- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Escribiendo sobre Chávez, por Jon Lee Anderson

escribirpages

He recibido varias preguntas acerca de mis más recientes artículos sobre Venezuela, las cuales me gustaría abordar aquí.

La discusión gira en torno a frases en tres diferentes piezas, escritas en el transcurso de varios meses —dos publicadas en la página web de The New Yorker y una en la revista. Los lectores señalaron lo que consideraban que eran errores de hechos en cada una. En dos de los casos estuve de acuerdo y corregí las frases; en el tercero no lo hice por razones que voy a explicar. Y hay una cuestión más amplia: algunos han citado estas frases como prueba de mala intención de mi parte (y de The New Yorker) producto de un sesgo político en contra de Hugo Chávez.

El pasado 7 de Octubre escribí en una entrada de blog que Venezuela tiene la tasa más alta de homicidios en América Latina. En realidad, Honduras tiene la tasa más alta. Reconocí el error en un intercambio por Twitter y hemos corregido la entrada señalando el cambio.

Como también he sido acusado de cometer ese error deliberadamente o porque estaba comprometido con una visión caricaturesca de Venezuela, llamaré la atención sobre el hecho de que incluso el gobierno venezolano considera la alta tasa de homicidios como una crisis. Fue un tema importante durante las elecciones, que era el tema sobre el cual escribí. Lo que pude (y debí) haber dicho es que, según las Naciones Unidas, el país tiene la cuarta tasa más alta de homicidios en el mundo entero. El año pasado en Venezuela hubo por lo menos dieciséis mil asesinatos —según las cifras del gobierno venezolano—, o más de veintiún mil, de acuerdo con ell grupo de monitoreo no gubernamental Observatorio Venezolano de Violencia (EE.UU., que cuenta con una población diez veces más grande que Venezuela, tuvo catorce mil seiscientos veintiún homicidios en 2011). El Ministro de Interior y Justicia venezolano reconoció hace poco que los números del año pasado representan un alarmante aumento de 14% respecto al 2011. De hecho, en la campaña electoral que siguió a la muerte de Chávez, su sucesor designado, Nicolás Maduro, dijo que la violencia “es uno de los problemas más graves” que enfrenta el país.

En “El poder y la torre”, mi pieza del 28 de enero de 2013 publicada en The New Yorker, escribí: “Chávez me sugirió que había adoptado la extrema izquierda como una forma de evitar un golpe de Estado como el que lo puso a él en el cargo”. Esto no es correcto; aunque Chávez se convirtió en una figura nacional en Venezuela tras liderar un golpe militar fallido en 1992, ganó la presidencia al obtener la victoria en las elecciones de 1998, hechos a los que que he dedicado artículos enteros para The New Yorker (el primero fue un perfil de trece mil palabras en 2001). Entrevisté a Chávez en varias ocasiones, viajé con él y llegué a conocerlo bastante bien. Mi punto de referencia en este artículo era que, ya habiendo participado en un golpe de Estado, Chávez se había cuidado las espaldas. Al ser advertida esta equivocación, la revista publicó una corrección en la correspondencia de la primera edición de abril (el texto está disponible en la web para los suscriptores o en la edición digital).

En las horas que siguieron a la muerte de Chávez el 5 de marzo escribí un obituario titulado “Hugo Chávez, 1954-2013”. He recibido una serie de correos que disputan, fuera de contexto, mi referencia a “la misma Venezuela de siempre: un país rico en petróleo, pero desigual socialmente”. Varios han citado una estadística económica conocida como el Coeficiente de Gini, que es una medición de la desigualdad de ingresos. Otros están simplemente enojados con la sugerencia de que Chávez dejó a Venezuela igual que antes.

Aquí presento el contexto que falta:

En 1998, Chávez ganó las elecciones presidenciales en Venezuela con la promesa de cambiar las cosas en su país para siempre, de arriba a abajo. Desde el día en que tomó posesión, en febrero de 1999, se dedicó a hacer precisamente eso. Deja un país que, de alguna manera, nunca volverá a ser el mismo y que, de otra, es la misma Venezuela de siempre: un país rico en petróleo, pero desigual socialmente, con un gran número de sus ciudadanos viviendo en algunos de los barrios más violentos de América Latina.

A su favor hay que decir que Chávez se dedicó a tratar de cambiar la vida de los pobres, quienes eran sus más grandes y fervientes seguidores…

El último líder de Brasil, Lula, que también fue un populista de izquierda, puso al “pueblo” y a la mitigación de la pobreza como prioridades de su Administración. Y, con un mejor equipo de gestión y sin la confrontación polarizada contra el imperio, tuvo un grado de éxito considerable. En Venezuela, por el contrario, la revolución de Chávez sufrió de la mano de administradores mediocres, ineptitud generalizada y una falta de seguimiento en los proyectos.

En cuanto a algunos de los componentes de la desigualdad social, en especial los ingresos y la educación, Chávez tuvo logros reales (el ingreso es la variante capturada por el Coeficiente de Gini; aunque la estadística tiene sus propias limitaciones, algunas particulares al caso de Venezuela). Sin embargo, en cuanto al manejo de la vivienda y la violencia, su récord fue deplorable e insuficiente. Tales factores sociales están íntimamente relacionados entre sí y con el tema de la igualdad. La mayoría de los venezolanos asesinados son pobres, y la cantidad de homicidios es más grande que nunca; además viven en barrios desesperantemente miserables y violentos, donde ocurren muchos de esos crímenes.

Citando de nuevo mi entrada de blog del octubre pasado: “A pesar de algunos éxitos —como aumentar la calidad de vida de quienes viven en pobreza extrema por medio de subsidios gubernamentales—, mantener una administración efectiva parece estar, tristemente, más allá del rango de los chavistas. A pesar del gran espíritu de voluntariado que existe entre sus partidarios de base y las buenas intenciones de muchos funcionarios del Gobierno, el mandato de Chávez ha sido extremadamente mediocre al momento de aplicar sus políticas. Puede que el mayor legado que deje a sus compatriotas sea la sensación de que persisten asuntos sin resolver, como resultado de las expectativas que él mismo planteó pero dejó sin cumplir”.

Maduro (y Chávez antes que él) culpó al capitalismo por la violencia en el país. A decir verdad, probablemente haya algo de razón en esto, en la idea de una sociedad materialista que alimenta la avaricia y la corrupción moral y, por ende, la delincuencia rampante. El problema con Venezuela es que el fenómeno político conocido como ‘chavismo’ ha estado en el poder desde 1999. Es decir, catorce años de un sistema que se declara abiertamente como anticapitalista y (desde el año 2005, al menos) socialista. Bajo cualquier medida, los profundos problemas sociales de Venezuela pertenecen a los chavistas. Sin duda, un país tan rico en petróleo como Venezuela —con ingresos cercanos a 700 mil millones de dólares por venta petrolera desde 1999— podía haberlo hecho mejor.

***

Puede leer este texto en The New Yorker pulsando aquí