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Persecuciones políticas: La Gran Purga y los Juicios de Moscú

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Presunta carta de Stalin a Lavrenti Beria, ordenando la ejecución de 346 personas [c. 1940]

El último bolchevique en pie. En 1933 apareció el término “purga” en la vida política de la Unión Soviética. Se utilizó para ponerle nombre a la expulsión de más de 400.000 miembros del Partido Comunista. En adelante, durante más de dos décadas, la palabra sirvió para referirse a mucho más que la expulsión, pues empezaron los arrestos, la prisión, la deportación e incluso la ejecución. Entre 1936 y 1956, miles de miembros del Partido Comunista Soviético –además de socialistas, anarquistas y opositores— fueron vigilados y perseguidos sistemáticamente dentro de las instituciones del Estado donde trabajaban.

Durante este período fueron ejecutados casi todos los bolcheviques que participaron de manera relevante en la Revolución de Octubre y en el gobierno de Lenin. Sólo Stalin sobrevivió de la media docena de miembros del primer Politburó: cuatro fueron ejecutados y León Trotsky fue asesinado en México en 1940. Una cifra más, antes del relato: de 1.966 delegados que asistieron al XVII Congreso del Partido Comunista de 1934, 1.108 fueron arrestados y casi todos murieron ejecutados o en prisión.

La necesidad de afianzar a Iósif Stalin en el poder, tras la muerte de Lenin y los cuestionamientos a su liderazgo, fue más allá de la lealtad con el líder.  El Comisariado del Pueblo, mejor conocido como la NKVD, al mando de Nikolái Yezhov, se encargó de utilizar las figuras expiatorias del “saboteador” y el “disidente”, sumadas a las ganas de “quedar bien” con Stalin y la eficaz excusa del sabotaje. Los juicios públicos pasaron a ser condenas a los campos de concentración y las condenas pasaron a ser fusilamientos.

Los tres juicios. Hubo varios juicios secretos, pero hay tres que resumen la paranoia institucionalizada del gobierno de Stalin convertida en un arma letal, y por eso hoy son un referente histórico para entender las persecuciones dentro de las instituciones del Estado.

Todos los juicios fueron planteados como acusaciones de conspiraciones para matar a Stalin u otros líderes, desintegrar la URSS o devolver el capitalismo a Rusia. El primero fue en agosto de 1936 y fue contra Lev Kámenev y Grigori Zinóviev, dos miembros destacados del Partido. Se les acusó de planificar el controvertido asesinato de Serguéi Kírov, coordinando a más de una docena de camaradas. Luego de casi un año de cárcel, —donde como parte de la tortura se realizaban juicios simulados—, fueron a un juicio público. Todos fueron ejecutados. Meses después, empezando 1937, fue el juicio contra 17 miembros del Partido, entre quienes estaban Karl Radek y Gregori Sokólnikov. Cuatro fueron enviados a un gulag y murieron muy pronto. El resto fue ejecutado. En el tercer juicio, en marzo de 1938, apareció un nuevo fantasma: un bloque de supuestos derechistas y trotskistas que según la acusación estaba encabezado por Nikolái Bujarin. Lo más curioso de este juicio es que entre los 21 acusados estaba Génrij Yagoda, el camarada a cargo de apresar a los funcionarios investigados al comienzo de las purgas. Todos fueron ejecutados.

Zinoviev_and_Kamenev

Zinóviev y Kamenev

Las torturas. Luego de la fragmentación de la URSS en 1991, se reconoció que se empleaban métodos brutales para alcanzar las confesiones de los acosados: palizas diarias, impedirles el sueño, mantenerlos de pie y sin comer, además de amenazas de asesinar a sus familiares. Hay documentos que comprueban que un hijo de Kamenev fue acusado de terrorismo sólo con la intención de hacer confesar a su padre. Él y Zinóviev le pidieron al Politburó que protegieran su vida y la de sus allegados a cambio de la confesión, pero igualmente fueron fusilados. El caso de Bujarin fue distinto: solicitó protección sólo para su familia y ninguno fue ejecutado, pero Anna Lárina —su esposa— fue enviada a un campo de trabajos forzados, al cual sobrevivió para escribir las memorias de ambos.

Uno de los mayores vejámenes del derecho al libre ejercicio político que convierte a La Gran Purga en un referente fue que el buró político incluso echó mano de sus militantes más duros, quienes no se impresionaban con las torturas tras haber pasado por la persecución zarista, a que confesaran públicamente que estos juicios y esas ejecuciones eran necesarias para salvaguardar las conquistas de la URSS. Aún así, luego de confesar que los excesos de Stalin eran un mal necesario eran ejecutados, sólo que ante la opinión pública ya ellos habían estado de acuerdo con sus propias muertes.

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Nikolái Yezhov y Stalin

Yezhov, el problema. Ya en 1939 las autoridades soviéticas hicieron cosas como entregar a la Gestapo nazi a los refugiados comunistas alemanes, polacos y húngaros que estaban bajo el amparo ideológico de la URSS, como parte de un pacto de no agresión. Las víctimas pasaron de los campos de trabajo de la NKVD a los campos de concentración nazis de la SS. Pero ya desde un año antes Stalin y los suyos sabían que lo de las purgas se había salido de control.

Nikolái Yezhov fue sacado de la NKVD y sustituido por Lavrenti Beria, un paisano de Stalin cuya primera acción era de esperarse: una purga dentro de la propia NKVD. Tanto Yezhov como sus colaboradores fueron ejecutados ese mismo año. En noviembre, el Partido emitió un decreto para detener las persecuciones masivas, pero el hostigamiento se mantuvo hasta la muerte de Stalin, en 1953.

La Comisión Dewey. Al otro lado del mundo, en mayo de 1937, se estableció en EE.UU. una Comisión de Investigación para los cargos hechos contra León Trotsky durante los Juicios de Moscú. Se conoce como la “Comisión Dewey” por su presidente, John Dewey. La intención de limpiar el nombre de Trotsky permitió asomar a la opinión pública las pruebas de vicios en los tres juicios.

Al final, la Comisión Dewey concluyó que todos los condenados en los Juicios de Moscú eran inocentes, dejando tres famosas conclusiones: 1. Que durante los juicios nunca se intentó conocer la verdad. 2. Que las confesiones contenían imposibilidades que ponen en evidencia su falsedad. Y 3. Que Trotsky nunca instruyó a ninguno de los acusados para entablar acuerdos con potencias extranjeras ni quería restaurar el capitalismo en la URSS. En resumen: que los juicios fueron montajes, a pesar de las declaraciones de J. E. Davies, embajador de EE.UU. en Moscú, quien sostuvo siempre que los juicios y las acusaciones eran reales.

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