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Luis Aparicio: a 40 años de la jornada final, por José Alberto Medina Molero

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“Little Louie”, naturalmente, ignoraba que aquel 28 de septiembre de 1973, hace ya largos 40 años, iba  a disputar sus dos últimos partidos en las mayores. Sólo en 1974, cuando se produjo el intento de cambiarlo al viejo circuito, fue que tuvo la nada sencilla certeza de que sus días como pelotero activo de la gran carpa habían concluido con brillo y constancia.

A la distancia de cuatro décadas, es gratificante rememorar los intríngulis y lances que acompañaron a Luis Aparicio en esa doble cartelera de su “imprevista” retirada de los diamantes.

Esa serie final del año se jugó un viernes en la casa de Boston, el mítico Fenway Park, frente a los Cerveceros de Milwaukee (quinto entre los seis equipos en cuanto a victorias y derrotas), equipo que para ese entonces pertenecía a la Liga Americana, concretamente a la División Este donde estaban los patirrojos, quienes habían llegado de segundos tras los campeones divisionales: los Orioles de Baltimore, una dinastía en esos años.

Juego 1. Para el primer juego, Boston subió a la lomita al cubano Luis Tiant, aquel lanzador que dos años antes había lanzado un no hit no run a los Leones de Caracas en nuestra liga. Por su parte, los lupulosos designaron al puertoriqueño Luis Rodríguez, quien sólo lanzó una entrada completa pues fue bombardeado con cinco hits (incluyendo un soberbio jonrón de portentoso Carl Yastrzemski) y siete carreras limpias. Luis Aparicio fue el segundo bate de Boston, alineando detrás del jardinero izquierdo Tommy Harper y disparando de 3-1 (doblete, el 394 de su ilustre trayectoria en la MLB) con par de impulsadas, BB  y dos rayitas anotadas. Tiant, trabajando toda la ruta, esa tarde ganó su vigésimo juego (20-13, con efectividad de 3.34).

Con la intención de descansarlo para el segundo juego, el mánager de Boston, Eddie Kasko, sustituyó a Luis Aparicio en el séptimo inning por el dominicano Mario Guerrero. Al final, la pizarra del Fenway registró una virtual paliza de 11-2 a favor de los de casa, producto de cuadrangulares de Carl Yastrzemski. Como algo que era poco frecuente, en este partido YAZ jugó en la tercera base: en esa campaña jugó 31 partidos en la antesala de los 33 en toda su carrera. Entre otros protagonistas, estuvieron Cecil Cooper en primera base y el aguerrido Reggie Smith en el center field.

Juego 2. El partido que marcaría el adiós de Luis Aparicio se jugó de noche (20:14, hora local) y frente a sólo 13.195 espectadores. Un equipo eliminado, aunque segundo en la división (entonces no existía la figura del comodín) no atrajo demasiada gente ese viernes. Los lanzadores: Marty Pattin por los Red Sox y Kevin Kobel por Milwaukee.

En la ofensiva, Aparicio consiguió las dos últimas bases por bola de su trayectoria: las número 735 y 736. También su último imparable, el sencillo que sería su hit 2.677 conectado al pítcher Kobel en la baja de la séptima, con su carrera anotada número 1.335. En el octavo inning se produjo el último turno oficial de Luis Aparicio. Su ida al plato número 10.230 fue ante un conocido de los caraquistas: Edward Sprague. El campocorto venezolano fue el último out de esa octava entrada con un elevado a segunda base. En la defensiva, la jugada postrera de El Grande fue un elevado corto del center-field de los Cerveceros, Dave May, para terminar con la primera del octavo con George Scott, inicialista de Milwaukee, corriendo en primera tras haber pegado un sencillo. La pizarra final describía una nueva victoria de Boston (la número 89 de la zafra) con 5 carreras por 3. El ganador del encuentro fue Pattin  (15-15, con 4.31 de efectividad).

Al concluir el partido, sin saberlo nadie, había concluido la magistral carrera de uno de los más grandes campocortos que haya vestido un uniforme en las mayores: don Luis Aparicio Montiel. Recordar permite recrear esos momentos en los que uno no sospecha que la vida es eso que se siente y pasa. O como lo dijo el poeta Eugenio Montejo:

Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.