecho de que el artista recurre al pasado para producir una obra que espera sea valorada y celebrada en el presente. Es decir, en una época que desprecia y en cuyos valores no cree: si el artista pasa desapercibido a sus contemporáneos, siempre puede refugiarse en su convicción de que su época está equivocada; si, por el contrario, es apreciado, comprende que está haciendo algo mal, pero también entiende (porque tiene que pagar impuestos, porque tiene niños o porque vive en un país que está privatizando la educación y la sanidad, como España) que tiene que seguir haciéndolo mal para que su relevancia aumente, y se siente tan frustrado y deprimido como si su época le diese la espalda.

Quienes hayan leído ya a Robert Crumb o hayan visto los magníficos documentales The Confessions of Robert Crumb (1987) y Crumb (1994) saben que el autor estadounidense no es una excepción a esta regla formulada con cierta displicencia: el creador de Mr. Natural y Fritz The Cat desprecia los productos culturales de su época y añora especialmente la música y el arte estadounidenses de la primera mitad del siglo XX (juguetes, carteles publicitarios, grabaciones antropológicas de blues, country, bluegrass, folk, etcétera), que colecciona y que incluso interpreta con agrupaciones musicales como los Cheap Suit Serenaders y, más recientemente, Les Primitifs du Futur (el libro de conversaciones con Peter Poplaski Recuerdos y opiniones [Trad. Miquel Izquierdo, José Moreno y Alex Gibert. Barcelona: Global Rhythm, 2008] incluía un cedé con algunas de sus grabaciones).

El interés de Crumb por la música popular estadounidense y, en particular, por las primeras grabaciones de blues (todo lo que suele ser llamado “americana” y, más específicamente, “roots music”) no es reciente, sin embargo: estas Melodías animadas, décimo tercer volumen de las obras completas del autor, han sido publicadas originalmente entre 1970 y 1999 pero Crumb parece haber dejado de dibujarlas con regularidad en 1984 después de la aparición de las que son las dos mejores, “La maldición vudú de Jelly Roll Morton” y “Patton”, esta última acerca del magnífico bluesman Charley Patton. Ambas consiguen transmitir la sensación de peligro inminente que provocan en el oyente las grabaciones de los dos músicos, pero, en general, todas las historias reunidas aquí (y por las que circulan artistas en su mayoría desconocidos para el gran público, como los magníficos Skip James, Memphis Minnie, Mississippi John Hurt, Son House, Blind Lemon Jefferson, Big Joe Turner, etcétera) son excelentes, con la posible excepción de “Be Bop Cubistas”, probablemente el punto más bajo en la extensa producción del autor.

“En los años 20 y 30”, sostiene Crumb, “antes de la explosión de la cultura de masas y de que aparecieran los instrumentos eléctricos, florecieron en Estados Unidos y Europa gran número de compañías discográficas que producían toda clase de música en discos de 78 rpm. Había música bailable, blues, country, folk, jazz, y grupos que tocaban instrumentos anticonvencionales. En aquellos días, el público aún se sabía las letras de las canciones, y la relación entre músico y oyente era más intensa. Hacia los años 40, los músicos profesionales se desembarazaron de todo lo marginal, así como de gran parte de la imaginación y el ingenio” (5).

No hay nada contradictorio en la afirmación precedente, pero sí en el hecho de que haya sido hecha precisamente por Robert Crumb, uno de los artistas que, desde el cómic underground norteamericano de comienzos de la década de 1970, más hizo por la desaparición de las restricciones formales y temáticas que caracterizaban a la sociedad de su época y a su producción artística. La nostalgia de Crumb es por un mundo ya completamente desaparecido y recuerda en mucho al interés de Bob Dylan por las canciones de una época que él como nadie contribuyó a dejar atrás al poner de manifiesto en la década de 1960 que el rock and roll y la música pop también podían ser el vehículo de ideas complejas y relevantes desde el punto de vista político y estético. Ambos artistas recuperaron en un momento u otro lo que habían dejado atrás, pero lo hicieron cuando todo ello había sido destruido, como si ambos sintiesen una cierta culpa por haber contribuido a su destrucción o fuesen conscientes de estar atrapados en una de las tantas paradojas en la vida de un artista; o como si estas Melodías animadas fuesen el testimonio de la trayectoria única de un artista que, sabiendo de la aceptación de su trabajo por parte de una sociedad en cuyos criterios de valor no cree, hubiese decidido darle la espalda a esa época y seguir su propio camino.

 

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Robert Crumb
Melodías animadas
Trad. Narcís Fradera y Francisco Pérez Navarro
Pról. Gilbert Shelton
Barcelona: La Cúpula [Obras Completas 13], 2013

Patricio Pron 

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