Artes

El resplandor de Kubrick, por Edmundo Paz Soldán

Por Edmundo Paz Soldán | 24 de abril, 2013

El Volkswagen escarabajo con el que Jack Torrance (Jack Nicholson) se dirige junto a su familia al hotel Overlook, en la primera escena de El resplandor, difiere en algo con respecto al de la novela de Stephen King: es amarillo (el de la novela es rojo). Es un detalle aparentemente trivial, hasta que, en la recta final de la película, cuando Dick Halloran se dirige al hotel Overlook siguiendo el “resplandor” del hijo de Jack, vemos un accidente en la carretera: un camión ha aplastado un escarabajo rojo. La imagen del Volkswagen bajo las ruedas del camión dura segundos, los suficientes para que alguno sospeche que esa escena era la forma poco elegante con la que Kubrick le decía a King que había destrozado su novela y que su película era superior.

Me enteré de todo esto viendo Room 237, un magnífico documental de Rodney Ascher dedicado al recuento de las múltiples y delirantes interpretaciones a que ha dado lugar la película de Kubrick. Para sus fanáticos más obsesivos -cineastas independientes, solemnes profesores de historia–, Kubrick es como Borges o Pynchon para otros: alguien que supuestamente no ha dejado ningún detalle al azar y cuya obra está poblada de símbolos que permiten lecturas infinitas. Vi la película dos veces y en ambas me pareció una sofisticada versión de la novela, la historia de un descenso a la locura, aunque con un cambio fundamental: Kubrick estaba más interesado en el horror psicológico que en el elemento sobrenatural de la novela.

Ahora que he visto Room 237, entiendo que me quedé corto y que en realidad la película es, básicamente, sobre todo lo que a uno se le puede ocurrir. Uno de los fanáticos dice que Kubrick es como “un megacerebro para el planeta” y que el director inglés “estaba pensando en las implicaciones de todo lo que existe”. Por ejemplo, El resplandor puede verse como un comentario sobre el genocidio de los indios norteamericanos: el hotel fue construido sobre un cementerio indio, hay retratos de jefes indígenas en las paredes, en un par de escenas aparece una lata de soda caústica Calumet con la cara de un indígena. El resplandor es también sobre el holocausto nazi: la máquina de escribir de Jack es alemana, marca Adler -águila, símbolo nazi-, y sugiere el peso de lo burocrático, de lo industrial, de lo mecanizado en la ideología nazi; Danny, el hijo de Jack, lleva una polera con el número 42, año en que se inicia la “solución final” nazi. Aun mejor: El resplandor es la confesión pública de Kubrick de que ayudó a la conspiración del alunizaje del Apolo 11; no hubo tal y todo fue una filmación del cineasta norteamericano: se puede ver a Danny con una chompa del Apolo 11, y 237, el número de la habitación embrujada, representa las 237.000 millas de distancia entre la tierra y la luna (si uno multiplica 2 por 3 por 7, obtiene… 42).

En Contra la interpretación, Susan Sontag sugería que a veces un personaje era sólo un personaje y no tenía porqué representar, por decir algo, a los Estados Unidos o los ideales perdidos de una generación. Estamos muy lejos de Sontag. Room 237 es una película sobre las delicias y los peligros de la sobreinterpretación. Armado de un poderoso equipo de DVD, el fanático puede ver la película en cámara lenta o al revés -como efectivamente hace uno de ellos, superponiéndola sobre la proyección normal– y ponerse a buscar símbolos y conectar las intrincadas líneas del laberinto. No es diferente a los exégetas que dedican su vida a rastrear los múltiples significados de “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” o La subasta del lote 49. No todos los autores sirven para eso; algunos se agotan rápidamente. A casi quince años de su muerte, Kubrick sigue emitiendo un resplandor que atrapa. Sobrevivirá no solo a la indiferencia de quienes lo vieron como un director frío, demasiado cerebral; también la atención de sus seguidores más entregados, los que no pueden ver El resplandor sin apretar el botón de pausa para ponerse a contar los autos estacionados frente al hotel Overlook (¡42!) o fijarse qué película están viendo Danny y su madre en la televisión: por supuesto, se trata de Verano del 42.

Edmundo Paz Soldán es escritor y es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. Su más reciente novela se titula Norte (2011, Mondadori). Pueden seguirlo en twitter en @edpazsoldan

Comentarios (5)

r
24 de abril, 2013

solo es genio para el que lo sepa aprovechar, de resto otro mas del monton…vaya publicidad le hacen a un muerto para crear inspiracion y generar nuevas mentes que aprendan del maestro.

Nixon Piñango
24 de abril, 2013

Le dio un toque distinto a la novela, aunque para mí sólo hay 2001: una odisea del espacio *.*

Angel Diaz
3 de mayo, 2013

Y CÓMO OBVIAR “LA NARANJA MECÁNICA”. AUNQUE EN ELLA LA SITUACIÓN ES INVERSA A LA IMPLÍCITA EN ESTE ENSAYO, YA QUE KUBRICK, MUTILÓ LA ESENCIA ORIGINAL DEL PLANTEAMIENTO DE ANTHONY BURGESS, DÁNDOLE MÁS RELEVANCIA A LA NOVELA SOBRE EL FILME, INDISCUTIBLEMENTE DEL ÉXITO NOTABLE Y LA REPERCUSIÓN OBTENIDA POR ESTE ÚLTIMO

Aura Trina Oliveris
7 de mayo, 2013

Estimado Sr. Paz. Me declaro admiradora rendida de Kubrik, y recientemente volví a ver la Naranja Mecánica. En una escena se le dice al protagonista: “Ando for ever, and ever, and ever”, con ecos. En El Resplandor, el niño escucha LO MISMO, CON IGUALES ECOS al ver a las gemelas. Escalofriante, no? Por cierto, entre mis favoritas está Eyes wide Open.

Dulce
27 de noviembre, 2013

Tengo muchas ganas de ver el documental de Room 237, de verdad creo que debe tener cosas muy interesantes, hace poco vi la película en hbo go y me parece de las mejores películas que he visto, tiene muchos símbolos y es perturbadora, no es terror típico.

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