Arte

Shirley Jackson y la belleza de lo macabro, por Edmundo Paz Soldán

Por Edmundo Paz Soldán | 2 de marzo, 2013

shirley jackson texto

Jonathan Lethem escribió que en algunos de sus cuentos Shirley Jackson (1916-1965) podía verse como “la hermana secular de Flannery O’Connor”. Jackson, la gran representante del gótico norteamericano del siglo pasado, no es tan conocida como Flannery O’Connor en el mundo hispanoamericano, pero eso puede que cambie gracias a la reedición de Siempre hemos vivido en el castillo (Minúscula, 2012), una obra maestra con un memorable párrafo de inicio: “Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto”.

Después de leer a Shirley Jackson se entiende de dónde proviene una parte fundamental del gótico contemporáneo de Joyce Carol Oates y Stephen King. King llegó a decir que sólo había dos grandes novelas de lo sobrenatural en los últimos cien años (Una vuelta de tuerca, de Henry James, y La maldición de Hill House, de la Jackson); en sus dos principales novelas –La maldición de Hill House (1959) y Siempre hemos vivido en el castillo (1962)–, Shirley Jackson renovó para nuestros tiempos la narrativa de la casa embrujada, y, aunque creía en la presencia de lo sobrenatural en nuestras vidas, para ella importaba más cómo se manifestaban los efectos del “encantamiento” en la psiquis de sus personajes (aunque no lo parezca al principio, son los personajes, no las casas o los lugares, los verdaderos embrujados); King aprendió la lección y copió el molde de la Jackson, sobre todo en sus primeras novelas (El misterio de Salem’s Lot es la más obvia, pero el hotel Overlook de El resplandor también tiene muchas deudas con Hill House).

Joyce Carol Oates escribió que, de los grandes adolescentes de la ficción norteamericana de mediados del siglo pasado -Holden Caulfield en El guardián en el centeno, Scout en Para matar a un ruiseñor, Frankie en Frankie y la boda–, “ninguno es tan memorable como Merricat”, de Siempre hemos vivido en el castillo. Merricat (Mary Katherine) tiene un lazo indisoluble con su hermana Constance: no la cuestiona moralmente a pesar de que se sospecha que es ella quien, seis años atrás, ha envenenado con arsénico a toda la familia. Merricat está muy consciente de que el pueblo los odia, pero ella, una entrañable sociópata, devuelve los favores y solo quiere que el pueblo se pudra y quedarse a vivir aislada con su hermana en la casona de Blackwood Estate. Como narradora, es dueña de un lenguaje elegante que no esconde su lado más cínico y perverso. Su profunda insatisfacción puede entenderse a partir de la opresiva situación de la mujer a mediados del siglo veinte. A su lado, la alienación de alguien como Holden Caulfield se ve como algo más bien amable.

¿Quién o qué es eso que “camina solo” en la casa embrujada de La maldición? Los lectores de hoy, acostumbrados a tanto horror explícito en el cine y la televisión, podrían decepcionarse de la ambigüedad con que Jackson trabaja el misterio en La maldición de Hill House. Pero ella sabía -y hay que aprender bien esta enseñanza- que está bien revelar algo del misterio, pero que muchas veces puede ser más impactante sugerirlo.

Edmundo Paz Soldán es escritor y es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. Su más reciente novela se titula Norte (2011, Mondadori). Pueden seguirlo en twitter en @edpazsoldan

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