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Al límite: ¡Despierten! / por Luis García Mora

La muerte de Chávez y su largo sepelio, su expandido réquiem, se está convirtiendo para la oposición en una verdadera debacle general.

Al menos así se observa desde dentro y fuera del país, con actitud perpleja, preguntándose todos qué pasa, a qué obedece la desmovilización del resto de los venezolanos que adversan al chavismo.

Convertida su muerte en una vulgar campaña política electoral, reforzada sin pudor y de manera inmisericorde por una avasallante operación mediática, algunos se preguntan dónde está la oposición, que no moviliza.

El chavismo cabalga el llanto, está en su derecho político (al menos como él lo interpreta, explotando al máximo el sentimiento de inocencia más puro del pueblo venezolano), pero ¿y la oposición, qué?

Hasta el 7 de Octubre pasado, había logrado despertar una emoción masiva increíble. En principio, logró articularse luego de unas elecciones primarias muy concurridas, alrededor de la candidatura unitaria de Henrique Capriles Radonski, el ganador, para luego activar una gran masa de energía política pocas veces vista aquí, para enfrentar a Chávez.

Que asombrosamente, el 8 se desactivó.

Inesperadamente.

Porque solo desde un punto de vista meramente electoralista y plano, podía entenderse que luego de desatar esa fuerza colosal, se pudiera tener los riñones de disiparla haciendo mutis por el foro, abandonando la arena como quien apaga la luz, hasta las elecciones regionales. Sí, había que ir a ellas, como a las locales luego, pero eso solo puede concebirse en la rutina política de un partido cualquiera o de una coalición de partidos; no de una dirigencia comprometida con la alta política, con una visión estratégica del más alto nivel, que exigía que, después de despertar y desplegar aquella enorme ola de más de 6.5 millones de votantes, frente a los 8.5 del chavismo, no se cortara el entusiasmo como quien aprieta un botón.

Son esos anticlímax, abruptos, fríos, los que matan el empuje, por grande que sea.

Henrique Capriles Radonski, más allá de la necesidad política de no abandonar Miranda, tenía que decirle a esos 6.5 millones de venezolanos, que a pesar de la derrota, había que responder al desafío político de un Chávez ganador y su gobierno.

Y que había que hacer proposiciones desde el hito que marcó esa concurrencia masiva al presidente electo, y hacerle saber que ahora sí la oposición tenía un líder fraguado en la lucha para desafiarlo a conversar con el pueblo en la calle.

Que el debate no había terminado. Que había que evitar desmovilizarse.

Que el 7-O solo era el primer paso de una movilización aunque menor, permanente, que hubiera podido llegar hasta hoy.

Al menos así lo interpretamos algunos.

Era un gran caudal de energía política que había costado mucho construir, en esfuerzo humano, económico, social y técnico.

Se sabía que el candidato ganador había sido lanzado al round electoral mintiéndole a sus seguidores y al país sobre su verdadero estado de salud, con un cáncer de gravedad terminal, que hasta sus acólitos más íntimos no negaran.

Aquél, creemos, fue un error. Que ahora no puede repetirse. Por lo que resulta plausible el aliento y nuevo aire que está imprimiendo Capriles a esta segunda vuelta de comicios presidenciales. El anuncio de aceptación de su candidatura, seguido de la impronta de La Grita y Mérida, es la clase de chispa que no debe dejarse apagar. Chávez, hay que reconocerlo, nunca lo hizo.

Durante catorce años, desde su victoria del año 98, no se lo permitió ni a los suyos: desde entonces su trabajo más que de gobernante y gerente, que era prácticamente nulo, lo dedicó a una campaña electoral permanente, que en ningún momento se ha detenido.

Ni siquiera hoy, cuando la campaña ha tomado esta ruta fúnebre, loca, papal. Casi de canonización religiosa.

Hay una gran tensión acumulada

Hay un modelo provocador. El componente del enfrentamiento ha sido siempre fuerte e incesante desde el chavismo.

Si hablamos de corrientes de energía, aquí, amigo lector, en la Venezuela de 2013, hay una energía política inconmensurable.

Demencial, según dicen desde fuera.

El empeoramiento general del nivel de vida palidece ante la crisis política institucional, y es innegable el cierre de un ciclo histórico y la apertura de una nueva etapa plena de incertidumbre.

Factores que añaden fragilidad a la fragilidad.

La mayor parte de las instituciones emanadas de la Constitución del 99 –y el desordenamiento social que propició– se muestran claramente incapaces para hacer frente a los desafíos del futuro. Y, como en otras partes del mundo, aumentan el escepticismo y la incredulidad respecto a la capacidad de nuestros líderes, chavistas y no chavistas, para atender la demanda de los venezolanos.

Sólo en un país sin Estado de Derecho y con instituciones en el suelo, se podría convivir en medio de tanta impunidad judicial (que sólo actúa políticamente), con acusaciones de grosera corrupción, de descrédito, de ineficiencia y de protestas por las violaciones de los derechos, mientras crece la desafección popular hacia un sistema de convivencia pacífica.

Hay una creciente fragmentación del país, en todos sus órdenes.

Las dificultades de nuestra juventud para acceder a un empleo (más allá de la ruta de la catequización política, financiada por un Estado ocupado por un partido para con promesas incorporarlos a las filas del parasitismo político sin mañana), o los debilita ante el llamado del crimen, o los obliga a marcharse de aquí.

Y ya es vox populi, que la oposición tiene que dar un salto hacia delante, y salir de su estado catatónico.

Tanto temor de la dirigencia a la calle, y por supuesto a la represión. A la plaza. Al discurso. Al debate. Tanto temor al ambiente cargado de desencuentros, sin proyecto común, sin ideología. Sin autoridad. Sin organización firme.

Tanto temor a definirse ante el problema de si esto es coyuntural o estructural y actuar en consecuencia, le hace a muchos preguntarse: ¿Carece la oposición del carácter para reaccionar?

El país no puede vivir (o sobrevivir) sin una alternativa firme ante un PSUV tan arrogante, tan soberbio, tan despectivo, tan autoritario, tan tirano, por más plata y poder que tenga.

Se necesita una oposición para reequilibrar la democracia.

Es imperativo que la oposición dé urgentemente ese paso a una posición más firme. Desde todo punto de vista. Ya basta de esta actitud sumisa y calculadora casi hasta el silencio y la sumisión.

Y cuando hablo de la oposición, no hablo solo de Capriles.

Que dé el salto de profunda transformación a un movimiento único y monolítico, que pueda hacer frente al chavismo.

Es posible la refundación de la oposición. E impostergable. Con una visión más allá del 14-A. Como debió serlo también mucho más allá del 7-O.

Aquí no se puede tirar la toalla.

Colocar el mingo más allá y usarlo para movilizar la calle con un discurso de refundación. Un discurso estratégico.

Señores, ansiosos de lo mediático: ya RCTV quedó atrás. Y Globovisión ya casi no existe. La hegemonía comunicacional es un hecho.

Lo dice el país con cara de perro.

¡Despierten!

Cráteres

− Como diría el filósofo y periodista español Josep Ramoneda, ya “el sueño de los vasos comunicantes del bipartidismo, tú bajas y yo subo, está finiquitado”. Aunque aquí en Venezuela la subida y la bajada no es sólo electoral. Es también existencial. Aquí hay que dar un paso más importante, más agresivo, de mayor envergadura política, y social. Y aquél de la dirección de la oposición que no quiera correr riesgos, o quiera vivir 100 años como decía Joaquín Sabina, que se retire a su casa. O se exilie. O, ¿por qué no?, se vaya al Gobierno, se baje los pantalones y se incorpore al régimen, al PSUV, que bastante carantoñas están haciendo desde el poder.

− El problema es estructural, piensa uno. Y no hay otra salida. Será mañana, pasado mañana, quién sabe, pero en algún momento no muy lejano, amigo lector, aquí habrá que desatar otro proceso, este sí realmente constituyente, que permita refundar de arriba abajo a este país ocupado. Porque el desafío es reinventarse, y desde ya, desde las elecciones, desde la calle. Y construir un discurso alternativo, aunque no desde los viejos postulados, para conectar con la sociedad. De manera efectiva y verdadera. No hay otra: la oposición tiene que abrir puertas y ventanas, y salir a la calle.

− ¿Un escenario de violencia? Sí, si gana el chavismo y se fractura, y en la medida en que se fracture también el nivel de vida de la gente más de lo que está, vendrá la represión. Decía un veterano dirigente de izquierda. “Lo que pasa es que el chavismo no ha logrado imponer su modelo, como los mejicanos del PRI, o los adecos. Por eso no estabilizan. Estabilizas cuando dominas. Tiene que haber una fuerza claramente muy fuerte. Y estar claro en quién tiene el poder. Aquí, dentro y fuera del chavismo, lo que hay es un poder en disputa. Y, en este contexto, no le van a parar a la oposición”…

− Otro: “Lógicamente, la oposición debería ganar o a sacar una votación parecida a la del 7-O, junto con otro aspecto clave: favorecer la abstención del otro lado. Tanto en las parlamentarias como en la consulta del referendo constitucional la abstención del otro fue determinante. Porque es posible que el chavismo se abstenga. Obvio: Maduro no es Chávez. Y mucha gente creía que Chávez regresaba y asumiría la Presidencia. Se había sembrado la expectativa de que se iba a presentar en el acto del 27-F. Incluso importantes dirigentes regionales del PSUV creían que todo no era más que una maniobra para crear esa expectativa y que él luego aparecería. En CANTV estaban convocando a una movilización el 27-F, porque Chávez iba. Les mintieron. Y antes dijeron que Evo se había reunido con él, para luego él desmentirlos desde La Paz”…

− Y otro: “No les queda más recurso que el de apoyarse en Chávez para que vayan a votar. Esto no dura seis años más. Primero como consecuencia de las medidas económicas inminentes y que siguen aplazando. No se descarta una nueva devaluación por el acumulado hiperinflacionario. El aumento de la gasolina, del IVA y de un nuevo impuesto al débito bancario. Se puede ir a una crisis de gobernabilidad. Una crisis social que se transforma en política. Todo depende del próximo 14A”.