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Las últimas cuartillas de Simón Alberto Consalvi [1927-2013]; por Albinson Linares

Por Albinson Linares | 12 de marzo, 2013

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Cesar es un arte. Desaparecer, irse en fade out, sumergirse en la bruma del discurso mediático y dejar una estela de juicios valiosos, preguntas vigentes y preocupaciones intelectuales son caras aspiraciones para los hombres pensantes. Simón Alberto Consalvi cumplió a cabalidad buena parte de estas metas.

Nacido en los albores del siglo XX, en julio de 1927, creció en una aldea diminuta. Pasó sus primeros años en ese pueblito de un verdor delicioso, bañado en el frío de las cumbres merideñas que es Santa Cruz de Mora. En múltiples ocasiones lo escuché decir que tuvo una infancia feliz, donde correteaba por el espacio infinito de la finca “Cuba Libre” donde fue criado.

Le gustaba bañarse en el riachuelo que surcaba esas tierras y era buen jinete. Pasaba largas horas montando a pelo en los caballos que tenían sus padres. Desde muy pequeño la curiosidad insaciable lo llevó a convertirse en un lector desaforado por lo que salió de esas montañas, de ese Edén rural para sólo volver de visita. Llevó consigo el frescor, el gusto por la pisca hirviente y los animales de granja y esa “dicción viciosa” de la gente del páramo que acompañó su verbo.

Como pocos vivió a plenitud las diversas fases del devenir histórico de la Venezuela del siglo pasado. Creció escuchando la épica lucha contra la dictadura de Juan Vicente Gómez por lo que no es de extrañar que durante el “Trienio revolucionario” dirigiera con tan sólo 19 años el diario “Vanguardia” y la revista “Juventud” en Táchira para luego mudarse a Caracas donde empezó a cursar la carrera de Periodismo.

Desde diversas trincheras aportó ideas y acciones contra la dictadura pérezjimenista al sumarse a la lucha clandestina con Acción Democrática que lo llevó al exilio en 1953. En sus estancias en La Habana y Nueva York, vivió una “juventud magnífica”, según decía con picardía. Desarrolló una afición particular por los oradores y pensadores ingleses por lo que toda su vida frecuentó los ensayos de Moro, Hume, Pope, y el mismo Churchill a quien veneraba.

El acercamiento que tuvo con la generación de 1928 dejó una huella imborrable en su memoria. Los invocaba constantemente poniendo su lucha de hombres civiles como ejemplo para el futuro. Repetía con vehemencia que “la democracia no se dio de la noche a la mañana” y que muchos de esos jóvenes formados por Gallegos eran tan sólidos en su formación intelectual como en las acciones políticas: “Cuando uno lee los discursos de febrero del ‘28 ve que esa gente de 20 años tenía una gran madurez intelectual. No hay que olvidar que para pronunciar esos discursos con Gómez como presidente había que tener aparte de luces otros adminículos. Valentía o bolas bien puestas como se dice vulgarmente”.

Oírlo evocar episodios como el asesinato de Leonardo Ruíz Pineda, o la lenta agonía de cáncer que sufrió Alberto Carnevali en la Penitenciaría de San Juan de los Morros, era estremecedor porque a Consalvi le encantaba cultivar la imagen de hombre duro y su voz se quebraba al recordar el martirio de estos líderes que murieron a los 37 años de edad.

Fue hombre de confianza de Betancourt, estuvo junto a Ramón J. Velásquez muy cerca del nacimiento de los gobiernos democráticos, fue diputado, ministro y como Canciller venezolano se desempeñó sólidamente con una pasión calcinante por los asuntos de Estado. Allí quedan varios volúmenes titulados Los papeles del Canciller, en los que da cuenta de su ejercicio y reflexiona sobre el oficio de la diplomacia, del cual decía con sorna que “a punta de negociaciones y maquinaciones había salvado a la raza humana de la extinción atómica”.

Del largo ejercicio político que signó su vida y de tanto ver el ascenso y la caída de líderes, era frecuente que reflexionara: “Los políticos no son santos y tratan siempre de arrimar la sardina. Pero en política la mentira salta a la cara. La demagogia es un arma de doble filo, da con generosidad y quita para siempre cuando se miente y se hace uso (in) discrecional  de sus recursos. Se puede ser un gran demagogo pero manteniéndose dentro de la verdad y no pensando que la demagogia permite multiplicar los panes, como Blakamán vendiendo milagros”.

Sus ensayos históricos vertidos en libros como Grover Cleveland y la controversia Venezuela-Gran Bretaña, Reflexiones sobre Venezuela, El carrusel de la historia, La guerra de los compadres: Castro vs. Gómez, Gómez vs. Castro o La revolución de octubre, 1945-1948: La primera república liberal democrática, entre muchos otros, serán objeto de estudio por las generaciones venideras de investigadores. Pero puedo asegurar que en el área de las relaciones internacionales, de la tortuosa y compleja diplomacia venezolana, siempre se encontrarán comentarios acertados, cavilaciones ácidas y las descripciones algo crueles de Consalvi.

Amante del buen uso del lenguaje y cultor de una retórica árida pero sabrosa, nunca dejó de analizar los códigos del poder: “Tengo la impresión de que el nombre de Bolívar es un denominador común en los discursos presidenciales del siglo XIX. Siempre pretendieron cobijarse bajo su manto o simplemente beneficiarse de su gloria. Al llamarlo Padre de la Patria automáticamente se convertían en hijos del grande hombre. No importaba la situación miserable del Estado, todo el tiempo pobre y endeudado, o las invocaciones a la paz muy hipócritas porque la culpa siempre era de los otros. De los malos hijos de la Patria. Ese tono plañidero y mediocre, más culpa fue de los tinterillos que de los caudillos”.

Mención aparte merece su estupenda labor como gerente cultural fundando el Inciba y capitaneando hitos editoriales como Monte Ávila Editores, la Biblioteca Ayacucho, el proyecto de historia de las ideas y mentalidades más complejo de América Latina, la revista Imagen y editoriales independientes como Tierra de Gracia, cuyos aportes perduran en el país.

Amigo de grandes conversadores, periodistas y escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Mutis, Miguel Otero Silva, Ludovico Silva y Adriano González León, coleccionaba recuerdos gratos y verdades desnudas que seguro están escritas en los amenos borradores de sus memorias.

Los que tuvimos la fortuna de escuchar su voz ronca, la risa ahogada de sus anécdotas y el ingenio que destilaba en las largas horas de la redacción de El Nacional somos afortunados porque Consalvi siempre reivindicó al periodismo como su primer oficio y pasión más duradera. No en vano fundó el diario El Mundo en 1958, dirigió prestigiosas revistas como Élite, Momento, Bohemia y fue columnista en El Nacional. Escucharlo debatir era hablar con el siglo, con la petite histoire, las anécdotas menudas, el relato entrelíneas que esa entelequia que damos en llamar “historia oficial” nos escamotea constantemente.

En su larga vida de 86 años, Consalvi vio desaparecer a muchos de sus afectos más íntimos, vivió la destrucción de su “Cuba Libre” cuando las lluvias arrasaron con Santa Cruz de Mora, sufrió los cambios drásticos de la democracia que ayudó a fundar y vivió el último gran suceso histórico del país con la muerte de Hugo Chávez, ese fenómeno político al que le dedicó centenares de líneas y juicios críticos. Como buen periodista, decidió irse después de cubrir esa última noticia, de pensar algunas cuartillas y experimentar el cierre final de su escritura en este mundo.

Albinson Linares 

Comentarios (3)

Matilde Daviu
12 de marzo, 2013

Me gustan mucho tus artículos, especialmente el que escribes sobre Simón Alberto Consalvi a manera de semblanza y quien fuera un amigo muy apreciado por la intelectualidad venezolana.

Boris Muñoz
13 de marzo, 2013

Gracias por esta semblanza, gran Bisón. A pesar de lo publico que era como político y personalidad cultural, era muy discreto en lo privado, como buen andino. Un abrazo

Marielisa Tepedino
14 de marzo, 2013

Estupendo articulo sobre el inolvidable Simon Alberto Consalvi, gran Hombre,gran Diplomatico, gran Periodista,un hombre inigualable, que siempre sera recordado entre los intelectuales venezolanos.

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