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La Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela en Salzburgo, por Diajanida Hernández G.

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Cortesía de Fundamusical

 

I 

Salzburgo es un bellísimo escenario para el Festival de verano. El tejido urbano de su centro histórico, o ciudad vieja, en la que predomina la arquitectura barroca de los italianos Vincenzo Scamozzi y Santini Solari, con sus pasajes y calles estrechas es la postal ideal para un evento artístico. La ciudad y sus habitantes acogen con naturalidad el festival: así como lo barroco es marca de su estructura, la música y la cultura está en los genes del lugar. Sí, Salzburgo es la cuna de un genio musical, Mozart, pero también es una localidad que ha consolidado una abrumadora agenda cultural anual, que ha mezclado historia con arte para hacerlo marca propia y que ha utilizado lo artístico para superar coyunturas. El Festival de Salzburgo nació con una misión: superar las heridas de la guerra. Por todo eso es una ciudad-escenario. Y ahora su evento más importante es el agua que mueve el molino de su economía.

La presidenta del festival, Helga Rabl-Stadler, comenzó un encuentro con la prensa venezolana hablando de la historia de la cita artística, quitándole el polvo a la cómoda de la propia memoria, porque en el origen y misión del festival se encuentra la conexión directa con el Sistema.

El Festival de Salzburgo fue fundado en 1917, en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial. La ciudad austriaca fue elegida por encima de Berlín, Hamburgo o Múnich; sus fundadores estaban convencidos de que el evento necesitaba una ciudad, pequeña, retirada, especial. Con el fin de la guerra el imperio de Habsburgo se desmoronó y Austria quedó como un pequeño país con una fuerte crisis de identidad. “En aquel momento el director de teatro Max Reinhart y el poeta Hugo von Hofmannsthal, que fueron los fundadores de este festival, estaban convencidos de que sólo a través del arte se podía volver a conciliar todos estos pueblos completamente agitados, irritados por la guerra los unos contra los otros. Y que ello sólo se lograría a través de los festivales y sólo en una ciudad como Salzburgo”. Así, el evento fue fundado con una misión de paz, con una idea política. Y aquí Helga Rabl-Stadler hace la conexión con el Sistema, pues la idea germen del festival es que “se comprenda el arte no como una decoración ni como un ornamento adicional a la vida, sino como el recurso y el medio mismo para la vida, y eso combina perfectamente con El Sistema. Nosotros estamos muy felices de haber podido invitar al Sistema como un ejemplo vivo de que el arte puede cambiar la vida”. Rabl-Stadler también valora la idea cultivada en el Sistema del trabajo en comunidad, en grupo, en orquesta. “En todas partes del mundo la solidaridad está escaseando un poco, entonces en el Sistema no se trata de que eres un solista y destacas solo por tu talento, sino que se trata de que el éxito solamente se alcanza si se trabaja en comunión, en conjunto, en equipo. Esa es una idea que tiene mucha fuerza. Nosotros hemos invitado al Sistema al Festival de Salzburgo porque queríamos mostrarle a Europa la importancia que tiene la educación musical en cada país”.

Con los años el Festival de Salzburgo no sólo se convirtió en el epicentro cultural de la región, también mueve su economía. Ya para el 5 de agosto Rabl-Stadler contaba que registraban ventas récord: habían vendido 261 mil entradas a distintos conciertos y eventos, y reportaban 30 millones de euros. “Nunca nadie pensó, cuando se fundó el festival, que esto iba a tener un éxito económico tan rotundo. Y quiero recordarle que en 1920, justo cuando recién se fundó el festival, Austria era pobre como un ratoncito de iglesia, aquí no había nada. Y en los diarios había críticas por haber creado el festival porque la gente decía que los turistas vendrían y se comerían el poco pan, la última migaja que teníamos y nosotros nos quedaríamos con hambre. Ahora los turistas nos traen el pan. Es el ramo económico más importante para nosotros”.

 

II 

La primera parte de la Residencia del Sistema en Salzburgo terminó en medio de aplausos, ovaciones y el favor de la crítica. En la segunda parte de la Residencia el foco estuvo puesto en el Coro de Manos Blancas y, sobre todo, en la Orquesta Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela.

Mientras la Simón Bolívar, la Teresa Carreño, la Juvenil de Caracas y el Coro Nacional Simón Bolívar emocionaban al público en Salzburgo, los niños de la Sinfónica Infantil continuaban la preparación para su debut internacional.

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Cortesía de Fundamusical

 

Con una madurez sorprendente los pequeños asumieron la responsabilidad de ser parte de una orquesta nacional y, además, estrenarse en escenarios fuera del país. Los músicos primero participaron en audiciones para formar la nacional, luego entraron en el exigente ritmo de seminarios y ensayos. Los últimos días tenían una apretada agenda de trabajo: se levantaban a las 6 de la mañana, desayunaban y a las 8 comenzaban la rutina de 4 horas de ensayos; almorzaban y a las 2 de la tarde estaban de vuelta para practicar 4 horas más, finalmente cenaban, hablaban con sus familiares, un poco de distensión y a las 10 de la noche todos descansaban. Al día siguiente tocaba repetir la rutina de preparación.

A pesar de la exigencia, todos los niños estaban alegres e ilusionados con el viaje a Salzburgo. Hablaban con absoluta serenidad y confianza sobre la participación en el festival. Eugenio Carreño, trompetista de 11 años, del núcleo de La Rinconada en Caracas, decía: “estos días han sido agotadores, muy agotadores. Pero estoy muy emocionado de ir a una primera gira con la orquesta nacional. Estoy cansado pero contento”. ¿Estás nervioso? “No, más bien emocionado”. ¿Qué te da esa tranquilidad? “Esa tranquilidad me la da la música”. ¿Te has imaginado el día del concierto? “Me he imaginado ese día con miles de personas en el público y nosotros tocando y luchando, como nos enseñan en el Sistema”.

Nikole Cedeño, violinista de 12 años, del núcleo de Puerto La Cruz declaraba estar súper feliz, “será la primera vez que viaje con una orquesta. La rutina de los seminarios últimamente han estado muy fuertes pero todo es para mejorar”. ¿Cómo te imaginas el concierto en el Festival? “Me imagino un momento esplendoroso porque llegamos al final, final”.

Luis, de 13 años, de la fila de las violas, del núcleo de Canaima, me decía: “Va a ser bien divertido y hermoso. Estoy tranquilo porque estoy con mis compañeros y ellos me apoyan”.

Juan José Figuera, chelista de 12 años, del núcleo de Guatire, mostraba su ilusión: “El maestro Dudamel nos dijo que el escenario donde vamos a tocar es muy bonito, que es como dentro de una piedra. Yo me siento muy contento. Y saber que estoy acompañado por mis compañeros, mis amigos y mi familia me da tranquilidad”. ¿Has pensado cómo va a ser el concierto? “Sí, con un pocotón de gente desconocida viéndonos tocar, ¡berro!”.

La “selección Salzburgo”, como se le dice a esta orquesta infantil, fue de 208 niños de todo el país: hay músicos de oriente, de occidente, de los andes, del sur y del centro de Venezuela. Y desde abril se prepararon en conjunto a través de seminarios. El de julio fue el tercero y último, el definitivo antes de sus presentaciones en la ciudad austriaca.

 

III 

La Orquesta Sinfónica Nacional Infantil llegó a Salzburgo el lunes 5 de agosto. Estuvieron alojados en una escuela-granja en las afueras de la ciudad, allí ensayaron y ajustaron detalles para las presentaciones. El martes ya trabajaban con un grupo de la Mozarteum Infantil, con su director, Christoph Koncz, y con el joven director venezolano Jesús Parra.

Los niños de ambas orquestas ensayaban para acoplarse y ejecutar las piezas que al día siguiente ofrecerían en el ensayo abierto, en la Stiftung Mozarteum. El repertorio para esa ocasión fue la Sinfonía Nº 4 en Re Mayor y el primer movimiento del Concierto Nº 12 en La Mayor para piano y orquesta, ambos de Mozart, y el Chamambo, de Manuel Artés.

Los ensayos en la escuela se hacían en lo que parecía ser un gimnasio cubierto, acondicionado para recibir a los músicos. Dentro hacía muchísimo calor, pero ni eso hacía que la intensidad de la jornada bajara. Cuando el grupo de periodistas venezolanos llegamos a la escuela las orquestas ya habían comenzado a practicar. Al entrar, estaban ensayando la Sinfonía Nº 4 en Re Mayor, con el batuta Christoph Koncz y la ayuda de una traductora.

Koncz, nacido en 1987 en Austria en el seno de una familia musical, es un prodigio de la música. Recibió su primera lección de violín a las 4 años y a los 6 fue admitido en la Universidad de Música de Viena. Hoy es el segundo violinista de la Filarmónica de Viena, director de la Mozarteum Infantil y tiene, a sus 26 años, una dilatada trayectoria en el mundo de la música académica: a los 12 años debutó como solista con la Orquesta Sinfónica de Montreal. Quizás algún lector cinéfilo lo recuerde en la película canadiense The Red Violin (1998), que recibió el Oscar a la Mejor banda Sonora Original, en la que interpretó al pequeño virtuoso Kaspar Weiss.

En medio del sopor de aquel gimnasio convertido en sala musical, Koncz dirigía a los niños y hacía correcciones a la interpretación de la pieza de Mozart. Exigía y entregaba. Sonreía. La energía que transmitían los niños contagiaba a todos los presentes en la sala. “Y eso que no están todos”, decían atrás algunos miembros del Sistema. En el ensayo estaba sólo un grupo de los 208 niños de la Nacional Infantil. “¿Tú los escuchaste antes de venir?”, se preguntaban los maestros del Sistema. El rumor que recorría los ensayos es que la Sinfónica Infantil sorprendería al público de Salzburgo.

Koncz terminó su parte y Jesús Parra tomó la dirección para ensayar el Chalambo. Batuta arriba y comenzaron a sonar los primeros compases. Parra detuvo el ensayo. “Muchachos yo sé que hace mucho calor. Pero tocamos divertido, nadie hace un mambo aburrido, vamos, muy animado siempre”. Para el director venezolano es fundamental divertirse, después del ensayo nos decía a los periodistas: “que un niño aprenda música ya es mucho, pero que lo aprenda de forma divertida será demasiado bueno”. Por eso Parra siempre les dio ánimo a los niños e hizo todo para que la pasaran bien. Esta jovencísima batuta, tiene apenas 18 años, evaluaba con madurez el trabajo con los niños. “¿Cuál es el problema de las orquestas tan jóvenes? Que tienen demasiada energía, es difícil muchas veces controlar esa energía”. Pero esa fue una dificultad superada: Parra domina a los músicos, a la escena y al público con una mezcla maravillosa de talento y carisma.

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El director venezolano Jesús Parra. Cortesía de Fundamusical

 

Al día siguiente, la Stiftung Mozarteum recibió a la orquesta binacional. El ensayo abierto comenzó con unas palabras del director musical de la Fundación Mozarteum, Mathias Schulz, que habló de la formación de la Mozarteum Infantil y recogió el aprendizaje que toman del Sistema: “nunca es demasiado temprano para empezar la experiencia orquestal”. Luego presentó a los directores y se refirió a la camada de conductores musicales venezolanos que pasaron por Salzburgo. Con la bienvenida al público comenzó el ensayo.

Los niños aparecieron en escena con franelas azules y verdes. La dinámica fue así: primero hicieron un ensayo de las composiciones y, después de un descanso, tocaron las piezas completas. En la primera parte Parra se robó al público con su personalidad y las metáforas que usa para darle indicaciones a los músicos. “Muchachos —le decía a los cornos— es como tocar a los ángeles, hay que tocar y ver hacia arriba”; mientras que a las cuerdas les pedía notas que fueran “como centellas”.

Después del intermedio Koncz dirigió el primer movimiento del Concierto Nº 12 en La Mayor para piano y orquesta, con una sorprendente interpretación de la joven solista, Marie Sophie Decker Hauzel, que el público supo recompensar. Luego, los directores se turnaron la dirección de la Sinfonía Nº 4 en Re Mayor. Allí los asistentes estaban cautivados con el espectáculo de los músicos. Koncz se quedó al fondo del escenario observando el trabajo de Parra. Sonreía y asentía. Él también disfrutó eso que todos los presentes en la Stiftung Mozarteum estábamos viendo. Para terminar Parra dirigió el Chalambo. Pero no fue el final: el público aplaudió y aplaudió hasta que Parra reapareció para ofrecer un bis. De nuevo se escuchó el Chalambo en la sala y el público bailó y acompañó con las palmas, mientras los niños tocaban y se divertían: los chelos giraban, las trompetas danzaban de un lado a otro, los violinistas movían los torsos y los percusionistas bailaban. La orquesta binacional se retiró bajo una lluvia de aplausos.

 

IV 

Pero la faena continuaba. Y, quizás, ahora venía lo más difícil: los niños debían trabajar con Sir Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín, para los conciertos del fin de semana en la Felsenreitshule.

Al día siguiente de la presentación en la Stiftung Mozarteum, es decir, el jueves comenzó el trabajo con el director inglés. Fueron dos días de preparación con Rattle. El viernes entramos al ensayo en medio de una pausa en la que Rattle les daba indicaciones a los niños. Ver a los 208 músicos ordenados dentro del gimnasio cubierto me hizo ver la magnitud de la orquesta, pero de pronto, con una indicación de Rattle, comenzaron a tocar la Obertura cubana, de George Gershwin: fue sorprendente escuchar a los chicos, era un sonido que erizaba.

Durante los ensayos, Rattle les exigió, los corrigió y los recompensó. Rattle los trató como músicos profesionales. Pedía atención por secciones y daba instrucciones. “Buenos días trompetas, estamos teniendo una conversación aquí, necesito atención”. Sonaba la Obertura. “Esta es la parte más difícil de la obra, porque vamos a estar muy emocionados y cansados. Pido concentración, por favor”.

Mientras el director inglés ensayaba con la orquesta, Jesús Parra, sentado en una silla a espaldas de Rattle, con la partitura en las piernas, seguía todos los detalles. Continuaba la Obertura y Rattle volvía a parar. “Tómense el tiempo para decir las cosas importantes en este tipo de música. No siempre se debe terminar rápido”. Vuelta a la Obertura. Rattle sonreía, gesticulaba, escuchaba; corrió hacia los contrabajos, les hizo señas, rápidamente volvió al centro, levantó el dedo pulgar a los violines, le tarareó el ritmo a los chelos. Los niños sonreían y atendían. De nuevo detuvo la ejecución y vio hacia los trombones. “Lo siento mucho, pero voy a tener que matarlos a los tres”. La orquesta reía. “Ahí no va eso. Necesito contacto visual”. Otro intento. Mientras los niños ejecutaban la composición de Gershwin, Rattle abría los brazos, pelaba los ojos, seguía la música. Cuando empezó el solo de clarinete, con una seña lo detuvo. Le pidió al clarinetista que encantara al público, que los mirara, que levantara y mostrara su instrumento, “cuenta tu historia”, le dijo. “Ustedes no son una orquesta infantil, toquen como los grandes que son. Llenen el espacio”.

La Orquesta Infantil tenía programado un repertorio que, además de la composición de Gershwin, incluía la Suite del Ballet La Estancia, Op. 8ª, de Alberto Ginastera, y la Sinfonía Nº. 1 en Re Mayor “Titán”, de Gustav Mahler. Rattle no tuvo dudas de la capacidad de los pequeños músicos para interpretar la pieza de Mahler. En una rueda de prensa con los medios venezolanos se refirió a eso. “Estos niños conocen lo más importante: saben de amor, saben de muerte, saben de profundas preocupaciones y, sobre todo, saben de alegría y de júbilo. De eso se trata la música. Y eso le van a recordar a todo el que los escuche. Me gustaría tener una máquina del tiempo, traer aquí a Gustav Mahler, aunque sea por diez minutos, y verle la cara”.

 

V 

Y llegó el día. La Orquesta Sinfónica Nacional Infantil se presentó, o mejor, hizo su debut internacional en la Felsenreitschule. Y todo fue luz y emoción. Las niñas parecían unas bailarinas, llevaban vestidos azules con zapatillas plateadas. Los niños iban con pantalón negro y camisa manga larga blanca. Todos tenían la banda tricolor en el cuello, la orden tocar y luchar.

Cuando toda la orquesta estuvo dispuesta y ya la concertina había dirigido la afinación, apareció Simón Rattle, de elegante traje negro. Comenzaron interpretando la Obertura cubana. Los niños seguían con la vista a Rattle. Director y orquesta danzaban. Los músicos siguieron al pie de la letra a Rattle. El clarinetista nos habló, nos encantó, nos contó su historia. Al culminar el solo Rattle le lanzó un beso al músico. La sinfónica llenó el espacio con talento, con emoción. Cuando terminaron el público de pie aplaudió a la orquesta. En la sonrisa de Rattle estaba la lectura de la ejecución. Fue hasta la fila de clarinetes para abrazar a solista y se quedó allí, en medio de la orquesta, recibiendo los aplausos.

Después fue el turno de Jesús Parra. Dirigió la Suite del Ballet La Estancia. Llegó la diversión. Los músicos y el director se movían al ritmo de la música. El teatro se contagió con la alegría de la interpretación. La Infantil se llevó otra ronda de aplausos de pie. Rattle volvió a tomar la batuta luego del intermedio para conducir la Sinfonía Nº. 1 en Re Mayor “Titán”. Lo que hicieron los niños fue maravilloso. Hicieron una hermosa interpretación de la sinfonía de Mahler, con técnica y sentimiento. Esta vez Rattle fue hasta la fila de contrabajos para abrazar al solista. Recibieron una sonora ovación que no paró hasta que Rattle comenzó a dirigir un bis: el Mambo, de Bernstein. Por supuesto, la Felsenreitschule gritó mambo con los niños. Más aplausos, muchos aplausos. En medio de la algarabía Rattle bajó al público a saludar al maestro Abreu. Cuando volvió al escenario los niños de la primera fila de violines se quitaron las bandas tricolores y se las pusieron al director, Rattle se agachó para recibirlas. Luego se paró la primera fila de chelos para hacer lo mismo. El director inglés cargó y abrazó al primer chelista. Los aplausos no cesaban. Llegaron dos contrabajistas para ofrecerle también la orden. La última banda la recibió de Jesús Parra. Rattle tuvo un gesto conmovedor: llamó al escenario a los profesores de la orquesta.  La Sinfónica se despidió de Salzburgo con la tradicional Marcha Radetzky, que tocaron bajo la conducción de Parra. Fueron acompañados con las palmas. Y el público no se retiró no dejó de aplaudir hasta que el último músico salió del escenario.

Afuera del teatro se sentía el estremecimiento. El periodista de El País decía que jamás había visto que el público acompañara la salida de todos los músicos. Algunos asistentes lloraban. Plácido Domingo, que estuvo en el concierto del domingo, se preguntaba maravillado: ¿cómo entender esto? Marina Mahler, la nieta de Gustav Mahler, que acompañó a las agrupaciones del Sistema en todos los ensayos y presentaciones, exclamaba entre lágrimas que era la ejecución más hermosa de la primera de Mahler que había escuchado en su vida. Simon Rattle tampoco ocultaba su emoción: “hicieron todo lo que les pedí. Podías cerrar los ojos y sentir que esto era sublime. Fue una experiencia maravillosa. Tienen que estar orgullosos”.

La Infantil cerró con brillo la Residencia del Sistema en Salzburgo y, tal como vaticinó, Dudamel, el festival cayó a los pies de los pequeños músicos. De la ciudad austriaca los niños salieron con la invitación de Plácido Domingo para actuar en el Mundial de Fútbol de Brasil y a la Feria Universal Milán 2015.

Helga Rabl-Stadler resumió la Residencia del Sistema en Sazlburgo. “Con la enérgica actuación de las agrupaciones de El Sistema hemos logrado lo que queríamos: revivir el ideal de los fundadores del festival: ofrecer al mundo música de paz que genere cambios en la humanidad. Y esto ahora se lo debemos a Venezuela”.

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Cortesía de Fundamusical