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Hay que saber renunciar a tiempo, por Fernando Mires

Por Prodavinci | 22 de febrero, 2013

renuncia

1.

Al mirar el calendario me di cuenta de que en pocos días voy a cumplir los 70. No es broma. Recuerdo que hasta los 50 celebraba un día más; ahora sólo “celebro” un día menos. Es que hay una edad, digamos un tiempo, en el cual advertimos que no es necesario leer el célebre capítulo de Sein und Zeit de Heidegger para entender que el humano es el ser que va hacia la muerte. Algunos hemos advertido, además, que ir hacia la muerte es también un ir con la muerte; y no traten de convencerme de lo contrario, por favor. La luz ya no existe en la mirada, caminas lento, cualquier gripe te da pánico; adviertes que es necesario arreglar de una vez por todas los enredos que armaste en el banco; y si todavía no te ha atacado una enfermedad mortal, decides, en lo posible, concertar un pacto no fáustico con la muerte, renunciando a algunos espacios que te ha dado la vida. Una copa menos de tinto en la noche, una taza menos de café en la mañana, y si ves alguna mina atravesar la calle moviendo el culito, desviar la mirada con la seguridad de que lo que no te pasó a los 30 no te va a pasar a los 70. En fin, hay que saber renunciar a tiempo.

Renunciar a tiempo es un acto de dignidad. No significa en ningún caso renunciar a la vida; sólo abandonar algunos hábitos y adquirir otros. Agradecer el primer rayo de sol que se coló por la ventana después de un trágico invierno; contemplar el vuelo metafísico de las aves; escribir un poco menos, pensar un poco más. Y no por último, agradecer la vida que te ha sido concedida con la entereza de ese condenado a muerte del que nos cuenta Freud, iba a ser ejecutado a mediodía, y al mirar el amanecer desde las rejas y ver al sol, exclamó : ¡Hoy ha comenzado bien el día!” (El Chiste y su relación con el Inconsciente)

2.

70 años estaba también a punto de cumplir Javier Miranda, uno de los personajes del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka en su novela La Enfermedad, el libro más intenso sobre el tema de la muerte que he leído en mi vida.

Hombre de vida ejemplar, saludable como el que más, Javier fue atacado por uno de esos cánceres terminales que no dejan tiempo para renunciar a nada. Y, sin embargo, cuando la única posibilidad de renuncia es renunciar a la vida, su hijo, el médico Andrés Miranda, llora la muerte del padre con un dolor sin nombre. Un dolor que viene del amor frente a lo que ya no se tiene, o de lo que se está a punto de perder. Ese dolor frente a la maldad de la muerte, cuando la muy cabrona se lleva a quien más amas, es indescriptible. Solo quienes lo hemos vivido lo sabemos. Nunca estaremos así preparados para aceptar la frase recurrente de la gran novela de Alberto: “La vida es una simple casualidad”. Nunca podremos, por lo mismo, renunciar a la vida

3.

Hay quienes empero no renuncian sólo porque no saben renunciar. Son los que han unido su vida con “intereses superiores” -el dinero, la fama, y sobre todo, el poder- como si hubiera un interés superior a la vida. ¿Cómo no asustarse frente a esos desdichados ciclistas que destruyen su cuerpo con drogas para obtener un triunfo que muy pronto a nadie importará? ¿O esos terroristas que explotan junto con sus víctimas? ¿O esos banqueros japoneses quienes durante la crisis financiera creían haber perdido el honor junto al dinero y se encajaban un harakiri en pleno tórax?

¿Quién iba a pensar por ejemplo que en el propio país de Alberto Barrera Tyszka, años después de que escribiera “La Enfermedad”, un presidente enfermo iba a entregar su cuerpo a cambio de un miserable poder político? ¿Nadie le dijo a ese presidente que no debía arriesgar su vida en elecciones sólo para que un grupo de fanáticos conservara el poder unos pocos años más? ¿Nadie entre los suyos protesta frente al espectáculo de un cuerpo que lo mueven para acá, o para allá, que lo interpretan y lo firman, que lo utilizan para emboscar al “enemigo”, que le hacen decir palabras que no puede pronunciar, fingir sonrisas que no puede ni debe sentir? ¿Ningún familiar suyo protesta en contra de quienes pretenden convertir la próxima campaña electoral en un funeral y al funeral en una campaña electoral?

Pero él tiene la culpa: nunca supo renunciar a tiempo. Entregar su vida al poder más precario, al más efímero, al más circunstancial de todos: el poder político, es una barbaridad muy grande. Pobre hombre.

4.

Benedicto XVl sí supo renunciar a tiempo. Quizás un poco tarde, pero a tiempo. Al Papa le faltaron las fuerzas para conducir la barca de Pedro. Esa fue su respuesta. ¿Puede haber respuesta más lógica? Sin embargo, nadie quedó conforme con esa respuesta. Tenía que haber una conspiración al estilo Dan Brown; quizás los pederastas se habían declarado en rebelión; o se avecinan tiempos de reformas para la Iglesia frente a las cuales el Papa era un obstáculo. Cualquier cosa. La renuncia de Benedicto fue un blanco de proyecciones y deseos inconfesos desde donde, incluso en los diarios más prestigiosos, eran disparadas las estupideces más grandes que pueden situarse en el cerebro humano.

No obstante, la respuesta de Benedicto cabe perfectamente dentro de su teología. En su Escatología por ejemplo, aprendemos que el reino de Cristo, y por lo mismo, el de cada cristiano, no es de este mundo. El cuerpo mortal es portador del alma eterna. O en las palabras de Ratzinger: La elevación hacia el cielo de Cristo, es decir, su entrada en el Dios trinitario a través de la resurrección, no significa un irse de este mundo sino un nuevo modo de estar presente en él (Eschatologie, Regensburg 1978, p.192)

Cuando el cuerpo fallece, según Benedicto, el alma se reintegra en Dios. Morir es, por lo mismo, un momento de reencuentro del ser con la eternidad. El acto de la muerte necesita entonces de mucha intimidad. O -dicho en palabras papales- es el momento de la transfiguración. En fin, no sólo la mística, no tanto el sacrificio, sino el pensamiento, es el camino que lleva a la Verdad de Dios.

Morir pensando en Dios es un acto sagrado y requiere de cierta soledad; o por lo menos de un retiro. Un retiro espiritual que facilita el retiro corporal. Para ese retiro hay que saber retirarse a tiempo. ¿Qué es lo que no se entiende?

Hay un cierto paralelo entre el pensamiento de Ratzinger frente a la muerte y el de Nieztsche sobre el mismo tema. Nietzsche en sus escritos concibe a la vida como una agonía (lucha entre la vida y la muerte). La ironía que aflora en su texto Nietzsche contra Wagner relativa a que su vida sólo había sido para él una serie de breves momentos saludables entre muchas largas enfermedades, es la expresión de quien amaba tanto a la vida que necesitaba a la enfermedad -presencia avisada de la muerte- para combatir a la muerte. No en sus momentos de salud, sino desde el fondo de su enfermedad, sentía Nietzsche el deseo de regresar (amar) a la vida.

Para Ratzinger, el regreso definitivo es, por cierto, el regreso a la eternidad. Para Nietzsche en cambio, es el regreso al tiempo que siempre retorna. Pero ¿no es también el tiempo que siempre retorna un tiempo eterno?

5.

Al mirar el calendario y ver que en pocos días voy a cumplir los 70, he pensado en que quizás ha llegado el instante en el que yo también deba iniciar algunos retiros. ¿Deberé por ejemplo renunciar al sueño de mi vida, el de ser el mejor futbolista sudamericano?

Puede que ya sea el momento de no seguir intentándolo más.

Después de todo, hay que saber renunciar a tiempo.

Prodavinci 

Comentarios (10)

@manuhel
22 de febrero, 2013

Siempre me he preguntado cómo será la vida a los 70 años de edad.

Si ahora a los 30 y pico me la paso más recordando que soñando, no me imagino que será de mi a esa edad.

Este artículo me da pistas de lo que vendrá.

Carolina Gomes
22 de febrero, 2013

Para renunciar se necesita cierto grado de valentía y mucha dignidad…a veces es mejor perder una batalla que la guerra completa, y aferrarnos a algo tan efímero como la fama, el poder, el dinero o un cargo solo puede traernos amargura si nuestro momento ya pasó. Siempre he creido que la dignidad es lo que nos queda cuando ya no estamos capacitados para algo. Saludos

José R Pirela
22 de febrero, 2013

Nunca se espera los 70, nunca se piensa en el tiempo que falta para llegar a ese hito, sino después de alcanzado. Es cuando se mira hacia atrás e importa lo que falta. Es el tiempo de la reconciliación con el Ser. Es el tiempo cuando se recrimina la irracionalidad humana y se valora la racionalidad del Ser. Es el tiempo de preguntarse ¿Podrá el humano sobreponerse a la irracionalidad, o la irracionalidad es la realidad del Ser.

Ugo Biheller
22 de febrero, 2013

No creo que debamos siempre buscar conjuras en la renuncia del papa, sino la conciencia de no ser a la altura de los tiempos tempestuosos de la Iglesia y de nuestro mundo. Es la conciencia que se da cuenta de la vejez a que todos estamos sujetos. Vivimos una permanente tensión de la vida entre la experimentación de los malogrados deseos y el extravío de su sentido por un vacío absoluto que lleva al hombre contemporáneo a padecer la angustia existencial de nuestra época. No existe promoción de la dignidad humana si el ser humano no respeta y aplica el orden esencial de su vocación natural, aunque en la historia, las concretas condiciones y exigencias de la vida humana han cambiado, y cambiaran más todavía. Cada desenvolvimiento histórico y cultural debe actuar dentro de las fronteras de los principios impuestos por los inmutables códigos antropológicos constitutivos, y las relaciones de cada persona: elementos, relaciones y actuaciones transcienden a la historia temporal humana. El sentido de la vida significa su estimación, el bien, y cómo y con quién se puede usarla; como el campesino, al sembrar la semilla espera que crezca, y luego ofrezca los primeros frutos, entonces se percata que ha hecho una labor fructífera, así nosotros podemos imitar su ejemplo con la vida. La familia y la sociedad representan la realidad de la vida, experimentan la hermosura de la relación familiar y social, con la cual la misma vida se auto realiza y se compenetra con sus semejantes para completar juntos el camino. La vida es un milagro, fruto del amor y de la libertad, hay en ella la necesidad instintiva del amor; la interrelación humana expresa la realidad más concreta y la belleza de la vida; esto es un sentido de la vida. Es inevitable, instintivo y natural que el hombre se interrogue de una realidad que esté más allá de las abstracciones del entendimiento de los objetos contingentes, tanto que la cuestión de Dios y su percepción formulan la pregunta si el hombre sea verdaderamente libre. A esta sigue evidentemente el interrogante de cómo explicar el concepto de Dios, e inmediatamente tenemos muchas problemáticas insolutas; un específico pensamiento filosófico nos informa que es la causa y el principio de todo, causa primera sin causa. La vida tiene sentido no por la incesante búsqueda de la ilusión de la felicidad, el hombre se comprende en el dilema entre el todo y la nada, la completa ignorancia y la sabiduría; su capacidad se enfrentan entre dos extremos: el hombre quisiera ser feliz, pero resulta incapaz de realizar sin una iluminación de su razón efectivamente el bien y no conseguir la ilusión de la felicidad. Sin embargo la nostalgia de un bien total y la ilusión de la plena felicidad encierran la vocación natural hacia un orden superior del Ser absoluto, eso es, el atisbo de la eternidad del amor. La misma conciencia humana percibe la especificidad de la condición de la vida, y la copresencia de desdicha y grandeza la convierte en una esencia única; la perene inquietud y frustración del hombre, creado para la inmortal eternidad, busca en la finitud existencial el deseo de la quimérica felicidad. San Tomás de Aquino, Dante, Cervantes, Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola, Copérnico, Galileo, Beethoven, Pasteur, Beata Teresa de Calcuta: todos ellos han tenido vidas dignas de ser vividas, según sus criterios, y en el dar forma a sus itinerarios, cambiaron el perfil del sentido del mundo alrededor suyos. He aquí otra cuestión determinante: lo que es esencial para contribuir al sentido de la vida es que este itinerario, que se impone a la vida, sea el resultado de sus esfuerzos y de su libertad. Si el hombre decide de vivir de manera significativa, debe elegir cómo y qué idea tiene para realizarla para que termine su ciclo vital como signo del mundo en lo que ha vivido. Este recorrido no puede ser insignificante, debe conllevar un genuino esfuerzo coherente; y dirigirse calibrado en relación a cualquier criterio independiente de éxito o fracaso, una metro de juicio aplicado, en línea de principio, a las generaciones futuras. El mundo no es indiferente a un análisis introspectivo de la conciencia y de la razón a lo que es el inconmensurable inaccesible Ente eterno; revelación, aunque de manera paulatina y providencia, encuentran al ser humano en la tierra. En este ámbito la muerte representa el fin del ciclo de la vida, manifiesta el límite perceptible de la frontera del mundo ultrasensible que cada persona alcanza, pero de la que no puede tener alguna experiencia. La realización de la vida conlleva una fundamental opción que compromete a cada quien en su existir en el mundo; es la aceptación de su condición en su totalidad del mismo mundo y la iluminación del Ser eterno para elegir la vida. Este representa el imperativo categórico al cual someter a la conciencia humana para que en libertad decida. La esencia necesaria del hombre inserta la copresencia de desdicha y grandeza que realizan la unicidad grandiosa, y su perene inquietud y frustración, creado por el infinito, busca en vano en la finitud la indagación del deseo de felicidad, olvidando que el abismal vacío que lleva dentro de sí mismo, puede ser llenado solamente por Dios. En algo que termina, el inicio de algo más, la muerte, pues, no parece en irreductible oposición a la vida; vislumbraría la inexistencia de la dualidad, y manifiesta la complementariedad del nacimiento, por lo menos en este mundo. Dónde hay nacimiento allá hay también la muerte; la vida incluye esa dualidad; la vida es de cualquier manera eterna, puesto que el ciclo de la vida y de la muerte compone y pertenece a la vida misma. Algunos podrían sugerir de utilizar en vez de “hasta la muerte”, “hasta el último”: puesto que es innato en la cultura occidental el miedo de la muerte, también solamente nombrándola provoca inquietud. La muerte es el momento desesperado, identificándonos con el cuerpo, los afectos, objetos, que pero son externos a nosotros mismos; y pensamos que perdimos todo ellos; y efectivamente es verdad, y algo más de valioso: la casa, el automóvil, la familia, los parientes, y el trabajo, los ahorros, el dinero, el bienestar, para algunos la riqueza. Todos ellos no somos nosotros; en la vida consideremos extremadamente necesarias las cosas materiales y la relación clanica de la familia y parentela como el conjunto que nos pertenece como objeto de posesión, y no una relación que toma en cuenta la especificidad de cada persona que forma parte de ella. Descuidamos el análisis introspectivo de nosotros mismos, nuestra vida interior, no tenemos tiempo por esas “inútiles” prácticas: por este motivo la muerte nos asusta, una pérdida total, el aniquilamiento completo, la nada absoluta y el nihilismo. En parte es así, con la muerte se va nuestro “yo”, pero, nosotros no somos solamente nuestro “yo”, somos muchos más, lo que no ha sido estructuralmente insertado hasta el momento del nacimiento, y nos acompaña también en la muerte. Este no es nuestro ego solamente; en efecto, cuando nacimos no tenemos ninguna experiencia personal, no obstante somos nosotros, existimos e inmediatamente damos nuestros aportes a la vida. Al desentrañar ese pensamiento introductor sobre la muerte, más por un análisis que por una solución eficaz para todos, expresamos que la muerte afecta al hombre en cuanto es una realidad, constituye una verdad que experimenta cotidianamente por la muerte de alguien. La primera cuestión estriba que no se aplica de una análoga manera para todos los seres vivientes; concierne al hombre, puesto que él se forma una “idea” de la muerte, y no sabemos en cuál momento histórico, sino las diversas posturas que la misma le provoca en su conciencia. El angustioso interrogante del alcance implícito de la muerte provoca la inanición realizable y cumplible, y el razonamiento con el cual prefigura el nihilismo. No se considera en el hombre la idea de una finitud accidental, es decir, causal, un evento producido en un determinado momento, o una especifica situación física-biológica, sino que la muerte tiene la capacidad de sistematizar la totalidad de la vida. La idea de la muerte se inserta en la misma existencia que el hombre acoge como una totalidad entre la misma vida y la misma muerte, y evidencia que él tiene conciencia de su finitud. Es preciso descubrir la unidad global, como una unicidad indisoluble que unen a los dos momentos de la vida, y también el hombre la percibe como su realidad inmanente, tanto que es posible que esa situación fundamental induzca a considerar la suposición de la trascendencia de algo de su ego, entendido como expresión de índole vital. El acabamiento de este ciclo puede no expresar la completa anulación del propio ego, sino solamente la situación social y total de la naturaleza biológica del cuerpo; se afirma el “puede”, ya que apoya este momento de la finitud como una mera posibilidad ofrecida por la conciencia y activada por la iluminación de algo más allá de la inmanencia de la naturaleza. Cada uno de nosotros somos sujeto, un “yo”; muchas nuestras operaciones, la inteligencia, la libertad y la causalidad tienen la cualidad de convertir a los sujetos: el sujeto que actúa y piensa. Es un modo peculiar y distinto de estar en el mundo: seres que piensan, entienden, extraen experiencia y conocimiento, y pueden actuar abriendo caminos. Por eso, cada hombre es una singularidad del mundo, no explica su entorno y no puede reducir sus piezas; es un centro de operaciones en el universo, creativo y autónomo, con un universo mental dentro de la cabeza; un universo mental capaz de transformar el mundo físico con ideas y acciones. La filosofía griega, desde Platón, ya se dio cuenta de este argumento: el sujeto humano hace operaciones inmateriales también y, por tanto, no es solamente material. El proceso de formación y el uso de nociones abstractas, las ideas, no son materiales; la libertad permite trazar un camino abierto, pensando en abstracto no representa un objeto material y contradice el determinismo de la materia; la causalidad de la conciencia actúa libremente sobre el cuerpo no material. El comportamiento inmaterial nos señala que el sujeto no es formado de sola materia en los demás seres vivos no hay sujeto, no hay conciencia, sólo hay una forma con propiedades específicas, que desvanecen cuando se corrompe el cuerpo, aunque la idea permanece, porque se puede repetir. Pero el ser humano no es sólo una idea, una estructura repetible, sino un sujeto material-inmaterial autónomo; y como no es solamente material no se puede corromper completamente, vislumbra una substancia incorruptible. Este es el argumento clásico de la espiritualidad humana que han usado todos los espiritualistas, desde Platón hasta Bergson, pasando por Santo Tomás de Aquino o Descartes. Es preciso no considerar analógica la transformación que ocurre en el hombre del restante mundo animal, y es imposible la conversión de la materia inanimada en viviente. En la doctrina filosófica y escolástica, por las cuales cada substancia constituye materia y forma, llamada hilomorfismo, eso es, la mutación del alimento que es inanimado se transforma en una substancia viviente. En las plantas y vegetales en general, pero, su substancia es inanimada, en cuanto el alimento se introduce y se convierte en ellos, es decir, el alimento mismo forma las entidades inanimadas que se nutren de eso. En el momento de comenzar una meditación el cuerpo se calma, se relaja y pierde conciencia del ambiente a su alrededor: cuando morimos, el corazón termina de latir, el cuerpo abandona sus atribuciones vitales y la conciencia cesa de impulsar las distintas opciones. En aquellos momentos desfilan en nosotros todos los pensamientos, las acciones, y los acontecimientos vividos en las horas, días y años precedentes: los más hermosos y los feos, los alegres y los sufrientes, e igualmente, en esta transición pasan delante de nuestra razón toda nuestra vida. En este punto de la meditación podemos precipitar nuestro intelecto por continuar a racionalizar nuestros pensamientos, o dejarnos absorber en las emociones de los recuerdos. El principio fundamental consiste en el dejar ir, es decir, abandonar cada deseo, conformismo, apego para llegar a la dimensión del vacío. Se considera la muerte un acontecimiento ajeno por la originaria naturaleza humana, y muchos son los mitos que explican en qué manera haya entrada la muerte en el mundo, que mutaba una condición primordial de plenitud de la vida.

Pedro Velasco Astudillo
23 de febrero, 2013

Amigo mío ( lo de amigo es un “cordial” abuso de un jubilado médico OCTOGENARIO ): Le digo que no se preocupe por el CALENDARIO, que sólo fue “diseñado” por los “gregorianos”, para dividir el tiempo de los VIVOS, entre los días ACIAGOS de los MUERTOS !… Le digo esto, porque ni el Maestro FREUD ni el Genial NIETZSCHE, ni su coetáneo e Inmortal WAGNER llegaron a entenderlo, para luchar exitosamente contra él , RENUNCIANDO a la MUERTE ! “Libera me Domine, de Morta Aeterna…” Sólo un POETA nuestro, humanista fraterno, entendió lo “renunciado del calendario” con sus momentos MALOS y BUENOS y no tan esos, para el ser humano; cuando escribió en verso, esta frase lapidaria_ “La RENUNCIA es el VIAJE de REGRESO del SUEÑO ” !!! * SALUD, “Ad MULTOS ANNOS” !!!

enrique costa
23 de febrero, 2013

Muy oportuno el art. para los que hemos “doblado” el recodo. No obstante me permito corregir algunas descripciones por inexactas, a saber: el harakiri es el sacrificio de animales. El sekutzu es la auto inmolación para lavar un error imperdonable. Y por último el sekutzu se aplica en el bajo vientre (las tripas) y no en el tórax. Por todo lo demás muy agradable y “ubicante” el artículo.

Ugo Biheller
23 de febrero, 2013

Querido amigo Pedro Velasco Astudillo, yo lo estoy siguiendo en los años, tengo 67 en unos 15 días, y por lo tanto mi reflexión sobre la vida y la muerte tiene el significado de poder comprender a mí mismo, sobre todo, no tengo la presunción de enseñar a nadie sobre la intimidad de mis pensamientos y mis oraciones a Cristo, Nuestro Señor, al cual creo profundamente. Por supuesto la muerte me asusta, es natural y es humano, el mismo Jesús tuvo miedo y lo asustaba lo que pasaría con su pasión y muerte. Por eso, a pesar del miedo de la muerte, estoy convencido que este mundo no está en condición de mantenernos vivos para siempre. Y a pensarlo bien no me gustaría, porque más el tiempo pasa más me percato de los disvalores que dominan el mundo. Saludos y que la vida lo premie, su vocación de médico lo merece.

Ugo Biheller
23 de febrero, 2013

La renuncia de Benedicto XVI, má allá de las inevitables conjeturas de los medias internacionales es una decisión que se ha verificado 4 veces en la historia de la Iglesia Católica. Sin embargo más allá de la referencias historicas, en la epoca moderna y contemporanea ocurrió por primera vez. La tradición de 2000 años, se ha quebrado. En el libro “Sol de Mundo” él había planteado esta posibilidad en tiempos no sospechosos. Ahora un principio fundamental ha cambiado: Ratzinger ha demostrado de ser un hombre capaz de renunciar. Un Papa siempre más anciano, tal vez circundado de lobos de la curia romana, disfrazados de ovejas.Un papa que ha decidido medidas inusuales en la iglesia, después del escandalo horroroso de la pedofilia de muchos sacerdotes, cubiertos y protegidos por obispos y cardenales complacentes y complices. Me vuelve a la memoria un discurso en la Sala Nervi de la audiencias papales de Pablo VI, el cual advirtío, con mucho escandalo de los cardenales, obispos y católicos que “el humo de Satanás se olía entre los pasillos del palacio apostolico. Papa Ratzinger es un hombre de fe, y su renuncia se enmarca en su teología que invoca el abandono del hombre de fe a Dios. Por su teología solamente Dios, através de Cristo, sumo sacerdote y guia de la Iglesia puede hacer que la Barca de Pedro salga del mar tempestuoso en la cual se encuentra; por la divisiones en su interior, su rostro ultrajado por los pecados gravísimos de muchos entre quienes la dirigen. Su dimisión revela la humanidad de este papa hombre que puede hacer un paso atrás para que la Iglesia pueda hacer con otra guia un paso adelante. El grande alfiler de la tradición y de la doctrina de la fe se ha revelado más revolucionario de sus predecesores. Su renuncia además no vuelve atrás a Juan Pablo I, que fue aplastado y falleció después de 33 días por los escandalo de la banca vaticana y la división en el interior de la Iglesia. Este tema nos lleva a la cuestión de la colegialidad y del rol del ejercicio del pontífice. A menudo el papa es aislado, no siempre la curia lo informa de todos los problemas gravisimos que se debaten en la misma iglesia. Ahora algo ha cambiado, yo creo para siempre.Pero su renuncia es el fruto de su intimidad con Dios, personalisima y no puede ser objetos para que otros sigan su camino de la renuncia. He leído en estes días de elecciones parlamentarias en italia que muchos electores quieren la renuncia de diputados corruptos, de un candidato primer ministro de la derecha que ha utilizado el poder para defender sus intereses. Pero para seguir el ejemplo de Benedicto, uno debe tener fe en el plan de Dios, lo que al contrario los políticos italianos no tienen, aunque muchos se llene la boca de ser cristianos católicos. Y el mismo discurso es valido por la enfermedad del presidente Chávez; no veo porque debería seguir el ejemplo de Benedicto puesto que su renuncia es fruto de sus oraciones a la Misericordia de Dios, y solamente examinando su conciencia Benedicto XVI ha renunciado.

Pedro Velasco Astudillo
24 de febrero, 2013

Tantas más que muchas son las GRACIAS que le debo dar,-distinguido AMIGO : UGO BIHELLER, con la venia de los amables foristas y al margen del tema que ha ocupado nuestros comentarios; por la gentileza de sus deseos, para éste médico “añejo” y servidor suyo. Parece ser USTED un CARTESIANO nato, según lo estamos leyendo, por aquello del dicho sabio: “COGITO ergo SUM” !…Siga viviendo – sin sobresaltos- ( que la Muerte es sólo un suceso cotidiano, universal y fatal, que nos vincula en su momento con la tan deseada PAZ y con el comienzo en nosotros, del OCIO del tiempo ) los acontecimientos que, como “etapa complementaria”, nos regalan “de ñapa”; al ritmo de su pensamiento fraterno y alto, y de sus sentimientos humanitarios… que -tal sus textos- lo mantienen vinculado a lo que – lamentablemente – mucha gente, de mente inerte, NO ENTIENDE de lo creado: invisible u ocupando espacio, por generación o transmutación… y la TOTIPOTENCTIA “CREATORIS”, que es ENERGIA y MATERIA juntamente, tal como se presente, llenando un COSMOS infinito y entrópico, en permanente creación y mutación !… Un SALUDO muy CORDIAL !

Federico Rodriguez
7 de marzo, 2013

Estoy leyendo este artículo a mas de las 32 horas de la muerte de Hugo Chavez. Debo decir que aunque tiene mas de dos semanas, este es EL momento ideal para leerlo y reflexionarlo.

Como todo venezolano, la muerte de Chavez ha producido en mi un torbellino de emociones y constantes lapsos de auto-reflexión sobre su importancia en mi desarrollo como persona (solo tenía 13 años cuando Chavez asumió el poder). Debo decir que, leyendo su referencia en el segundo párrafo del punto “3” de este artículo, he llegado a una nueva conclusión y disculpen los que leen si suena desalmada: Aunque hace tiempo había aceptado su astucia e inteligencia, para mi esto demuestra que Hugo Rafael Chavez Frías era a final, espiritualmente vacío. Un hombre vano que se aferró a algo que en esos últimos meses de vida le era tan inútil como lo son un par de zapatos para un invalido. Todo ese poder no le impidió llegar adonde vamos todos, e hizo que sus progenie política usaran su cadáver como marioneta de un show macabro.

Como siempre sus artículos son impecables. Basta decir que tengo todos y cada uno guardados en digital, para que así algún día sirvan de re-consulta como ya me han servido los publicados por mi paisano Arturo Uslar Pietri en aquella columna titulada “Pizarrón” que publicaba en el periódico de mi país llamado “El Nacional”.

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