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Algo en la calle, por Antonio Ortuño

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Tom Wolfe emprendió una cruzada en los años sesenta del siglo pasado en contra de la narrativa que imperaba por entonces en Estados Unidos. La acusaba de ser excesivamente intelectual, manierista y tediosa. Y, peor aún, de haberse olvidado de los lectores y mantenerse incólume frente a los cambios por los que atravesaba su país en aquellas fechas: lucha contra el racismo, subversión en las costumbres sexuales, cultura de la droga, neovanguardias artísticas, naufragio, en fin, de la entropía tradicionalista de los años cincuenta.

Para intentar apoderarse de aquel remolino, Wolfe recurrió primero al periodismo narrativo (dio en llamarlo “Nuevo Periodismo” para distinguirlo de lo que se publicaba en los periódicos) y más tarde a la novela. En ella (recordemos La hoguera de las vanidades) utilizó un modelo deudor del canon realista decimonónico, que bebía del lenguaje coloquial (grababa cientos de horas de entrevistas antes de escribir una línea de diálogo) y apostaba por los escenarios profusamente documentados y la indagación en personajes-arquetipo pertenecientes a los diversos colectivos étnicos, culturales y políticos que protagonizaban las crisis de esos tiempos. En sus novelas y crónicas, además de personajes con nombre y apellido, hay, pues, hippies, yuppies, panteras negras, punks, chicos disco, inmigrantes, porristas…

En un momento en que el periodismo era ignorado o rebajado (¿cuándo no?) por el mundillo crítico y buena parte de la narrativa estadounidense se desentendía de lo que sucedía en la calle, Wolfe fue capaz de defender la actualidad de Balzac. Si no de su lenguaje, al menos de algunos de sus procedimientos. Y, pese a que a los acólitos del experimentalismo (deudos de Faulkner y los beat) el realismo les sonara como una antigualla, su cruzada revolvió las aguas lo suficiente como para abrirle espacio a una pequeña revolución. Primeros nombres de las letras, como Capote o Mailer, escribieron libros clásicos que fueron catalogados como “Nuevo Periodismo” (A sangre fría y La canción del verdugo, ni más ni menos); nuevas plumas, como las del orate Hunter S. Thompson (inventor del periodismo “gonzo”: provoca una noticia y luego cuéntala) o Guy Talese, abrieron perspectivas nuevas para la narrativa y le dieron un poco de respeto literario al trabajo periodístico.

En español, es imposible disociar la influencia del “Nuevo periodismo” de obras como las del argentino Rodolfo Walsh (y su memorable Operación masacre) o ciertos trabajos de García Márquez y Tomás Eloy Martínez. Incluso hay huellas perceptibles del fenómeno en una prosa tan excepcional como la del hondureño Horacio Castellanos.