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Orwell, “1984” y nosotros; por Eloi Yagüe

1984

Lo de menos es que el 25 de junio se cumplan 110 años del nacimiento de George Orwell. Lo importante es que su libro 1984 (¿Novela? ¿Ensayo? ¿Ensayo novelado?), escrito tan lejos y hace mucho tiempo, tenga tanta vigencia aquí y ahora.

Motihari, una pequeña ciudad de la India, es conocida por dos cosas: ser el asiento de la mayor estupa budista del mundo (monumento en piedra, de forma semiesférica o acampanada) y haber visto nacer en 1903 a Eric Arthur Blair, quien con el tiempo cambiaría su nombre a George Orwell, tradición esta –la de adoptar seudónimos– bien arraigada en los escritores británicos.

Orwell hizo muchas cosas en la vida, debido a que no pudo proveerse –por falta de dinero– una sofisticada educación universitaria. Entre otras fue miembro de la Policía Imperial en Birmania, lavavajillas en hoteles de lujo en París y miliciano en la Guerra Civil Española. Esta última experiencia fue decisiva para su formación y para la escritura de 1984.

Homenaje a Cataluña

Orwell (se llamaría así a partir de 1933) aparece en 1936 en España, pocos meses después del estallido de la Guerra Civil, con una carta de recomendación del Partido Laborista Independiente inglés, para integrarse a las Brigadas Internacionales. El escritor ya profesaba simpatía por la izquierda, y a raíz de su experiencia en Birmania había desarrollado una actitud antiimperialista, y ciertamente su posición era antifascista, como muchos de los voluntarios que llegaron a España de todo el mundo para combatir contra el fascismo.

Orwell se integró en las milicias del POUM en Barcelona. El Partido Obrero de Unificación Marxista era de tendencia trotstkista, y lo dirigía Andreu Nin, intelectual catalán que había traducido a Trotski. Aunque ya tenía diferencias con el desterrado líder comunista ruso, compartía al cien por ciento su rechazo al autoritarismo de Stalin, plasmado en el vergonzoso culto a la personalidad.

Orwell narra en dos libros, Cataluña 1937 (Homage to Catalonia) y Mi guerra Civil Española, las vicisitudes de los milicianos, mal armados, mal vestidos, a veces sin comida ni atención hospitalaria, que eran enviados al frente a combatir a los fascistas sin tener la menor preparación militar. En cierta ocasión intentó disparar un viejo máuser, y le explotó en la cara por tener el cañón averiado.

Pero a Orwell le tocó vivir una circunstancia decisiva. En mayo de 1937, Barcelona fue escenario de acontecimientos que pusieron en evidencia la profunda división de la izquierda, como la tremenda influencia de Stalin en la España Republicana, y que marcaron el inicio del fin de la guerra pues inclinaron la balanza a favor de Franco y su ejército profesional apoyado por Hitler y Mussolini.

Lo que ocurrió fue mas o menos lo siguiente: toda Cataluña, pero Barcelona en particular, eran un bastión anarquista, con mas de un millón de afiliados a la CNT-FAI (Confederación Nacional del Trabajo–Federación Anarquista Ibérica). Los anarquistas eran la primera fuerza política, más aún que los partidos nacionalistas y más incluso que los de izquierda, entre ellos el POUM y el Partido Comunista de España.

Los anarquistas, tan entusiastas como indisciplinados, estaban descontentos con el predominio creciente de los comunistas (Stalin enviaba armas y pertrechos a cambio de consolidar un férreo control político de la situación española) y deciden tomar el edificio de la Telefónica en Barcelona, centro clave para el control de las comunicaciones republicanas.

Enseguida las tropas comunistas rodean el edificio para intentar sacar a los ácratas. Pero estos se defienden denodadamente. Durante una semana, Barcelona es campo de duras luchas callejeras entre la izquierda libertaria y los estalinistas. Anarquistas y trotskistas comparten barricadas y trincheras para luchar contra la influencia de los comunistas. Sin embargo, estos finalmente ganan y someten a sus antiguos aliados a una cruel represión, encabezada por la KGB, la poderosa policía política soviética, que culminará con la desaparición de numerosos dirigentes y militantes no comunistas, entre ellos Nin, presumiblemente asesinado en Madrid.

Orwell se salva de la represión y comprendiendo que la guerra está perdida, regresa a Londres. Ha descubierto el verdadero rostro del comunismo y se ha dado cuenta de que no difiere en mucho del fascismo. Dos ideologías aparentemente tan diversas coinciden en algo: su necesidad de imponerse pisoteando toda individualidad de los seres humanos, uniformando el pensamiento, prohibiendo toda divergencia y castigando con la tortura, la prisión, el exilio y la muerte todo intento de crítica y disensión.

Doce años después, en 1948, escribe 1984. Los acontecimientos de España, tanto como los de la Segunda Guerra Mundial (durante la cual fue miembro de la Home Guard, llegando a recibir la Medalla de la Defensa), lo terminan de afianzar en una visión pesimista de la historia del mundo contemporáneo y decide plasmarlos en forma de novela.

Una pesadilla burocrática

1984 es una distopía (antiutopía) y una ucronía (una historia que ocurre en un tiempo ficticio o en una versión alternativa de la historia), aunque personalmente me parece que se acerca más a la novela de anticipación o futurista, de política ficción con elementos de ciencia ficción. Fue publicada por primera vez en castellano por Ediciones Destino (Barcelona, 1978).

Transcurre en un mundo que surge de las cenizas de una guerra atómica. Tres superestados se reparten el planeta: en Oceanía (islas británicas) prevalece el IngSoc (Socialismo Inglés), en Eurasia el neobolchevismo y en Asia Oriental, lo que se conoce por un nombre chino que suele traducirse por “adoración de la muerte”, pero que quizá quedaría mejor expresado como “desaparición del yo”, explica Orwell.

A los ciudadanos de Oceanía no se les permite saber nada de las otras ideologías pero se les enseña a condenarlas. Los tres superestados viven en guerra permanente pero ninguno puede ganarla del todo. El planeta se mantiene en un precario equilibrio.

Winston Smith es un funcionario gris del no menos gris Ministerio de la Verdad. Su trabajo consiste en manipular noticias y fotografías con el fin de adaptarlas a los intereses propagandísticos del gobierno, tal como hizo Stalin con las fotos de Lenin en las que Trostki aparecía y que mandó quitar.

Winston vive una vida mediocre permanentemente vigilado por el Gran Hermano, el líder supremo, de quien no se sabe si está vivo o muerto, quien lo mira con sus ojos penetrantes desde enormes vallas, murales y pancartas ubicadas en todos los puntos de la ciudad.

Winston llega a su casa y prende la telepantalla. Él no sólo la mira, sino que ella lo mira a él y permite vigilarlo constantemente. Cada día, a una hora determinada, todos tienen que participar en un ritual llamado “los 2 minutos de odio”, que consiste en gritar insultos contra Goldstein, un judío –personaje inventado pero que recuerda a Trotski– que es el enemigo del pueblo por antonomasia, y a quien culpan de todos los sabotajes y atentados terroristas por ser un agente de potencias extranjeras.

En medio de este panorama opresivo, Winston conoce a Julia, una chica de la que se enamora, perro que es una fanática que sólo tiene eslóganes en la cabeza. Finalmente lo delata y Winston es sometido a un proceso de “reeducación”, léase un lavado cerebral.

Para mantener ese estado totalitario, el gobierno somete a los ciudadanos a un permanente lavado cerebral mediante técnicas como la Neolengua, el Doblepensar, y el permanente adoctrinamiento ideológico mediante dosis masivas de propaganda. La Neolengua permite invertir la carga semántica de las palabras; por ejemplo, el Ministerio de la Verdad en realidad se ocupa de fabricar mentiras.

El fomento permanente de la paranoia y el temor a la guerra y a ser invadidos, constituye un formidable mecanismo de control social, y es útil para aplastar cualquier tipo de disensión. “Lo único preciso es que exista un estado de guerra”, anota Orwell. “La idea de que se está en guerra, y por tanto en peligro, hace que la entrega de todo el poder a una reducida casta parezca la condición natural e inevitable para sobrevivir… el objeto de la guerra no es conquistar territorio ni defenderlo sino mantener intacta la estructura de la sociedad”.

Al mismo tiempo, el gobierno juega con la escasez de  alimentos y productos de primera necesidad. “Constituye una táctica deliberada mantener incluso a los grupos favorecidos al borde de la escasez, porque un estado general de escasez aumenta la importancia de los pequeños privilegios y hace que la distinción entre un grupo y otro resulte más evidente”.

¿Cuál es la intención final de todo esto? “Las dos finalidades del partido son conquistar toda la superficie de la Tierra y extinguir de una vez para siempre la posibilidad de toda libertad del pensamiento”, resume el escritor.

La famosa lista negra

Orwell murió de tuberculosis en 1950. Los últimos días de su vida estuvo enamorado de Celia Kirwan, una hermosa mujer de tendencias izquierdistas que trabajaba desde hacía un tiempo en el Information Research Department (IRD), una sección semisecreta que la Foreign Office organizó para cumplir tareas de propaganda anticomunista en la posguerra.

Supuestamente ella, quien lo visitaba en el hospital, le habría pedido una lista de “criptocomunistas” o comunistas escondidos, y él se la habría suministrado. En el año del centenario de Orwell, el documento que contiene esa información fue dado a conocer en su integridad, identificado con las siglas FO 1110/189, y puede ser consultado en el Archivo Nacional Británico.

¿Eligió Orwell representar el papel de Winston Smith antes de hacer mutis por el foro? ¿Fue para él Celia la Julia que lo convenció de ser un delator o es una broma de ultratumba de Stalin? Todo parece indicar que la información suministrada por Orwell –la famosa lista incluye a personalidades como Chaplin, Vanessa Redgrave o Isaac Deutscher, biógrafo de Trotski– no era con fines de delación sino para saber con quién se podía contar y con quién no para una campaña anticomunista.

1984 tiene versión cinematográfica directa, dirigida por Michael Radford. La vi hace muchos años (curiosamente, de 1984) y sólo recuerdo que a Winston lo encarna Richard Burton pues fue una de las últimas películas en que actuó. La otra es Brazil, del director Terry Gilliam, la cual es mucho más fiel al espíritu de la novela. En este film la crítica a la burocracia se vuelve mucho más efectiva gracias al cáustico humor británico. Protagonizada por Jonathan Pryce tiene una breve aparición de Robert De Niro.

Lo cierto es que muchas de las situaciones que previó Orwell en 1984 sorprendentemente están vigentes muchos años después de su publicación e incluso, de la caída del Muro de Berlín. Al parecer, el estalinismo sigue vivo entre nosotros y ahora cuenta con tecnología de punta. Al menos la Neolengua, que permite invertir el significado de las palabras, cosa que advirtió recientemente el escritor argentino Patricio Pron cuando estuvo en Caracas para la Feria de la Lectura de Chacao, y anota su desconcierto: “cuando descubro o recuerdo que al plátano se lo llama ‘cambur’, a la sandía ‘patilla’, a la fruta de la pasión ‘parchita’, a la papaya ‘lechoza’, a los demócratas ‘fascistas’ y a los fascistas ‘demócratas’.”