Se oye un ruido de helicópteros y debajo tiembla la calle. Hay un rumor en coro, un mosaico multitudinario de demandas. Son miles, visibles desde los puentes y distribuidores, y también desde las imágenes que ofrecen las cámaras instaladas en algunos de esos aparatos voladores. La televisión ha tenido que doblar sus mecanismos de cobertura para hacerle frente a una manifestación que se había perdido en la memoria de Brasil. Los cuerpos de seguridad, ni hablar.
La semana pasada hubo un enfrentamiento entre la Policía Militar, que depende de la gobernación (PSDB), y los manifestantes en Sâo Paulo. El saldo: 249 detenidos según los medios locales, y más de cien heridos, entre ellos siete periodistas del diario Folha de Sao Paulo. Los cuerpos de seguridad fueron duramente criticados por el abuso de poder: balas de goma disparadas a quemarropa, spray pimienta y gases lacrimógenos en exceso. El gobernador de Sâo Paulo, Geraldo Alckmin (PSDB), no solo se atrevió a defender esa actuación, sino que la aplaudió, pues según él la policía lo que hizo fue proteger a los mismos protestantes de más “actos de vandalismo y violencia que dejan rastros de destrucción”.
Ese fue uno de los detonantes que originó que decenas de miles de televidentes decidieran abandonar su sofá el pasado lunes para salir a acompañar a los dirigentes juveniles de ANEL (Asociación Nacional de Estudiantes-Libre) y MPL (Movimiento Pase Libre), entre otras organizaciones, que en un principio habían levantado su voz contra el aumento del pasaje en la capital paulista, de 3 reales, a 3,20. De ahí salió el primero de los manifiestos: “3,20 é roubo”.
Hoy algo cambió respecto a la actuación policial, que se mantiene al margen. Hay una mudanza en la estrategia de enfrentamiento a la protesta. Una sola patrulla rodeada de una decena de motos le abre el paso a los manifestantes, una barahúnda que canta: jóvenes, sobre todo, pero también ancianos y niños que nacieron apenas cuando el expresidente Lula estrenaba su segundo mandato. Hay pocos policías civiles en los bordes de la marcha y las esquinas a las cuales se puede dirigir el tumulto. Hay reporteros, ciclistas y motorizados, encapuchados, zanqueros, máscaras, pitos y pancartas. Los que protestan dicen estar molestos, pero les brota un entusiasmo de fiesta. Hay quienes brincan al ritmo de la percusión, una batucada distinta. El carnaval de los disconformes. Hay comandantes de ruta que se llaman por sus teléfonos celulares y deciden el rumbo de la concentración. Los helicópteros de los medios y la Policía Federal siguen sobrevolando. Notan que siempre llega alguien que se suma, y que la marcha es de proporciones sorprendentes.
En Brasil vive mucha gente, más de 194 millones de habitantes, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, y esta noche, lunes 17 de junio, pasadas las 8, mucho menos del 1% ha demostrado en Sâo Paulo que con la misma cantidad de personas que llenas un estadio de fútbol enorme y costoso puedes poner a pensar a la clase política, puedes eclipsar a la opinión pública. Puedes marcar un antes y un después. Puedes llamar a que la calle tiemble más. Porque esa gente que marcha y grita es ya una lava enorme que cubre las principales avenidas de la ciudad más poblada del país en su quinto día de protesta. Y no para.
Las respuestas del Ministro de la Secretaría de la Presidencia, Gilberto Carvalho, admitiendo que el gobierno federal se vio superado y aún busca entender lo que está ocurriendo, y de la propia Dilma Rousseff, quien se atrevió a decir que los jóvenes le habían “enviado un mensaje directo a los gobernantes en todas las instancias”, que su generación sabía lo que había costado llegar a “esto” en el pasado, refiriéndose al talante democrático del sistema que gobierna, y que “los ciudadanos quieren más y tienen derecho a más”, son cuando menos elocuentes.
El gobierno respondió desde el Palacio presidencial de Planalto, apenas doce horas después de que más de una decena de marchas colapsaran las principales capitales del país en plena celebración de la Copa Confederaciones. Lo hizo sin ofensas ni ánimos de confrontación, sin pretender banalizar ni subestimar la fuerza de los manifestantes tildándolos de derechistas, burgueses, oligarcas o apátridas, como suele hacer el gobierno de la vecina Venezuela. Se mostró abierto al diálogo. Dilma se apuntó un gol, aunque va perdiendo el partido, ahora en manos de miles de inconformes que la noche del martes volvieron a saltar a las calles en Sâo Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte.
Se vuelven a oír los gritos y uno de ellos, el más repetido, es :“¡Eeeh, vem, vem para a rúa, vem, contra o aumento!”. Recuerda el motor original de la protesta: la subida del pasaje del transporte público. “Nosotros no teníamos una dimensión clara de lo que iba a ser la manifestación del lunes, en el Facebook hubo confirmación de miles de personas, pero es obvio que esto hoy va mucho más allá de los postulados a favor del pasaje gratuito”, afirma Clara Saraiva, Ejecutiva Nacional de ANEL.
Una de las presencias más vitoreadas fue la de Maritza Ferrer, una anciana de 82 años que se manifestó a favor del PT, pero en contra de la violencia de los uniformados en la semana anterior. Ante la pregunta de si ella había acompañado las primeras protestas, respondió: “no, estaba descansando, pero ahora salí a la calle porque tengo hijos y nietos”.
Fortunato Marturini, de 66 años, fue el lunes en la noche en su silla de ruedas para expresarse contra el llamado PEC 37, una ley que está en discusión en la Cámara de Diputados y que restringe el poder de investigación del Ministerio Público contra casos de corrupción. Y el estudiante de filosofía Natham Banach se mostró contrario, incluso, junto a una inmensa turma de caminantes, a los pequeños partidos políticos que buscaban legitimación al marchar con sus banderas en alto. Los llamaban “intrusos”. En diversos momentos de la marcha, al PSTU (Partido Socialista de Trabajadores Unificado) le llegaron a gritar “¡Va a tomar no cu!”, que en estricto portugués rima con sus siglas y no se refiere precisamente a una muestra de cariño y apoyo.
Las protestas del martes (sexto día corrido) fueron casi tan concurridas como las de la noche anterior, pero no menos intensas. Incluso hubo escaramuzas y fuertes choques con la policía Sâo Paulo y Río de Janeiro. En medios audiovisuales e impresos se especuló con que el propio expresidente Lula se reuniría junto a Dilma Rousseff con el Prefecto de Sao Paulo, Fernando Haddad (PT), en el aeropuerto de Congonhas, de la capital paulista, para ubicarle una salida pacífica y satisfactoria a las demandas del pueblo.
“Ha sido sorprendente, yo creo que los políticos no entendieron hasta hoy lo que estaba pasando, los periódicos menos, y las personas que estaban protestando en la calle tampoco entienden la dimensión que tomó esta protesta masiva. Al principio se trataba solo de una reivindicación por un servicio de trasporte público de calidad, ahora se juntaron los insatisfechos y miles y miles de personas están exigiendo respuestas que el gobierno probablemente no tiene”, afirmó Daniel Bramati, un experimentado reportero de política del diario “O Estado de Sâo Paulo”, para quien esa característica que hoy hace fuerte a la protesta, mañana puede convertirse en una debilidad: “porque son muchas demandas al mismo tiempo, no hay una sola causa”.
Según Bramati, se trata del estallido de una nueva clase media, “que ha mejorado su situación, pero aún es muy dependiente de unos servicios públicos que presentan problemas estructurales, como la corrupción, o la salud y la educación, solo que antes no se apreciaba con claridad que existía ese desencanto general”.
Otro de las consignas claves de la protesta es “ahhh, ahhh, ¡o povo acordó!” (“ahhh, ahhh, ¡el pueblo despertó!”). Para Clara Saraiva, la Ejecutiva Nacional de ANEL, que el lunes se mantuvo al frente de la manifestación, liderando en ocasiones los cantos con un micrófono, “la dinámica de lucha política tiene sus propias leyes. ¿Hasta dónde va a llegar esto? Nadie sabe. Todavía existe duda sobre cómo va a responder el gobierno. El salario está siendo corroído por la inflación y la educación es una desgracia. A nosotros nos inspiran las protestas del mundo árabe y Europa, seguro, los motivos de Egipto, Yemen, Siria, son muy distintos, porque ellos buscan conquistar la libertad y a nosotros no nos motiva derribar al gobierno, pero sí queremos mejorar el funcionamiento de aquello que está mal, esto es contra las pésimas condiciones de vida”.
Poco antes de las nueve de la noche del lunes, ya la marcha en Sao Paulo y replicada en otra decena de capitales (incluso superada en número de personas en Río de Janeiro) que se había convertido en una turba, dejó una estela de tensión e incertidumbre en su punto de encuentro inicial, en los ocho canales de ida y vuelta de la avenida Faria Lima. Allí, algunos trabajadores iban de regreso a sus hogares, en la periferia, y el sistema de buses volvía poco a poco a su normalidad. La noche caía junto a la temperatura y reinaba el silencio.
En ese lugar semivacío donde se respiraba cansancio y el tráfico era en un espejismo, un chófer logró levantar la voz entre un grupo de colegas, aunque no quiso dar su nombre. Dio en la clave sobre la agenda que debe encontrar la clase política (dirigencial o no) para empezar a ofrecer las salidas que aún no encuentra. ¿Con quiénes va a negociar qué clase de cambios y mejoras? Hay ahora casi tantas críticas y exigencias como voces; es un proceso que empezó con la forma de una demanda puntual, de protesta específica, y que ha tomado una dimensión inédita.
El chofer sin nombre aseguró que apoyaba la esencia de las manifestaciones de calle, pero no su punto iniciático: “Porque esos chamos de la clase media se quejan por 3,20 reales, pero gastan 6 en una caja de cigarros o hasta 8 por una cerveza. Todo bien, eso no lo acompaño, pero sí me gusta que hayan notado que juntos son más fuertes, y que demuestren que tienen derecho a quejarse, porque a lo mejor esa protesta evoluciona y el gobierno se entera de que debe mejorar la educación y la salud, que sí son demandas necesarias para los que somos más pobres”.
***
LEA TAMBIÉN ¿Qué está pasando en Brasil?