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¿Bombardear Siria?, por Gary Becker

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Un problema mayor que está dividiendo la opinión de los Estados Unidos y el mundo es si debemos bombardear Siria por el aparente uso de armas químicas por parte del gobierno sirio. Mi respuesta es que no, a pesar de la colosal torpeza del presidente Obama en prometer una retaliación si Siria cruzaba la “línea roja” usando armas químicas.

Digo torpeza por dos razones. El presidente claramente no está entusiasmado con la idea de ordenar un ataque con misiles crucero u otros medios a Siria. Si así fuera, lo habría hecho, pues ha admitido que tiene el poder de hacerlo sin obtener la aprobación del Congreso. Al buscar aprobación antes de actuar, el presidente se muestra reacio a actuar por cuenta propia.

Tampoco sería inteligente involucrarse en la guerra civil en Siria. (Estoy en deuda con las muy informativas discusiones con Guity Nashat Becker). Aunque el gobierno de Assad es claramente autoritario y no ha permitido a la oposición hablar abiertamente, no es más represivo que algunos aliados de Norteamérica, como Arabia Saudita. Más aun, Siria no ha causado muchos problemas en el explosivo Medio Oriente o en ningún otro lugar. Además los rebeldes están divididos entre islamistas sunitas radicales y otros grupos que aparentan ser pro-democracia. Los islamistas parecen estar bien organizados y ser mejores combatientes. Muchos de ellos provienen de distintos países. Una intervención norteamericana incrementarían las posibilidades de que llegaran al poder si el gobierno de Assad cayera.

Por supuesto, las armas químicas son terribles y matan civiles. Pero, sin contar las armas químicas, cien mil o más muertes han ocurrido durante la guerra civil en Siria, muchas de ellas en formas dolorosas y crueles. Aunque las armas químicas son una violación de la ley internacional, Estados Unidos y otros países se inhibieron de actuar cuando Irak las usó en gran escala en su prolongada guerra contra Irán en los años ochenta. Ciertamente, Estados Unidos proveyó de armas a Irak y permanecieron aliados durante toda esa guerra.

Hubo algún apoyo limitado dentro de Estados Unidos a favor de una intervención en Siria del lado de los rebeldes no islamistas, antes del presunto uso de armas químicas por el gobierno Sirio. Sin embargo, nuestras experiencias en Irak y Afganistán deberían advertirnos en contra de hacer esto. Hay una vasta incertidumbre sobre cómo se va a desenvolver esto en el futuro y la “ley de las consecuencias no intencionales” hace extremadamente difícil predecir el eventual desenlace de cualquier intervención en las batallas de otros países, especialmente en una región tan confusa y volátil como el Medio Oriente. Uno a duras penas puede argumentar que la intervención en Afganistán ha sido exitosa, y también es cuestionable si la intervención en Irak ha valido el precio que pagaron los pueblos iraquíes y estadounidenses.

Originalmente apoyé la segunda invasión a Irak como una necesidad para derrocar a un dictador peligroso. Saddam Hussein fue cruel y peligroso pero, en retrospectiva, también fue una figura menor, engrandecida por sí mismo. Más importante, uno debería haber estimado que las consecuencias a largo plazo de una actividad tan desorganizada y destructiva como la guerra serían perturbadoramente inciertas.

Mi conclusión es que, salvo bajo circunstancias extremas, no vale la pena intervenir en las querellas de otros países, incluso cuando el gobierno es antidemocrático y cruel. Las circunstancias extremas serían que los intereses estadounidenses estén severamente amenazados por los resultados o que la masacre de civiles fuese a tan gran escala que las razones humanitarias justificaran una intervención para poner fin a esas muertes.

Ninguno de estos criterios aplica en la guerra civil Siria. Muchas muertes han ocurrido, pero los rebeldes son, presumiblemente, responsables por buena parte de ellas. Incluso, hasta es probable que una victoria de los islamistas no amenace seriamente los intereses norteamericanos. La línea roja del presidente es muy preocupante porque Estados Unidos no quiere parecer un tigre de papel. Obama podría lanzar algunos misiles para combatir esta percepción pero, sobre todo, pienso que sería mejor descartar la acción militar y echarle la culpa de nuestra inacción a un congreso dividido.

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