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El absurdo: un país, por Freddy Javier Guevara

UbuRoi texto

La literatura hace extraordinarios aportes a la humanidad. La psicoterapia se ha aprovechado de algunos de ellos durante los siglos XIX y XX, e imaginamos que seguirá haciéndolo, porque la literatura nace de la psique y la psique del hombre es dinámica. Entre esos aportes está el absurdo. De incuestionable valor, sin embargo es el menos estudiado, pues entre otras cosas, en nuestra vida cotidiana cuando sucede lo despachamos casi con desprecio: “eso es absurdo”. Y no se le presta mayor atención luego de ser detectado. Su aparición elude también cualquier definición conceptual que implique raciocinio, y por lo tanto impone un desafío al hombre contemporáneo que sin mucho esfuerzo prefiere dejarlo de lado.

Hace unos años escribí un ensayo sobre el tópico para una revista analítica. No puedo negarlo, mientras tecleaba, no pude separarme de la imagen de Venezuela. Su gente, su historia, sus  aciertos y desaciertos y por qué no decirlo: su locura. La historia de la humanidad, como decía Rafael López Pedraza: “es la historia de la locura del hombre”.

Alfred Jarry, el precursor del teatro del absurdo, nace en 1873, un momento de vértigo para la humanidad. La revolución industrial estaba en expansión, el aumento salvaje en la producción se hallaba en auge. El mundo occidental se rendía a los pies del positivismo, el cientificismo y el evolucionismo. Todo era explicable por medio del razonamiento lógico. Para esa misma época apareció una respuesta colectiva e ideológica: la dialéctica marxista, que profetizó la igualdad social en oposición a la explotación del hombre por el hombre. Las ideologías al fin, hacían su debut fuera del campo de las religiones. Esos son los tiempos que corren cuando la psique del hombre moderno descubre el absurdo como contraparte a un mundo que pone en sombra lo irracional.

El París de la Belle Époque da a luz el absurdo, una expresión irracional ante la representación metódica y cientificista de un fin de siglo esperanzado en la ciencia. Llama la atención que también para ese momento surge como contrapeso el Neo-romanticismo, y el espíritu de fin de siglo proclamando la decadencia de la civilización moderna.

Ubu Roi

La Premier de Ubu Roi fue en 1886. La obra nos refiere a una situación política inestable en un reino imaginario, y narra los excesos de un monarca tirano y cobarde, que entra en escena cuando depone al verdadero rey. Grotesco, gordo, ocurrente, grosero, voraz, codicioso, cruel, malvado, deshonesto, ególatra, son algunos de los adjetivos que lo definen.

Lo primero que observamos en los parlamentos del personaje es un lenguaje de payasos, de juerga, neologismos inventados para referirse a realidades de consecuencias trágicas. Incluso a veces parece una parodia humorística actual de cualquier lugar del mundo. De Ubu Roi, llama la atención su forma de actuar. La realidad le tiene sin cuidado, y las circunstancias de los otros seres humanos y sus consecuencias, menos.

Algunas escenas son expresivas de por sí: hace a un capitán duque, luego de que ha comido excrementos, sin ser rey. En otra escena, una vez usurpado el reino, la esposa y el capitán tratan de convencerle de que reparta oro y carne al pueblo, pero su único objetivo es aprovecharse de la renta pública. Ubu se muestra despreciativo con la gente, pero luego de que su capitán lo convence con razonamientos de que sería depuesto y que los contribuyentes no pagarían las tasas impositivas, cocina bueyes y corderos y los reparte entre la multitud, y entre hurras y vivas les arroja el oro a manos llenas, pidiendo a cambio que le paguen los impuestos. Luego se deleita cuando ve a la gente competir por el oro hasta romperse los cráneos.

Sus tropelías no quedan allí. En otra escena trae a los nobles (oligarcas) y les dice que quiere enriquecer el reino, a sí mismo, y por lo tanto hará perecer en una trampa a todos, les sacará el cerebro y expropiará sus bienes; pero como no acaba de enriquecerse con los primeros, los mata a todos. Luego les arrebata los sueldos a los magistrados de justicia y les dice que vivirán de las multas que apliquen a los condenados a muerte. Como se niegan, los envía a la muerte también. Su mujer le pregunta que quién hará justicia, y él, extrañado por la pregunta, contesta: Yo.

Ubu quiere cambiarlo todo y para eso necesita la mitad de los impuestos. Tasa todo: incluso matrimonios y fallecimientos. Al final, administra la justicia, las finanzas y él en persona cobra los impuestos. Es curioso que entre sus familiares y colaboradores es llamado Padre, Padre Ubu.

Luego de la destrucción del aparato financiero de su propio reino, el Zar decide que va a invadirlo. Advierte que lo van a matar y un gran miedo lo invade. Le pide al Gran Dios que lo proteja, a San Antonio y todos los santos. Se ve perdido por el desastre ocasionado y por consejo de su esposa se dispone a hacer la guerra aunque no quiere. Reúne tropas y víveres, pero cuando los contingentes le dicen que tiene que pagarles, se niega a soltar el dinero. “Ni un real”, dice.

La virtud de ser consciente, no le corresponde al absurdo. En un pasaje de Ubu Cornudo, otra de las obras de Jarry, Ubu invade la casa de un hombre notable. Desea matar al hombre. Entonces llama a la conciencia, que esta en una maleta llena de telarañas, y le pregunta si debe asesinarle. La conciencia le responde que no es civilizado hacerlo, que es un pobre viejo inofensivo y vulnerable y sería cobarde asesinarlo. Ubu decide ultimar al viejo, ya que no representa ningún peligro, y le agradece a la conciencia sus buenos consejos.

La hipérbole del absurdo

La historia de Venezuela parece un retrato del absurdo sin complejos. Según Antonio Arráiz, durante el siglo XIX, entre 1830 y 1903, en apenas 74 años, ocurrieron 39 revoluciones. Casi una revolución cada dos años. Independientemente de las condiciones históricas y sociales que dieran origen a este fenómeno, razonables o no, la imagen que produce es casi cómica. Usted y yo estamos en una hacienda con nuestros peones, somos militares o conspiradores, o simples hacendados desadaptados. Después de unos cuantos rones y una ternera, en pleno festín, nos parece que el gobierno no hace las cosas bien o no se asemeja a nuestros ideales que son, claro, los de nuestros libertadores —el absurdo más común—, armamos a los muchachos, nos montamos en nuestros caballos y a la capital a tumbar el gobierno.

Entre el siglo XIX y el XX, de una Venezuela rural nos transformamos en una petrolera, y los cinturones de miseria rodearon las ciudades más importantes del país. Una ceguera de otro mundo se apoderó de la conciencia del venezolano, que vio esa manifestación social como una realidad paralela y normal ¿Fue este suceso el origen de nuestro absurdo caribeño?

Los últimos catorce años han representado casi de forma teatral la hipérbole del absurdo. El preludio a esta puesta en escena lo puso el presidente anterior: cambió el nombre del país y adelantó media hora el tiempo nacional, creyendo que con eso transformaba “la velocidad del futuro” y sólo modificó el huso horario internacional.

Entre refriegas, paros cívicos y huelgas nos hemos visto envueltos, hasta el momento determinante en que ese mismo presidente convirtió en un show televisivo, con silbato en mano, el despido de más de treinta y dos mil trabajadores directos e indirectos de la industria petrolera. Para muchas de esas personas, luego de ese evento, sus vidas terminaron en tragedia: se suicidaron, murieron o poblaron las clínicas con enfermedades terminales. Solo unos pocos tuvieron la dicha de un futuro mejor, pero exiliados.

Después de esta fecha los dislates fueron cada vez mayores. Una noticia aparecida en el periódico Tal Cual el 18 de abril de 2007, presenta esta perla del absurdo: Acuerdo de cooperación entre Venezuela y Gambia en el área de energía, educación, salud y agricultura “aunque no están definidos los términos del acuerdo macro… de forma específica, el país africano tiene pensado enviar a Venezuela cada dos meses mil docenas de jarabes y medicinas a base de hierbas para tratar el asma”.

En una fiesta reciente, entre la mezcla de la música y chill out, el DJ soltó la voz del presidente Chávez, tomada de un programa de televisión, haciendo el relato de una diarrea que tenía y quería bajarse del tractor. Aquello encendió las risas desternillantes de todos los que estaban presentes. Para el presidente, la condición de sus intestinos era noticia nacional.

Uno de los absurdos más famosos fue la cuasi declaración de guerra a Colombia por televisión, con rompimiento de relaciones y cierre de la frontera, en defensa de la patria. Esto supuso un sufrimiento dramático para todas las poblaciones fronterizas, sin ninguna explicación más que su deseo. Según se supo luego, los militares que conducían los tanques que se desplazaban a la frontera, eran poco diestros en el asunto. Algunos tanques no tenían gasolina y los propios militares al no poderse comunicar por radio, lo hacían por teléfonos celulares. Imaginemos qué pensarían los militares colombianos.

En el gobierno que pasó, una larga lista de eventos extraños ocurrieron: desde profanaciones de tumbas televisadas, cambios de rostros de los héroes patrios, rituales que desafiaban la imaginación de solo oírlos, zeppelines vigilantes que volarían por la ciudad de Caracas, gallineros verticales, tomas de sol y baños a las riberas del Guaire, hasta propuestas de premio Nobel de la paz. Seguro es que quien lea esto tendrá su propio recuerdo al respecto.

Pero si alguno creía que el fenómeno había finalizado, se equivocó. Cerca de las elecciones de este año, hablaba con un amigo acerca de una novela de un afamado escritor norteamericano. Me preguntó que cómo me había ido con ésta. Le dije que me había fastidiado y que era un poco descriptiva: “no toca la emoción”. Luego acoté parte de la historia del escritor: “¿Sabes? Ese escritor es un observador de aves”, a lo que mi amigo respondió: “El presidente también”. Luego de esa chanza, vino la reflexión, ¿dónde estaremos que un pájaro dicta el curso de una nación? Y además, hay que responderle silbando.

Nada de esto ha parado. El lenguaje se ha transformado en vulgaridad, de neologismos a groserías. Hay patente de corso. Hemos llegado a situaciones hilarantes en la realidad nacional: se publicó la noticia en los periódicos del planeta: en Venezuela no hay papel toilet. También otra impactante, un espontáneo le quitó el micrófono al nuevo presidente en su nombramiento en las narices de la máxima seguridad. Tal vez sea verdad que necesitemos telescopios que nos ausculten el corazón. A lo mejor con uno de esos aparatos logramos ver nuestra alma.

Los venezolanos tenemos muy en cuenta la frase de Tertuliano: “Creo porque es absurdo”, y necesitamos ser testigos de una monstruosa representación del mismo, que tiene como telón de fondo la realidad nacional: pobreza, corrupción, inseguridad, muerte, debacle económica, y además reírnos de nuestra tragicomedia.

T.S. Eliot dice: “La humanidad no puede soportar demasiada realidad”. Si el absurdo es una realidad paralela, somos campeones. No existe humor sin absurdo, ni absurdo sin humor.

Para aquellos que piensan que existen dos mitades irreconciliables de la población, les tengo una sorpresa: nos une el absurdo. Y los que creen que del otro lado no existe, deben saber que todos somos parte de lo mismo. Si algo queremos aprender, tendríamos que hacer conciencia de este extraño aspecto de la psique que nos habita. Quizás así no se haga tan frecuente en nuestra realidad cotidiana y nacional.

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(Montaje de Ubú Rey filmado en 1965, dirigido por Jean-Christophe Averty)

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