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Alex Ross: la música clásica es una especie de «underground»

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Alex Ross

Fragmento de una entrevista de David Morán, publicada en ABC a propósito del libro Escucha esto

-Lo primero que leemos en el libro es «odio la “música clásica”: no la cosa, sino el nombre». ¿Qué es lo que ha hecho la clásica para convertirse en un concepto tan odiable?

-Hablar ahora de «clásica» implica que lo que vas a escuchar es música del pasado. Y ni siquiera del pasado reciente, sino de un pasado remoto, y eso es un enorme obstáculo para los compositores contemporáneos. Acepto el hecho de que no haya un nombre alternativo, pero tengo que protestar contra eso, ya que cuando le explico a la gente a lo que me dedico y les hablo, por ejemplo, de John Luther Adams, su respuesta siempre es la misma: «Oh, no imaginaba que aún hubiese gente haciendo este tipo de música». Es muy frustraste, porque para mí, como periodista, lo realmente importante son las noticias. La actualidad. Y ese concepto «clásico» simboliza un amor por el pasado que viene de muy lejos.

-En el libro explica cómo viajó de la música clásica a Sonic Youth y Pere Ubu y de ahí de nuevo a un punto de partida que define como «gueto clásico». ¿Es el pasado lo único que mantiene ese gueto cerrado a cal y canto?

-La música clásica se ha aislado de varios modos del resto de la cultura, y una de ellas es la preocupación por el pasado, sí. Lo curioso es que eso no pasa en las artes visuales: la gente puede ver un Rembrandt y un Picasso y no parece necesitar ningún cambio de chip para pasar de un mundo a otro. Otro problema es que la música contemporánea ha arrojado la idea de que es demasiado técnica, intelectual y especializada, algo que no es necesariamente así. Tenemos que encontrar nuevas formas de que esta música pueda acercarse y descubrir las conexiones de este nuevo repertorio.

-Estas conexiones nos llevan, por ejemplo, a Björk y Radiohead, dos de los grupos de la órbita más pop de los que escribe en «Escucha esto».

-Tanto Radiohead como Björk son ejemplos muy interesantes porque muestran de manera muy explícita la conexión con compositores contemporáneos: Radiohead con Messiaen y Björk con Stockhausen. Es muy útil para mí enseñar a la gente hasta qué punto están integrados estos lenguajes; de la clásica al pop y vuelta otra vez a la clásica.

-De hecho, todo el libro busca demostrar que la barrera que separa la clásica del pop es más ficticia que real. Aun así, ¿qué recorrido considera más difícil para el oyente? ¿Pasar de la clásica al pop o del pop a la clásica?

-No todo es lo mismo, evidentemente: escuchar una sinfonía con orquesta es una actividad mental diferente a escuchar una canción pop de tres minutos, y creo que probablemente si creciste escuchando pop te puedes sentir perdido, sin saber a qué prestar atención. De todos modos, la gente sabe mucho más de lo que cree. Si piensas en la música del siglo XX, hemos estado expuestos a casi todo tipo de sonidos, incluso a los más avanzados, a través de las películas y la televisión. El auténtico problema es cómo conseguir que esto cobre sentido en una sala de conciertos.

(…)

En alguna ocasión ha asegurado que, en estos tiempos, la música clásica podría tener un componente de rebelión.

-Es algo que me gusta decir, sí, aunque sea para provocar. En cierto modo, la música clásica es una especie de «underground». Están los grandes recintos de ópera, una audiencia en buena parte pudiente y el apoyo institucional del gobierno, sí, pero existe otra cara de esta música cuyo mensaje es bastante inconformista e incluso rebelde. De hecho, en la cultura pop hay incluso más dinero y poder. Los músicos más populares son millonarios, tienen marcas y logos. La cultura pop está fuertemente integrada en la maquinaria capitalista, mientras que la clásica queda bastante fuera de este espectro. Todo el mundo conoce a Beethoven, sí, pero aún así siempre habrá algo de Beethoven que no podrá ser domesticado. Lo mismo ocurre con Wagner, y muy especialmente con la música del siglo XX, tan áspera y difícil que puede mandar un mensaje de rebelión, provocación y subversión. Así que, en efecto, escuchar música clásica puede ser un acto de rebeldía. Si eres joven y te quieres rebelar, ¿por qué no ignorar lo que dicen que escuches y pasar directamente a Stockhausen?

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