Artes

La plenitud de una existencia mediocre / “Una vida plena” de L. J. Davis; por Patricio Pron

Por Patricio Pron | 26 de junio, 2013

una-vida-plena textoQuizás podría decirse que Lowell Lake, el protagonista de esta novela de L. J. Davis, está pasando una mala época, pero el hecho es que las épocas anteriores tampoco han sido muy buenas: a Lake le tomó años darse cuenta de que sus padres dirigían “un burdel con autoservicio” (en realidad, un motel en las afueras de Bosie, Idaho, 17), intentó huir sin éxito de su propia boda, nunca supo cómo se llama su suegra (de su suegro sólo sabe que se llama “Leo”), fracasó en su intento de ser novelista, se mudó a Nueva York contra la voluntad de su esposa y acabó convirtiéndose en el jefe de redacción de una revista de fontanería en la que no tiene absolutamente nada que hacer excepto soportar a un jefe con ínfulas de Perry White. Lake piensa que su problema es que no tiene “una vida plena”, y decide hacer algo al respecto, pero su drama (su drama secreto y muy posiblemente incomprensible para él mismo) es que la plenitud de una existencia mediocre sólo puede ser más mediocridad, un paroxismo de la “amalgama constante y curiosamente plácida de tedio y desesperación” (79) que es su estado de ánimo, y su culminación en la catástrofe. Lake descubre que:

Su pelo estaba raleando, pero no daba la impresión de que la frente fuera más alta sino de que le hubieran rebanado la parte superior de la cara. Sus dientes eran frágiles, y su barbilla era pequeña. […] Parecía un personaje de historieta, un Henry Tremblechin juvenil. Parecía un funcionario público menor en una ciudad donde los republicanos siempre han tenido el poder. Parecía un alfeñique al que querías patearle la cara (87-88).

Aunque “ya no está acostumbrado a las emociones fuertes” (79), Lake decide tenerlas todas: compra una antigua mansión ocupada en Brooklyn, expulsa a sus ocupantes (en su mayoría, familias afroamericanas y portorriqueñas) y se dedica a convertir esa ruina (paciente, diligentemente) en una ruina aun mayor. A través del agujero en el suelo que permite vislumbrar la entrada desde los pisos superiores, y que parece tragárselo todo, Lowell ve caer su trabajo, su matrimonio (con una esposa a la que imagina como “un buen mueble. […] un objeto servicial cuya altura, anchura, longitud, forma, color y densidad aproximada daba por hechos” pero de la que realmente no sabe nada, 157) y aun la inocencia a medias distraída y a medias alcoholizada que ha caracterizado su vida hasta ese momento. Notablemente, si algo no cae por ese agujero es esta novela amargamente cómica; ni su lector.

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L. J. Davis
Una vida plena
Trad. Carlos Gardini
Buenos Aires: La Bestia Equilátera, 2013

Patricio Pron 

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