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Sálvese quien pueda: Jezabel, de Eduardo Sánchez Rugeles; por Carlos Pacheco

sanchez rugeles texto

Fotografía: Nelson Castro/El Nacional

 

#Jezabel: una ficción inmisericorde de la Venezuela donde nos tocó sufrir. Sálvese quien pueda.

#Jezabel: novela no apta para mayores de 30 años, a menos que estén acompañados por chamos despiadados.

CSI/Petare: #Jezabel es un POLIcial POLÍtico con todos los hierros del género q deja en pelotas la degradación polarizada q nos agobia.

En todos sus libros, @sanchezrugeles ha sido 1 atrevido, 1 provocador, 1 iconoclasta, pero en #Jezabel se pasó. Amigo lector, ¡no olvides q es ficción!

Si aún existiera la Santa Inquisición, habría prohibido #Jezabel antes de publicarse y habría pre-excomulgado a sus potenciales lectores.

El ritmo sincopado d la escritura d #Jezabel es deudor del trino tuitero. Una noveleta o novela corta pero contada a tuitazo limpio.

Cada pocas páginas, #Jezabel deja estupefacto al lector y lo obliga a balar (pero con uve) un “veeeeeeeer…”.

Por su inverosímil actualidad y su equitativo desparpajo crítico #Jezabel recibirá leña de ambos bandos y de los demás también.

Sin ignorar dignos antecesores en obras d Francisco Rivera, @Borisizaguirre o @giselakozak, #Jezabel desnuda en 1ª persona a un memorable protagonista gay.

Nadie me pagará x decirlo, pero #Jezabel es 1 guión literario notable. La cinta sería premiada como denuncia d corrosiva iconoclasia y montaje vertiginoso.

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Comienzo esta nota crítica en clave de trino, contaminado aún por el estilo de Jezabel, esa novela corta de Eduardo Sánchez Rugeles que sale estos días del horno editorial de Ediciones B Venezuela, justo a tiempo para participar en el jolgorio bibliográfico del quinto Festilectura de Altamira. Sin duda será uno de sus trending topics.

“Un pesimista militante”, reza el escueto perfil de @sanchezrugeles como tuitero. Por algo habrá tomado, de su irreverente compinche literario Willy Mckey, esa caracterización. Creo que la razón tiene que ver con esa muy peculiar mirada, perspectiva, posición, postura ¿pose? generacional que marca toda su obra.

El prólogo de Luis Yslas a Los desterrados, las provocadoras crónicas de Sánchez Rugeles, explica demasiado bien esa perspectiva de profesional desencanto y perpetuo retorno a la experiencia adolescente para que nos pongamos a repetirlo aquí. Pareciera que Francisco Massiani los inspira y ellos se juntan.

Desde que impactó al jurado del I Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri en 2009 con Blue Label, su opera prima, toda la narrativa de ESR ha estado signada por la memoria atormentada, extraña mezcla de nostalgia y abjuración de ese rito de pasaje que es la adolescencia. En sus siguientes y no menos exitosas novelas (Transilvania unplugged y sobre todo Liubliana), esta marca subsiste, para volver a emerger, con aún mayor plenitud, en Jezabel. Son relatos de crecimiento, aprendizaje y descubrimiento del mundo; eso que con precisión alemana suele llamarse Bildungsroman.

Esta secuencia narrativa, nada despreciable para los 35 años que calza su autor, se ha caracterizado por vehicular, desde la voz de sus jóvenes protagonistas, una crítica bastante ácida y extrema del establishment en todas sus facetas políticas, sociales, religiosas y culturales. Con sus actos y sus discursos, estos temibles chamos que son sus personajes realizan una exhaustiva deconstrucción del sistema que no deja títere con cabeza. Y lo hacen con una osadía, desparpajo y vehemencia, dignas de Roberto Bolaño o Fernando Vallejo. Tras esa arremetida, los mitos fundacionales y hoy día también los resurreccionales de la Gloriosa Patria quedan tan (de)molidos como las propuestas educativas, las prédicas humanitarias, éticas o filantrópicas, las creencias y prácticas religiosas tradicionales o New Age, las ideologías y proyectos políticos de cualquier signo. Ya lo dice el perfil: un pesimismo militante: cero ilusiones. Jezabel toma este estandarte y huye con él hacia delante.

Pero vamos a ordenarnos. Jezabel se inscribe claramente en el género noveleta o novela corta no sólo (obvio) por su exigua dimensión, sino también por la complejidad de su entramado accional y su consecuente estructura temporal, por su notoria intensidad y por la vertiginosa velocidad –modelo montaña rusa–, con la que el lector se ve enfrentado a la fabula, sus varios y entrelazados conflictos y su desenlace. Me recordó a Luna caliente, de Mempo Giardinelli. Como género intermedio entre el cuento y la novela plena, la noveleta podría considerarse más exigente que sus parientes ficcionales y con Jezabel, ESR sale airoso de ese compromiso, para confirmar así su seniority como autor de ficción, su solvencia como narrador profesional de pantalones largos.

El eje de esa trama es Alain Barral. Es a su constante actuación como protagonista narrador en primera persona que el lector puede aferrarse para no perder el rumbo. Desde la secundaria está a la vista la condición gay que ante todo lo caracteriza. Es definitivamente un antihéroe posmo, no solo desmedido en su conducta y reiterativo en su fracaso, sino también escéptico y misántropo extremo, cultivador de la tristeza y de la soledad, acosado por el aburrimiento y una existencia despojada de sentido. Su relación íntima y promiscua con sus compañeras Eliana, Lorena y Cacá motiva el remoquete de “el mariquito amigo de las putas” con el que otros compañeros lo califican. Este ménage-à-quatre es extremo en sus prácticas orgiásticas químicamente potenciadas. Es también un cuarteto sumamente conflictivo y temible. Más allá de sus sesiones todos contra todos, las relaciones afectivas particulares entre ellos alternan, haciendo aflorar, naturalmente, envidias, competencias y (re)celos. La curiosa pandillita deviene así protagonista de segundo grado en la novela. Desde las aulas del colegio, practica peligrosos juegos de simulación que pronto pasan a mayores, con consecuencias extremas para la reputación, la estabilidad laboral y conyugal, el equilibrio emocional y en última instancia la vida misma de algunos de sus profesores y de la supervisora de un campamento vacacional donde esas cuatro joyitas llegan a fungir nada menos que de instructores-recreadores de niños y adolescentes.

La escalada de sus ingeniosas y agresivas trampas, programadas para “destruirle la vida” a quien les parece que lleva una lamentable existencia (“¡Mira-qué-triste!” se vuelve un mantra para ellos) conecta la dinámica íntima, doméstica, del peligroso cuarteto con la vida pública. El supuesto asesinato de uno de ellos, su atribución a un exprofesor y presunto acosador, y el terrible destino que espera en la cárcel a este último, conforman el núcleo accional que convierte la noveleta no sólo en un relato policial engalanado con todos los usuales atributos del género, sino en un policial político porque estos hechos terribles y varios otros como una masacre de estudiantes de UNIMET a manos de la policía, ocurren en la conflictiva Venezuela de 2012 y el relato fija su atención en ellos.

En ese sentido, uno de los aciertos principales de Jezabel como policial es el ágil, habilidoso y no explícitamente señalado entrecruzamiento de tres secuencias accionales: a) los hechos en sí b) sus antecedentes, que nos comunican las andanzas del cuarteto desde bachillerato, y c) la investigación y su patético desenlace, realizados en 2022, casi contra la voluntad de Alain, por Salvador, un periodista y compañero de trabajo del protagonista en el diario El Nacional, que ha devenido su amante apenas tolerado.

Clave para el funcionamiento de esta máquina narrativa es la decisión de emplazar los hechos a fines de 2012, cuando se agudiza la crisis y decadencia del régimen chavista. Por su parte, la investigación se ubica diez años más tarde, en 2022. De esta manera, lo que era en principio una novela íntima que deviene policial, llega a ser también intensamente política, porque esa sabia organización del tiempo narrativo permite revelar la corrupción, los abusos y la peor deriva autoritaria y represiva cuando el “tiempo de los militares” tocaba a su fin. Se trata justamente del momento que seguimos viviendo a fines de abril de 2013, cuando imaginamos perfectamente posible (entre otros escandalosos eventos, hoy cotidianos), que por la mera conveniencia de los grupos que se han apropiado del poder y no quieren soltarlo, se falsifique, como en la novela, una autopsia para condenar a un inocente. La estructura temporal permite finalmente asumir, desde la distancia de una década, una mirada “desde el futuro”, capaz de distanciarse de ambos extremos de la polarización hoy dominante y lograr un cierto balance en la crítica radical de ambos polos. Una vez más se impone la visión del pesimista militante que en realidad salva a la novela de cualquier maniqueísmo o tentación proselitista.

En este período de estratégico distanciamiento, por otra parte, los cuatro protagonistas completan su paso de la adolescencia a la adultez y asumen en sus vidas respectivas, los diversos posibles destinos de esa generación frustrada y desencantada. El capullo que fue para ellos el poco convencional vínculo de cuerdita de “amigos con derecho” hacía tiempo se había roto. De manera declarada o sugerida, este policial elige revelar desde sus primerísimas páginas el destino de sus protagonistas, de manera que su interés reside en averiguar cómo fue que eso pudo llegar a pasar. La vida de Eliana queda segada abruptamente. Cacá se casa con un buen partido, integrándose a su manera al despreciado sistema. Lorena, por su parte, opta por migrar. El propio Alain se vuelve un ser triste, solitario, casi asocial, que arrastra una gris carrera de diseñador gráfico en la que las iniciativas más interesantes corresponden al programa InDesign. Para reforzar el carácter cíclico de la narración, tanto en las páginas iniciales como en las de cierre se reitera una imagen inquietante y nunca resuelta que vincula sensorialmente el cañón de un arma con los labios y la lengua del protagonista.

Como ocurre con las mejores piezas de ficción, en especial con los cuentos logrados, el impulso del lector en quien resuenan aún las impresiones del desenlace, es regresar al inicio y volver a leer. Esa segunda lectura, despojada ya de la curiosidad por saber cómo procede y concluye la acción, permite degustar la escritura, reconocer las estrategias del experto tramador de la historia y tal vez preguntarse también por su sentido final.

Al volver al comienzo, se encuentra justamente un epígrafe de Cioran que puede valorarse como magnífica clave de interpretación, aplicable no solo a los destinos individuales de los protagonistas, sino también al no menos angustioso devenir de su país:

¡Lo que hace el tiempo con nosotros! ¡Nuestra identidad a lo largo de los años solo es garantía por el nombre! Habría que cambiarla cada cinco años. Resulta, en verdad, imposible creer que fuéramos quienes hemos llegado a ser.

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