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Sol Linares: “Uno escribe corriendo el riesgo de fracasar”; por Gabriel Payares

canción de la agujaDe Sol Linares (Escuque, 1978) escuché hablar por vez primera hace unos cuantos años ya, cuando un proyecto de revista literaria nos ocupaba a mí y a una compañera y amiga, la también narradora y también trujillana Martha Durán. En ese momento nos interesaba el libro debutante de Sol, Cuentafarsas (Fondo Editorial Arturo Cardozo, 2007; Fundarte, 2010), ganador de la III Bienal de Literatura Ramón Palomares, en el que reconocíamos talento, honestidad y atrevimiento, elementos que aún se mantienen como pivotes de una obra mucho más vasta, pues si bien nuestra revista literaria murió antes de nacer, no ocurrió lo mismo con nuestros pronósticos sobre la obra de Sol. Percusión y Tomate (Fondo Editorial del ALBA, 2010), su primera novela, ganó el certamen Internacional Alba Narrativa y abrió el camino que seguiría el libro de cuentos La circuncisa (Monte Ávila Editores, 2012) y, más recientemente, una nueva novela, Canción de la aguja (Fundarte, 2013) bautizada hace poco en la Feria del Libro de Caracas. La escritura prolija y profunda de Sol constituye un referente ineludible en las letras nacionales contemporáneas, tal y como lo demuestra su reciente inclusión en dos antologías que intentan reunir nuevas voces de la narrativa venezolana actual: Antología sin fin (Escuela Literaria del Sur, 2012)  y ¿De qué va el cuento? (Alfaguara, 2013); la última coordinada por el crítico y especialista en narrativa venezolana Carlos Sandoval.

Gabriel Payares: En el Encuentro Internacional de Narradores organizado por Monte Ávila Editores en 2012, afirmabas que los escritores surgen a partir del conflicto, convocados de algún modo por la problemática histórica que les toca en suerte vivir. ¿Significa eso que la literatura existe como posibilidad de solventar ciertos problemas o, al menos, elaborarlos de alguna forma terapéutica? ¿O crees más bien que sea la literatura una especie de residuo, de remanente de los conflictos de la vida?

Sol Linares: Fíjate, en ese mismo encuentro de narradores, Julio Ortega hacía algunas consideraciones sobre la novela venezolana que sería interesante revisar. Él decía que la tradición de la novela en nuestro país no se termina de fundar, porque tampoco se ha terminado de fundar el Estado. A mi parecer, sería terrible que en los distintos procesos fundacionales de cada país no hubiera narradores escribiendo, recogiendo, monitoreando esos procesos u otros. Escribir siempre nacerá de un conflicto, de cualquiera que sea. Ya el escribir, en sí mismo, se convierte en una constante lucha: psicológica, temporal, moral, etc. Por otro lado, los escritores, tanto en su vida como en su literatura, responden al país y al momento histórico en el que nacen y por eso, salvo algunos casos, la mayoría de las literaturas tienen el germen histórico del escritor. En lo personal, yo no nací a mitad del siglo XX, por lo que mi literatura no puede responder a un país en dictadura, o a un país en el que estaban muy latentes los procesos de la guerrilla. Yo nací en un país muy diferente. Pero eso también está dado, por otra parte, por las lecturas que he hecho: mi vida, mi país y mis lecturas forman un mundo propio a partir del cual escribir y hacer una literatura particular, mía. Los conflictos humanos son los mismos de siempre, los problemas son los mismos de siempre y los temas son los mismos de siempre: el amor, la muerte, la soledad, la angustia… el detalle está en cuál es el aporte estético que se le puede dar a estos temas. El hombre siempre ha estado quejándose de las mismas cosas, pero con otros tonos, con otros nombres, con otras caras.

GP: El tema de lo femenino, por ejemplo, es un elemento que suele ser lugar común de referencia en la escritura hecha por mujeres. Se supone que todas deben escribir necesariamente en pos de un concepto de femineidad, o que su literatura debe abordarse siempre a partir del hecho de que sean mujeres. Incluso hay quien habla de la “escritura femenina” o se plantea una literatura “feminista”. En tus obras, y especialmente en Percusión… y La circuncisa, hay una reflexión densa e interesante sobre ello, sobre todo en el diario de Claudia, uno de los personajes principales, en el que se explora casi teóricamente la femineidad.

SL: A mí me gusta ser mujer. Y veo en la naturaleza de la mujer muchas cosas encontradas. Entre muchas otras cosas que plantea, Percusión… es un primer trabajo de buceo en esa naturaleza femenina. Pero más que de respuestas está hecha de muchas de las preguntas que una mujer se hace a sí misma en cuanto siente la necesidad de reflexionar sobre su existencia. Yo no sé cómo es escribir como un hombre, ni lo sabré jamás, pues escribo desde lo que soy, desde mi territorio, desde lo que me compone como ser humano. Escribo desde la diferencia, supongo, quizás desde un lenguaje rico en intimidades. Pero Percusión… es una novela llena sobre todo de preguntas, en especial respecto a la mujer y la filosofía. Porque, ciertamente, cuando he tratado de abordar algunos libros de filosofía, no he logrado encontrarme en ellos. No sé si es por falta de referencias, pues la filosofía es densa y hace falta tener muchos referentes cubiertos para entenderla, pero te aseguro que en ocasiones, como cuando intenté leer a Hume, nunca encontré en él nada que me aproximara a lo que decía. A pesar de que estuviera hablando justamente de la naturaleza humana, no me encontré a mí misma allí, y yo creo que ese personaje encarna precisamente una posición muy radical de desprecio hacia la filosofía que no la contiene.

GP: A ese mismo personaje atribuyes en la novela el tener la feminidad guardada en un frasco de vidrio, en el que está atrapada una mantis religiosa.

SL: Esa mantis religiosa representa un cierto misterio, una cierta sutileza, pero también cierto poder y cierta violencia. La mujer tiene un poco de todo eso. Hay otros personajes en la novela muy contrastantes con ese planteamiento de Claudia, pues viven lo femenino desde otras historias, otras particularidades, como Tavita, por ejemplo, una mujer caótica que no se hace este tipo de preguntas sino que las sufre: sufre el mundo, sufre la edad, sufre el desamor… cada mujer plantea preguntas diferentes, porque no podría una sola sostener la verdad por sí misma, la verdad de lo femenino. Eso sería reduccionista.

GP: Claudia se pregunta en su diario: “Cómo conseguir un discurso de la feminidad sin que detone un discurso apasionante del resentimiento”. ¿Es ésta la enunciación de una poética personal? ¿Buscas un discurso sobre la feminidad libre de las ataduras con el resentimiento encarnado, quizás, en el poder que representa la Mantis?

SL: Está bueno eso. Mira, Percusión… se escribe en un momento de mi vida de muchas sorpresas. Empecemos por la maternidad: salgo embarazada a los veintinueve años y hasta ese momento tenía una experiencia de la maternidad muy distinta a lo que me planteó mi hija Manuela. Ser madre es complejo: durante los primeros meses te encuentras en el ojo de un huracán, con muchas ideas, muchos planteamientos en torno a ti misma, y quizá por eso escribí la novela estando embarazada. También estaba fastidiada de muchos mitos culturales en torno a la mujer y en torno a la madre, en torno a las relaciones humanas paternales y maternales; relaciones hartamente estudiadas por los psicoanalistas, pero cuyos discursos terminan prácticamente por predeterminar toda relación entre padre y madre e hijos. O temas como el de la histeria, por ejemplo, que fue analizada por los psicoanalistas como un tema meramente femenino, un síntoma único de la mujer. Eso me fastidiaba. Me puse a leer mucho al respecto y me negué a aceptar algunos preceptos muy fijos. De hecho, mi relación con mi hija es un experimento para abolirlos. A veces no funciona, claro, por más madre que una sea no puede abolir más de dos mil años de cultura occidental. A lo mejor mucha gente lea Percusión… como una novela feminista; yo no me considero feminista, pero sí una beneficiaria del feminismo: no encarné las grandes luchas que hicieron las feministas para conseguir importantes reivindicaciones y derechos, pero me beneficio de ellos. Y yo creo que dentro de algún tiempo el feminismo tendrá que ser un tema olvidado, al igual que el machismo, cuando puedan por fin superarse. Tengo la esperanza de que mi hija no vaya a tener que discutir delante de ningún hombre por sus derechos, por reivindicarse a sí misma.

GP: Pero me decías que los problemas son los mismos siempre…

SL: Sí, los mismos temas, pero este tema es reciente, aunque no lo parezca. Después del siglo XIX el rol social de la mujer empezó a dar grandes cambios. Y en la medida en que la mujer vaya asumiendo más posiciones y posturas respecto a sí misma, quizás ese resentimiento del que hablo irá disminuyendo, para que nazca una nueva sociedad. De lo contrario se corre el riesgo de extraviarse en la apropiación del mundo de lo masculino, como lo dice también Claudia en otra parte de su diario, de sacrificar la femineidad en pos de ese deseo de igualdad.

CuentafarsasGP: Hay un contraste interesante entre el diario de Claudia, en el que se está pensando el género en términos, paradójicamente, filosóficos, y el diario de este otro personaje, la casta María Mele, cuya escritura es de corte íntima: sus inseguridades, su rutina emocional cotidiana. En ese sentido, me pregunto si no perseguirás una propuesta semejante a la de Clarice Lispector en novelas como La pasión según G. H., o en ciertos conjuntos de relatos, en los que se produce una elaboración teórica sumamente compleja de la feminidad, entre otras cosas, a partir del mundo sensorial de la narradora. ¿No es un guiño a Lispector el que la protagonista del relato principal de La circuncisa se llame justamente “Clarice”?

SL: Claro, es un guiño. Pero fíjate, yo descubrí a Lispector muy tarde, lamentablemente no pude leerla sino hasta después de ya escrita mi primera novela, aunque me parece un descubrimiento a tiempo, valioso. De todas formas, escribir es filosofar, y hay quienes lo hacen de un modo más visible, a través de los personajes, mientras otros de un modo más oculto y por eso son narradores más densos. Lispector es una maestra en introducirnos en el espíritu de las cosas y en hacer que la misma presencia del lector se transfiera a todos sus personajes. Es una maestra no solamente de un estilo que desencaja, de un estilo que está más allá de la determinación de las acciones, sino que es una maestra de las acciones interiores, de los diálogos interiores. A mí me parece más apropiado relacionarla con una poesía otra, con un mundo no ordenado, como lo es el de la poesía y no tanto el de la narrativa. La suya es una escritura llena de sensaciones, una escritura desbocada, del cuerpo. Lo malo de Lispector es que debo leerla con cuidado, porque si no me desordena mi propio discurso, penetra el lenguaje de Sol y, si me descuido, termino siendo una mala copia de ella.

GP: Volviendo a tu personaje Clarice, no deja de llamarme la atención que en “La circuncisa (o el decálogo de la mutilación)” se someta a sí misma a un proceso de aniquilamiento de todo aquello que la constituye como individuo: su capacidad del placer, del recuerdo, de la autodeterminación, de la memoria… todas sus decisiones propias van desapareciendo hasta dejar de ella poco más que un residuo. Pero todo eso hace en función, pareciera, de conservar a su pareja, de mantener su relación estable…

SL: …excepto en el caso del clítoris, que es lo único que hace por sí misma: “lo sé todo del placer”, dice y luego se lo mutila. Es el único sacrificio que realiza en función de sí. Este cuento es una historia de amor, pero va más allá de eso. Yo lo leo como la búsqueda de la pureza: Clarice se quita el clítoris para no repetir sus emociones humanas. Es una búsqueda de la pureza, una depuración de todos aquellos sentimientos que la imposibilitan a superar su propia humanidad. Fíjate que ella también se borra el pasado, se quita la sombra, se quita las piernas, se saca el corazón (bueno, éste siempre ha estado sacrificándose en el amor), se quita la mano… es una marcha paulatina hacia la trascendencia. Finalmente desaparece, sí, pero desaparece siendo lo más puro de sí misma.

GP: Pero esa “pureza” al final se la comen las hormigas…

SL: [Risas] Bueno, había que terminar el relato de algún modo.

GP: Hablando de otra cosa, hay un cambio muy sustancial en tu estilo, si comparamos tus dos libros de cuentos. En Cuentafarsas se hace mucho hincapié en la anécdota, mientras que La circuncisa apuesta por una mayor experimentalidad: ciertos textos humorísticos, algo de aforismos, en fin, una apuesta arriesgada por la variedad.

SL: Cuentafarsas me parece un poco homogéneo en el tono, pero es un libro muy depurado, a diferencia de La circuncisa, en donde aposté por la sorpresa. La creación de los textos fue muy irregular, algunos de ellos eran primero poemas y terminaron siendo cuentos, otros son microrrelatos en los que estoy probándome y el último cuento iba a ser, a su vez, una novela, pero se me impuso el pulso del cuento. No sé si me haya quedado todo bien, a fin de cuentas uno escribe corriendo el riesgo de fracasar. Pero La circuncisa tiene la variedad del experimento, formal y temático, y tal vez por eso sea tan variado.

GP: De hecho, ese libro no prepara al lector para su último relato, el más fuerte y sólido del conjunto.

SL: No lo había visto de esa manera. Pero estoy totalmente de acuerdo. Al final un libro de cuentos presenta un reto importante, porque uno nunca sabe si debe mantener un tono homogéneo, como en una novela, o si debe articular los relatos de un modo especial. En fin, es mi segundo libro de relatos y es todavía un proyecto joven, pero imagino que debe serse fiel a sí mismo, incluso en su caótica variedad. Algunos de esos textos pertenecían a otros proyectos descartados, como “Popeye, me casé con Brutus” que iba a ser un libro de relatos a partir de las historietas de infancia. Al final terminé haciendo un libro de retazos, más que una unidad de sentido. Es curioso, a veces no tengo una postura muy definida frente a lo que escribo.

GP: ¿Y qué ocurre con la nueva novela que bautizas, Canción de la aguja?

SL: Es diferente. Me atreví a armar un personaje masculino, con un lenguaje diferente, a pesar de ser un personaje poco comunicativo, introspectivo. Se trata de un sastre, un hombre que ama lo sutil de las telas, un niño que creció en la pobreza, escuchando el monólogo de las telas y los ruidos de los objetos. No fue fácil encarar a un personaje masculino sin caer en el cliché, en la caricatura, en plantear un personaje exagerado, sin verosimilitud. Esta novela es mi pequeño homenaje al mundo de la costura y de las costureras, que conozco muy de cerca gracias a mi madre.

GP: ¿Y en qué otros proyectos trabajas actualmente?

SL: Estoy haciendo un libro de relatos, lo que supone para mí un descanso. La novela es muy exigente, demanda mucha disciplina, mucha rigurosidad, es un trabajo muy largo: no es fácil escribir ese montón de retazos que luego compondrán una gran colcha. El cuento me da la posibilidad de ensayar otras cosas. Pero tengo por ahí una novela pendiente también. No tengo las cosas muy claras todavía.