Artes

Piedad Bonnett: “En este libro triunfa la vida sobre la muerte”; por Albinson Linares

Poeta, novelista y dramaturga colombiana que en “Lo que no tiene nombre”, su más reciente libro, aborda una historia de dolor, muerte y resignación escrita en carne propia al narrar el suicidio de su hijo Daniel

Por Albinson Linares | 29 de abril, 2013
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Piedad Bonnett. Foto: Cortesía Prisa Ediciones

 

Piedad Bonnett* se ganó el premio Casa de América de Poesía Americana el jueves 12 de mayo de 2011. Era el merecido reconocimiento a una búsqueda interior que la llevó por los desiertos y páramos de la exploración estética a lo largo de diez poemarios y antologías como De círculo y ceniza (1989), Nadie en casa (1994), El hilo de los días (1995), Ese animal triste (1996), Todos los amantes son guerreros (1997), Lo demás es silencio (2003), Tretas del débil (2004), Los privilegios del olvido (2008), Las herencias (2008) y Explicaciones no pedidas (2011).

Son libros plenos de ricos versos precisos como: “Otra vez vuelvo a ti/ Cansada vengo, definitivamente solitaria/ Mi faltriquera llena de penas traigo, desbordada/ de penas infinitas/ de dolor (…) Humilde vuelvo a ti con el alma desnuda/ a buscar el reflejo de mi rostro/ mi verdadero rostro/ entre tus aguas”.

O: “Hijo mío, me duelen las herencias/ Esta culpa, zarza que arde y me quema/ y que no me concede saber cuál fue mi pecado (…) y tu herida/ es una pena antigua que por mi sangre pasa/ y estalla en las entrañas en que nadaste un día”.

Ese mismo día, en la noche, llamó a su hijo Daniel a Nueva York donde estudiaba una maestría en la Universidad de Columbia para darle la buena nueva sobre el premio. Sabía que había sido un mes horrible para él que estuvo preparándose noche y día para un absurdo examen de contabilidad por lo que había decidido regalarle unos días en un spa: “Fue un examen asqueroso que le tocó hacer y él entró y no entendió nada porque había dejado de medicarse para poder hacer el examen, lo que logró con eso fue que se trastocara su nivel de percepción. Creo que no resistió esa frustración de prepararse durante un mes estudiando todos los días hasta la 01:00 a.m. y luego su mente le juega una mala pasada. Lo llamé y le dije: ‘Mira me gané un premio y quiero darte un regalo para que descanses y te relajes. Ve al mejor spa de Nueva York, que ahora soy rica’. Me dijo ‘¡Gracias mamá!’ Y yo creo que era una despedida porque me sonó muy emotivo”.

Al día siguiente estuvo abstraído y silencioso mientras pasaban las horas junto a su hermana, recibiendo los mimos de masajes profundos y el frescor de las piscinas pero estaba ausente de todo. En la noche las heridas, las penas antiguas que Piedad prefiguró en sus versos estallaron cuando se enteró de que Daniel, su consentido, el menorcito que llevaba una década luchando con la esquizofrenia había alcanzado la liberación final al lanzarse de la azotea del edificio donde vivía.

El duelo infinito, la amargura que le desdibuja el rostro y un calco del dolor padecido es lo que, meses después, plasmó en la novela Lo que no tiene nombre.

piedadbonnet texto 1El dolor como objeto estético

El orden natural de las cosas promete la armonía perfecta, el equilibrio  necesario para la felicidad de la humanidad. O por lo menos así lo creían los fisiócratas. Pero la realidad caótica, salvaje todo lo subvierte y los llamados a transitar esa senda sufren lo indecible pero adquieren una rara  sabiduría que muchas veces confundimos con la resignación.

Piedad Bonnett conmovió y consoló a miles de colombianos con este reciente libro que lleva siete ediciones y más de siete mil ejemplares vendidos. En un país en guerra como Colombia esta escritora tocó las fibras más íntimas de muchos hogares al evidenciar su tragedia personal que empezó a escribir sesenta días después del adiós alado de su hijo Daniel.

Esta historia fue presentada en la Feria del Libro de Chacao y quienes quieran sumergirse en los trazos preciosistas y las exploraciones coloristas de la obra del joven pintor fallecido, pueden visitar http://www.danielsegurabonnett.blogspot.com/.

-¿Cuándo empezó el proceso de investigación de esta novela?

Daniel murió en mayo y yo me fui de viaje a Italia. Me llevé unos libros sobre el suicidio que ya había leído y quería volver a leer. Empecé a tomar notas en libretas mientras iba en los trenes al recordar la vida de Daniel y de pronto vislumbré la necesidad de escribir un libro porque la historia real tiene un componente dramático impresionante. Hablo de una intervención del azar y el destino entrelazados de tal manera que es realmente una tragedia.

-¿No se percató en ese proceso de que su hijo era un gran desconocido?

No. Lo conocía como una mamá conoce a un hijo, claro que siempre hay una parte que no conocía porque es la más íntima. Él ya era un hombre grande y yo no sabía, por ejemplo, de sus afectos porque ya no le cuentan eso a uno pero lo intuía. Éramos muy cercanos porque siempre vivió conmigo hasta que se fue a la universidad de Columbia pero esa cotidianeidad me enseñaba mucho de él. Nuestra relación era a través del gesto cariñoso y lo intelectual porque era pintor, dibujante y un chico muy intelectual con una buena biblioteca de arte interesado en los grandes temas contemporáneos por lo que teníamos discusiones.

-¿Discutían de su propuesta estética?

Yo como profesora universitaria que además había hecho una maestría en esa área siempre teníamos conversaciones a propósito de su propia obra. Entonces, por ejemplo, me ponía todos sus cuadros y me decía: ‘¿Qué opinas? ven acá, opina’ y yo le hablaba de la composición, etc. Teníamos discusiones de esa índole y él también me enseñaba de los nuevos pintores. Cuando íbamos a las exposiciones o viajábamos me hacía ver cosas porque estaba en el medio universitario reflexionando y ese era nuestro vínculo más grande.

-¿Era la enfermedad otro vínculo importante entre ustedes?

Claro, era el vínculo de la aprehensión de él. Del silencio terrible en relación con la enfermedad y yo tratando de descifrar qué pasaba en él, si estaba bien o no. Sabía que yo lo protegía en silencio y todo el tiempo tenía una mirada desapercibida. Él nos tenía prohibido tácitamente hablar de eso porque negó la enfermedad y seguía actuando como una persona completamente normal. Sólo tuvo cuatro episodios en diez años, eso es nada. Un autocontrol, una valentía increíbles que le permitían, por ejemplo, sentarse en una reunión social y sonreír todo el tiempo, hablar, opinar y lograr momentos genuinos de felicidad.

-¿Fue una decisión personal forzarse a enfrentar su vida sin tomar en cuenta el padecimiento que sufría?

Sin duda, y nosotros no podíamos traicionar ese deseo de que él pareciera totalmente normal. Pero era una tragedia, sobre todo, un drama mío y del papá también. Sus dos hermanas vivían en los Estados Unidos, estudiaron sus doctorados en universidades gringas y todas esas cosas por lo que él quería hacer lo mismo. Ser igual a sus compañeros de generación que se van y hacen esas maestrías y lo hizo hasta donde pudo, hasta que no pudo, hasta que se reventó…

-Usted escribió una columna en El Espectador donde habla de las posibles implicaciones que el Roacután pudo tener en la aparición del desorden mental que padecía su hijo…

Esa columna se multiplicó porque causó mucha zozobra con tantos chicos tomando eso para el acné como pasó con Daniel, y luego he recibido terribles testimonios del Roacután. Después de la publicación del libro se me acercan mamás que me dicen que sus hijos han tenido hasta cuatro y cinco intentos de suicidio o depresiones profundas luego de que usaron Roacután. Parece que tiene ese efecto en los seres humanos que traen la predisposición y a veces los hunde para siempre. Por eso lo eliminaron en Estados Unidos. Siempre hay un detonante para la aparición de una enfermedad mental y en el caso de mi hijo creo que fue el uso de esa sustancia para un tratamiento dermatológico.

-¿Cree que temas como el suicidio y las enfermedades mentales sigue siendo un tabú en la sociedad colombiana?

Conjeturo que sí. No sé si mucha gente llegue de manera morbosa al libro, a mirar una tragedia, pero como no conté eso de forma escabrosa, ni con detalles horribles entonces se me ocurre que ha tocado a la gente. En esos lanzamientos enormes que he hecho a los que van 400 o 600 personas logro ver que a la gente le parece increíble que una mamá haya escrito eso en tan poco tiempo. Muchas personas conocen esos casos o simplemente les interesa el tema como a los psicólogos, terapeutas y a veces los mismos maestros o madres que siempre tienen miedo. O que de pronto tienen la sospecha de que algo anda mal con su hijo. Padres que tienen a sus hijos enfermos han venido a mí, los mismos muchachos han acudido a mí. Antier uno me escribió: ‘Tengo un trastorno esquizofrénico desde hace muchos años, quisiera que me ayudaras a escribir mi propia historia’.

-¿Cómo fue el proceso creativo para la concepción de esta estructura narrativa?

Cuando empiezo a escribir esa historia rápidamente tomo decisiones literarias, lo que me parece increíble en ese estado de dolor. Decidí empezar por los días del duelo, los inmediatos a la muerte y luego quise hacer un flashback. Tomé decisiones frías de escritor y creo que era una manera de contener mi dolor. Lo que me propuse fue mostrar. No regodearme en mi propio dolor sino buscar una especie de descripción objetiva y distante. La literatura me ha enseñado que se logra mejor el efecto no hablando de la cosa, sino mostrándola. Simplemente lo que hice fue narrar, narrar, narrar con unas pequeñas intervenciones reflexivas que generalmente son apoyadas por otros autores. Me interesó incluir un diálogo con la literatura y los libros testimoniales sobre el suicidio y la enfermedad. Quise entregarle al lector un texto breve, por lo tanto condensado y muy contenido.

Pesquisas en la oscuridad

-¿Este notable interés por la enfermedad lo venía cultivando desde hace mucho años?

Me había interesado el tema de la enfermedad pero con fines prácticos, nada más. No era que me quisiera ilustrar sobre eso pero la ayuda de los médicos en Colombia fue tan precaria que nunca me dieron una bibliografía lo suficientemente buena. Entonces era lo que yo, con dificultad, lograba sacar de las librerías y nunca fue nada muy importante. Empecé a entender la enfermedad con toda su importancia cuando Daniel murió, y desde Estados Unidos empezaron a mandarme información. Comprendí cosas que su médico nunca nos dijo, como que el estrés es un desencadenante de los episodios psicóticos. Eso jamás me lo dijeron, si lo hubiera sabido probablemente le habría hecho toda la fuerza para que fuera a la universidad y se lo habría explicado. Él entendió lo del estrés cuando ya estaba en Columbia; entonces habría tomado una decisión distinta si hubiese estado claro porque los médicos en el afán de darle esperanzas al enfermo, muchas veces no lo informan suficientemente. Es mucho mejor conocer la enfermedad en toda su crudeza para poder enfrentarla hasta donde se pueda.

-¿Es probable que vuelva a la historia de Daniel en algún libro futuro?

No. Esto se acabó aquí. Hice un segundo duelo porque todo es contradictorio con este libro. La efusión de los lectores es muy estimulante pero la recibo al lado de un dolor que no cesa; a veces, después de estas presentaciones tan cálidas donde la gente me manifiesta su entusiasmo llego a la casa y me encuentro con el vacío. Hay una recuperación que es ficticia. Joan Didion escribió un libro sobre la muerte de su marido y luego sobre la hija, pero no quiero hacer una segunda parte. No. Está previsto que mis padres mueran porque tienen noventa y pico pero no siento un impulso para escribir una cosa de estas. Quiero volver a la poesía.

Expertos en duelo como el venezolano Fernando Yurman hablan de la fijación del recuerdo en nuestra memoria y los efectos positivos que tiene superar estos sentimientos…

Los críticos han dicho cosas hermosas. Oscar Collazos dijo que era un gran libro de amor. Yolanda Reyes escribió que este libro tocaba un tema que le había tenido sin cuidado a la literatura y que es la maternidad. Sacaba a la luz esa relación importantísima de la madre con el hijo porque generalmente leemos la perspectiva del hijo. La última novia de Roberto Bolaño me dijo que Daniel iba a quedar en la literatura colombiana como un personaje literario. Me han dicho que me conocen más por este libro. Hay una perspectiva de uno en la intimidad que la gente no suele ver. Me interesaba dejar claro el perfil de Daniel y hay muchas páginas en las que trato de decir quién era pero desde lo más íntimo, no configurando un personaje. Son puros retazos, lo que le queda a uno después de que una persona muere. Pero los retazos hablan de la gente.

-¿Tuvo alguna experiencia especial en la escritura de este trabajo?

No soy religiosa ni creo en el más allá, pero digamos que lo más importante fue el dilema moral que este libro me planteó. Y además correr el riesgo de que me juzgaran mal aunque no se han atrevido a alzar la voz, pero siempre habrá quien diga que por qué hice eso. Sí tuve como un contacto con Daniel que no es la comunicación a través de un médium, sino un diálogo con él.

-¿A qué situación se refiere?

Bueno me pasó algo con mi propia psique. Un día mientras hacía un libro de pinturas sobre su obra necesitaba saber si un cuadro era un carboncillo o crayolas o qué; no sabía la técnica y se me ocurrió que tenía que llamar a Daniel. De pronto me dije que la persona que me tenía que decir es él y voy a echarle una llamada a Nueva York para que me saque de dudas. Como las trampas de la psique.

-Luego de todas esas exploraciones, ¿cómo fue enfrentarse a lo más oscuro de esa tragedia para intentar explicarla?

Lo acepté desde el comienzo como algo muy triste pero probablemente inevitable. De todas maneras lo aterrador es que hay un misterio, ¿qué pasó en esas horas, en los últimos días? porque sólo tenemos conjeturas. Él se mató después de hacer el último examen en Columbia lo cual es muy simbólico. Me pregunto qué pasó por su cabeza, pero son cuestiones que no van a tener solución por eso mi manera de enfrentar el hecho fue escribir esto. Me han dicho que la novela da mucho consuelo pero no tiene ninguna intención de consolar. Creo que en este libro triunfa la vida sobre la muerte porque Daniel queda muy vivo.

           ***

*Piedad Bonnett también ha cultivado con tesón y genio la narrativa en libros como Después de todo (2001), Para otros es el cielo (2004), Siempre fue invierno (2007) y El prestigio de la belleza (2010) todos publicados en Alfaguara junto a Lo que no tiene nombre.

Albinson Linares 

Comentarios (2)

Víctor Celestino
1 de mayo, 2013

Se necesita una gran dosis de fortaleza y trascendencia sobre lo personal para llevar este tipo de narraciones que tocan de manera directa a uno. Y ciertamente, muy pocos salen con la entereza intacta luego de hacerlo. Lo logra Isabel Allende en “Paula” y ahora la Sra Bonett. Me interesa el libro, porque también me ha tocado un drama similar en la tragedia de Vargas y pienso narrarlo, cuando el tiempo me dé una perspectiva para ello. Mis respetos a Piedad Bonett.

Norayma González
5 de mayo, 2013

HURGANDo es el participio que se abré en mi recuerdo al final de este artículo. Hurgando en el dolor psíquico tal como lo hace también la otra escritora CLARICE LISPECTOR en su libro : ” EL LIBRO DE LOS PLACERES”. Claro está que en su artículo el dolor no es solo psíquico sino también físico, es lo que encierra un suicidio. Ambos dolores van a hurgar en la mente de una madre, según he conluído por su referencia.

Saludos.

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