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Al límite: ¿Podrá Maduro sustituir al Big Brother?, por Luis García Mora

Se calcula.Se reflexiona. Se tantea la situación. Inmediata y mediata. Nada es lo que parece.

Momentos antes de anunciar que, ahora sí, el Comandante había muerto, aquel martes 5 de marzo pudo palparse de cerca este trance de incertidumbre que comenzó entonces y no ha terminado.

Primero Villegüitas, hablando la noche anterior para transmitir, sin poder decirlo con su voz trémula, que el hombre casi moría. Y así, a pocas horas del amanecer, Maduro levantó al país con una cadena de radio y televisión en la que anunciaba, con un discurso muy agresivo, no la muerte que había ocurrido, sino la expulsión con cara de perro de dos oficiales gringos acusados de espías y conspiradores, para colocar frente al país un enemigo externo, el Guasón de la película, en tono casi de ruptura diplomática.

Pero no. No se había roto nada. Sólo se administraba la situación. Se preparaba y se medía desde la conducción del régimen, como aún sigue ocurriendo. Se calibraba cualquier posible reacción, sobre todo de su propia gente, ante la muerte del líder. Y se ponía mosca a la FAN.

Ya habían sembrado antes la idea de que Hugo Chávez se salvaba y de que era el resto quien mentía. Eso obligaba a tomar la temperatura. Luego se anunciaría el gran deceso con otro tono, más tranquilo, distendido, y quizás aquí –dicen– sí hubo asesoramiento cubano o consultas, principalmente de Maduro.

Medir continuamente la tensión, la temperatura ambiente, el tono del país. El tono de la oposición. El tono de sus filas. Porque los contrapesos se rompieron al aquel hombre expirar.

Este tono de incertidumbre y de tensión, de muchas instrucciones, de ventrílocuos, de teleculebrón para la masa, este pueblo abstracto que manejaba el líder y al que, como decía alguien, “se le despoja de carne y sangre, de los cuales se nutre egoístamente, dejando de él sólo su representación espectral”. Aunque el ilusionista ya no esté, y el reality show haya salido del aire.

Duro, muy duro, se observa ahora el horizonte, amigo lector.

Decía la socióloga Nelly Arenas, citando a Vallespín, que asistimos a un cambio de piel de la política. Y uno está convencido de que sí, pero sin que podamos atisbar siquiera qué color ni cuál textura tendrá lo que está recién naciendo. Pero que si esto se pone en marcha, obligará al Estado (secuestrado por una parte de la sociedad) a redefinir su rol de Gran Jerarca, en vista de su imposibilidad manifiesta para lidiar con una nueva complejidad más libertaria que no cesa de latir.

La política se desprende de los marcos institucionalizados –cuestionados– para adquirir un sentido más amplio y de mayor expresión de los intereses de la sociedad civil no maniatada. Sin caer en lo díscolo tumultuario, sí, pero devolviendo a lo civil su rol. Para recuperar la política como fórmula de regulación del poder. Como espacio para la confrontación entre actores legítimos con intereses desiguales.

Quizás haya que despertar.

Estamos inmersos (aunque algunos no se percaten) en plena campaña electoral. Vivimos un escenario de posibilidades y de confrontación democrática. Hay una gran necesidad de movilizarse. Aunque también, ahora sí, tendrá que haber lo que no hubo aquel jamás olvidado 2002, secuestrado y hecho añicos por el asalto mercenario: unos líderes más firmes. Y más honestos. Para poder luchar sin temor y a cielo abierto por la desestatización de la política. Y más allá: una desestalinización de la política.

En cada ser pensante venezolano ya hay conciencia –luego de catorce años de sometimiento– de que esta situación inaudita, de aplastamiento autoritario, constituye una amenaza a la política. No sólo a la institucionalizada –o a lo poco que pudiera quedar de ella– sino también a la política como fórmula de tolerancia y necesario reconocimiento del otro, que es la esencia por la que habría que luchar.

Y las cabezas del régimen lo saben: Maduro, Jaua, Ramírez y Cabello. Aunque este Cabello –militar al fin– haya espantado la liebre hace días al confesar que muchos debieron haber rezado para que Chávez siguiera vivo porque “el cuerdo era Chávez: él impedía las locuras que a nosotros se nos ocurrían”. Advertencia violenta para asustar el asustado. Advertencia golpista (creen algunos) de persuasión y represión: “Él imponía su liderazgo, su prudencia y su consciencia y nos evitaba actuar en muchas ocasiones con estas ideas locas nuestras”, advierte el régimen.

Entonces, se preguntaría cualquier venezolano: ¿Ya no hay contención? ¿Ni más conciencia? ¿Ni más prudencia?

La política se lee entre líneas. Se detecta, se ausculta. Y parece exclamar que el conflicto es central, por lo que el régimen debería pensarlo bien: “Extremar o seguir el hostigamiento al oponente como enemigo en guerra, y no como adversario, puede conducir a la guerra civil”, dice un autor. Que quizás no sea el caso, pero… hay que tener cuidado.

Este país no es un país tan manso, como alguno cree, ante el gendarme necesario. Y en este momento pareciera que hay mayor conciencia –aunque esté muy reprimida (y una gran conquista) – de que esto no termina el 14 de Abril. Gane quien gane.

Por eso Maduro, y también Capriles, más allá o más acá del 14-A, tendrán que demostrar que son los líderes que la crisis requiere.

En el caso de Maduro, lo primero es que no es Chávez: no tiene el liderazgo en el que descansaba y descansó el sostén de este régimen, ni tampoco la auctoritas que Chávez tenía frente a sus compañeros. Ahora, obligatoriamente, tendrá que demostrar que la tiene, que estará a la altura del nivel de exigencia de lo que se les/nos viene encima. Comenzando por lo económico.

Maduro ha devaluado dos veces la moneda en su corto interinato. La última fue una devaluación encubierta en medio de una subasta pública de 200 millones de dólares, ocultando el precio ganador de la puja para evitar su costo político, aunque extraoficialmente se dice que ha duplicado la tasa de cambio de la devaluación pasada. La situación económica va a tener un claro efecto social que podría generar una crisis de gobernabilidad.

Antes de los 6 años.

Y entonces sí. quien se coloque al frente de la crisis será el líder.

En 1998 refería el difunto amigo Alberto Arvelo Ramos en  un libro indispensable, El dilema del chavismo. Una incógnita en el poder, que en la batería de decretos golpistas del 4 de Febrero, el número 7 creaba el “Comité de Salud Pública”, que en su Artículo 3 decía que actuaría “como la personificación de la conciencia pública nacional”, con lo cual decía Alberto que el Estado del 4-F daba “el paso final que lo desborda hacia un totalitarismo pleno, ya que no se limita a los asuntos de gobierno y a los asuntos de Ley. No acepta límite alguno y penetra en el recinto inalienable de la conciencia”. Resonaba en este modo de pensar, y en este fundamentalismo mesiánico, “una empobrecida concepción del hombre, que es asumido exclusivamente como material inerte para ser modelado por el Ingeniero Supremo de la Patria, el Big Brother”.

Por eso se calcula, se reflexiona, se tantea la situación. En ambas partes. Y todo el mundo se pregunta: ¿podrá Maduro sustituir al Big Brother?

CRÁTERES

-Se insiste: habría que recomponer las comunicaciones. Y abrirse a la política, a una nueva política. Como dice el viejo barman: “Seguir por este camino conduce al revólver”, lo cual es una estupidez.

-La oposición tiene que acelerar su proceso re-organizativo y reconectar con los sectores vitales del país (universitarios, sindicales) y abrir una discusión participativa y abierta, incluso con las FAN. En contra del modelo de dominación. Decía otro: “Hay que luchar contra el afán totalizador. Abrirse a la posibilidad de salir a la calle cada vez que la situación lo exija, lo pida. Esa posibilidad debe estar para siempre abierta de ahora en adelante como única manera de que la política, la libertaria, no se apague, definitivamente”

-No se inicia un nuevo gobierno sino una continuidad. Esto requiere para la oposición una conducción no electoral y romper lo que algunos llaman “la zona de confort”. Arriesgar políticamente. Lo que pasa es que en algunos no hay confianza en las propias fuerzas. Claro, porque las fuerzas laten solas.

-Le decía Manuel Caballero a Luis Esculpi que, cuando Jóvito Villalba cayó preso en 1928 nadie sabía quién era. Ni en el 1958 sabían quién era Wolfgang Larrazábal. Ni el 4-F sabían quién era Chávez, que convirtió una derrota militar en una victoria política con un discurso en el que comunicó responsabilidad y perspectiva con el por ahora. Quien se coloque al frente de la crisis es el líder. La primera oportunidad la tiene Henrique Capriles Radonski. Hasta ahora se ha puesto al frente. Dos veces. Pero viene un salto hacia delante.

-Hay quien dice que la gran política es el regreso a la discusión real de las ideologías. De las ideas.

-“Donde acaba el habla acaba la política”, decía Hannah Arendt.