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‘Popeye’ y la génesis del mal, por Patricia Lara Salive

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Fotografía de Sebastián Jaramillo.

La entrevista que le hizo la revista Semana a John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, quien afirma que cree en Dios, pero con tranquilidad asombrosa confiesa que él, personalmente, mató a unas 300 personas y coordinó la muerte de otras 3.000, es un trabajo periodístico que bien vale la pena releer, pues retrata no sólo la psiquis de un campeón de la delincuencia, sino que revela los inverosímiles móviles que tuvo Escobar para ordenar algunos de los crímenes que más han conmovido al país y explica la razón de asesinatos a los que nunca se les había encontrado explicación coherente.

Resulta que la causa del crimen del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla no fue, como se pensaba, la venganza por el desmantelamiento del laboratorio de cocaína de Tranquilandia y por la persecución desatada por él contra los mafiosos, sino una reacción propia del narcisismo irremediable de Pablo Escobar, que no le permitió tolerar la humillación de sentirse apabullado por la oratoria arrolladora de Lara, ostensible durante el debate que éste le hizo al capo en el Congreso para que se le levantara la inmunidad parlamentaria que lo cobijaba.

Y ocurre que el móvil que tuvo el jefe del Cartel de Medellín para dar la orden de matar al director de El Espectador, Guillermo Cano, tampoco fue, como se creía, el deseo de venganza por las denuncias que el periódico hizo contra él, sino la ira que le produjo sentir que, al caer la extradición, este diario les había puesto el dedo en la llaga con el titular: “Se les aguó la fiesta a los mafiosos”.

Y sucede que lo que motivó a Escobar a mandar a asesinar al periodista Jorge Enrique Pulido fue únicamente la rabia que le ocasionó ver que él había entrevistado a la madre de Rodrigo Lara. Y lo que lo movió a ordenar la muerte del coronel Valdemar Franklin fue sentir herido su orgullo de macho al saber que él había parado en un retén a su esposa y a su hija.

Todas estas son manifestaciones de lo que se denomina “desorden narcisista de la personalidad”, que se gesta, según un psiquiatra consultado, cuando se producen en la edad temprana “desilusiones masivas” o cuando los niños no sienten empatía de sus padres hacia ellos. (¡Cómo podrían evitarse de tragedias si los gobiernos entendieran que la prioridad de este país es enseñarles a los padres a tratar y educar con acierto a sus hijos!).

Y volviendo a Popeye, asombra el desenfado con que rebela cómo, por orden del patrón, asesinó a su novia, quien se había vuelto informante de la DEA para vengarse de que Escobar la había obligado a abortar a un hijo suyo, y cómo mató a su mejor amigo, quien antes de que le disparara le pidió que le leyera algunos salmos de la Biblia.

Son todos rasgos de una sociopatía que, como ocurre con frecuencia en esos casos, se justifica diciendo, como lo hace Popeye, que “sentía que estaba en una guerra justa contra la extradición, y que en esa guerra todo se justificaba”.

Pero él agrega: “Ahora veo las cosas dentro de otra perspectiva y me parece increíble lo que hice y lo que ha sido mi vida”. Y al final afirma que le gustaría usar su “experiencia para contribuir en el posconflicto”, y pide que ojalá le “den esa oportunidad”.

Y, también, como cree el periodista y como acepta el psiquiatra consultado que podría suceder, ojalá sea cierto que luego de reflexionar durante estos 23 años de prisión, al salir de la cárcel John Jairo Velásquez Vásquez logre encauzar sus impulsos agresivos para ponerlos al servicio de la sociedad. ¡Por Dios, que así sea!

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