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Posdata: Michael Hastings (1980-2013); por Jon Lee Anderson

Por Jon Lee Anderson | 21 de junio, 2013

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Hay algo especialmente trágico en la muerte de Michael Hastings, a la edad de treinta y tres años, en un accidente automovilístico en Los Ángeles. Fue el periodista que saltó a la fama en 2010, con un artículo publicado en la revista Rolling Stone sobre el general Stanley McChrystal, quien entonces era el jefe de las fuerzas militares estadounidenses y aliadas en Afganistán. McChrystal y su personal eran abiertamente irrespetuosos hacia un presidente Obama que llevaba poco tiempo en la Oficina Oval y que además seguía luchando por imponer su autoridad sobre una institución militar que —después de ocho años de mandato de George W. Bush y dos guerras— se había empoderado en exceso.

Haciendo eco de presidentes anteriores que habían despedido a generales de alto perfil (MacArthur despedido por Truman; Singlaub por Carter), Obama destituyó a McChrystal y nombró en su lugar al general David Petraeus, entonces el jefe del Comando Central de EE.UU. y jefe directo de McChrystal. En la desafortunada cronología que sucedió al despido, McChrystal terminó como profesor en Yale. Y Petraeus, pronto ascendido y sacado de Afganistán para tomar la dirección de la CIA, perdió su trabajo cuando se reveló que había tenido una aventura extramarital.

Hastings ganó el Premio George Polk por su historia sobre McChrystal y la amplió al escribir el libro The Operators (2012). Fue también muy despreciado por el personal y los fanáticos de McChrystal, al igual que en diversos círculos mediáticos, por el supuesto quiebre de las reglas tácitas sobre acceso periodístico que llevó a Hastings a construir su reportaje. Al hacerlo, muchos piensan que el periodista perjudicó la carrera de McChrystal, considerado en la inteligencia militar establecida como el hombre adecuado para salvar a América de sí misma en el pantano de Afganistán. El asunto de los trade-offs que hacen los periodistas es, sin embargo, bastante real, y vale la pena confrontarlo.

En cualquier caso, después de que la Administración Obama aumentó la presencia militar estadounidense en Afganistán, ahora parece decidida a acabar con ella para el año 2014. Cuestionar si todo hubiera sido diferente si tan solo McChrystal se hubiese quedado a cargo es una pregunta que queda para la historia. A uno le habría gustado saber, entre muchas otras cosas, cómo el propio Hastings ve ese episodio en retrospectiva. Él pasó a escribir sobre drones, Petraeus y Julian Assange, y cubrió la campaña presidencial para BuzzFeed —y escribió otro libro sobre la experiencia: Panic 2012 (2013). Hay una sensación de pérdida ahora, al pensar cuán lejos lo habrían llevado sus reportajes y su disposición de hacer ruido en medio de silencios acordados.

Conocí a Hastings hace años, en Irak. La última vez que lo vi fue en 2010, cuando ambos estábamos en la Casa Blanca por una rueda de prensa conjunta de Obama y Karzai. Poco antes, en el jardín, Hastings y yo estábamos charlando amistosamente y le pregunté qué estaba haciendo. Dando un paso adelante, me dijo en un discreto susurro que estaba investigando al general McChrystal. Más tarde, en la conferencia —que resultó ser un tenso encuentro entre Obama y Karzai— me senté detrás de McChrystal, quien, como observé, se destacaba entre todos los jefes sentados en primera fila (incluyendo a Hillary Clinton, entre otros) por ser la imagen del soldado serio: erguido y contenido de energía nerviosa, la espalda recta, escuchando cada palabra con atención. Fue sólo unos meses antes de su caída.

Hastings también escribió un libro sobre su experiencia en Irak, esa otra guerra, grande y desastrosa, de la década pasada. En I Lost My Love in Baghdad (2008), Hastings escribió acerca de cómo su novia, Andi Parhamovich —quien se había reunido con él en Irak, donde fue reportero de Newsweek mientras ella trabajaba para el Instituto Democrático Nacional— fue asesinada cuando el convoy en que iba de pasajera fue atacado. Para alguien que vivió tan brevemente, Hastings tuvo su severa cuota de sufrimiento personal a costa de nuestras trágicas guerras. Encontró de nuevo el amor al casarse con Elise Jordan, y estaba formando una vida con ella. Hoy, ofrecemos a ella y al resto de su familia todas nuestras condolencias.

***

Publicado en The New Yorker el 19 de junio, 2013. Traducción: Nelson Algomeda.

Jon Lee Anderson 

Comentarios (1)

David datica
21 de junio, 2013

Triste, extremadamente triste, que una voz tan infrecuente en este mundo de “silencios acordados” se marche tan temprano.Que bonito e interesante será saber que muchos periodistas, (y no solo ellos)continúen la senda de este hombre brillante e irreverente. Nada fácil!

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