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Profundo: El esperpento de Cabrujas, por Yoyiana Ahumada

cabrujas

 “Las imágenes más bellas, en un espejo cóncavo son
absurdas. Deformemos la expresión en el mismo espejo
que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España”.
Ramon del Valle Inclán

Su voz de bajo  sibilino resuena en el alma colectiva cuando  los venezolanos leemos en un titular miserias como que la deuda de PDVSA aumentó a 40.026 millones de dólares -un 14%- en 2012. Aunque Cabrujas repitió en su última entrevista -y en todas las que le fue posible- “No puedo ser conciencia de nada porque no lo soy ni de mí mismo”, la advertencia, el vislumbre de la equivocación histórica que venimos siendo desde que sonamos como Capitanía General hasta estas fechas sigue ahí, intacto en cada una de sus piezas. Como lección no aprendida, el fracaso histórico del proyecto nacional es tema insistente en su constelación dramatúrgica desde sus comienzos en el Teatro Universitario, con un agudo acento en el llamado Quadrivium -Leonardo Azparren Giménez dixit– que comprende las piezas producidas después de Fiésole (TU-1967) y está conformado por Profundo (1971), Acto Cultural (1976), El Dia que me quieras (1979) y El americano ilustrado (1986)

Buey: (Declara) Quiero tener dinero para hacer el bien. Siempre me ha preocupado la miseria. También me preocupa la planificación. No planificamos. Ni siquiera invertimos correctamente el superávit. Vamos así, de la mano del azar, y olvidamos el déficit de la balanza de pagos. Y allí está. Entre el esfuerzo de inversión pública y la iniciática privada hay un desequilibrio. El capital del Estado no es libre. Gira en la deuda exterior contra un pagaré infamante que nos degrada. Yo amo la bondad de las inversiones mixtas. Son sanas. Por eso me gustaría tener dinero. Todo lo que hay en la caja del Padre Olegario. Porque si no vamos derecho a una espiral inflacionaria con todas las nefastas consecuencias de la improvisación. ¿Y qué nos espera? ¡El control de cambio? ¿La paridad ficticia? ¿El signo blando? ¿La devaluación? (Pausa) Dejo eso en el ambiente.

Profundo emerge a la escena nacional en los albores de la bonanza petrolera sobre los que se erigió la Venezuela Saudita, la del derroche y el consumo,  y se echaron las bases de la ideología de la Gran Venezuela

Corría el año de 1971 cuando se estrenó esta pieza en la Sala Alberto de Paz y Mateos y en un espacio, al que alude como el cuchitril, que bien podría ser “la abstracción” de un apartamento de la actual Misión Vivienda, Cabrujas apretuja a un grupo familiar de venezolanos de a pie, una suerte de familia extendida -los Álamo- extrayéndola de su contexto rural para  “trasplantarla” a una urbe naciente.

Este microcosmos intimo de seis personajes conformado por las parejas de Buey y Magra; Lucrecia y Manganzón, la sobrina Elvirita y La Franciscana, una especie de madrina y la “presencia”  del espíritu ausente del padre Olegario al que el autor llama (UTC) y cuyas siglas significan Unidad Técnica de Combate – un gazapo de imprenta-.

De esta tribu se sirve Cabrujas para disertar acerca de la superstición, la cultura del azar y la creencia en un milagro capaz de procurar la riqueza instantánea, en una operación mágica que se ha erigido como el gran mito en el inconsciente colectivo nacional. La de que somos por generosidad de la tierra un país rico, donde el Estado es una suerte de Rey Midas sin fecha de caducidad.

Como en toda transacción mágica el solicitante debe hacer una ofrenda, un sacrificio, una entrega. En la pieza, una “representación” de un Auto Sacramental, que por el genio y el humor único de Cabrujas, termina por convertirse en una suerte de ceremonia exorcista que coincide con la celebración del cumpleaños del espíritu del Padre Olegario –sacerdote español muerto- cuyo espíritu mora en la casa de los Álamo. Su creencia se convierte en la pulsión vital que los cohesiona como grupo familiar y da sentido a su vida. Mientras como en toda pieza de Cabrujas sus deseos más genuinos se enmascaran en cualquier grandilocuencia.

Como predicado de base y destino, deberán hallar el dinero para erigirle una capilla al Padre Olegario.

Los Álamo y la “sacerdotisa”, La Franciscana, despliegan su sistema de valores y  creencias frente a una sociedad tímidamente citadina, donde se superponen fuertes creencias mágico-religiosas y hábitos pre-modernos. A ello se suma el uso de la metáfora del entierro. El hallazgo fortuito de la prosperidad le sirve Cabrujas para explicar la relación del venezolano con la producción de riqueza. Dirá el autor:

¿Cómo un pobre se convertía en rico en la Venezuela de 1905? Descubriendo un tesoro. No había otra manera. No había negocios, ni especulación en la Bolsa, ni golpes de fortuna. Había la leyenda de que los españoles en los días de la Independencia enterraron baúles, arcones, botijuelas repletas de morocotas. Mi padre, un primitivo habitante de lo que en día llamamos en Caracas, Catia o Parroquia Sucre, solía hablar de un canario que a principios de siglo descubrió uno de esos tesoros. Pues bien a eso se parece el petróleo. Es cuestión de cavar hoyos y descubrir riqueza.

La  posibilidad de hallar el “entierro” despierta toda la gama de sentimientos posibles y pone en escena los laberintos de una religiosidad que se sostiene en la culpa y en el pecado judeo-cristianos, en el que todos los buscadores del tesoro “tienen” que ser buenos y lavar sus malas acciones para ganar el favor del espíritu del padre Olegario y descubrir el tesoro: La consecución está  enmascarada por el fervor religioso desplegado en forma de parodia para pervertir el valor del ritual.  Se convierte así la fe en un valor de uso y valor de cambio. Transaccional: “yo te doy mi fervor, tú me das los churupos”. Cabrujas retoma y excava en las leyendas sobre la búsqueda del tesoro que aparecen en relatos de tradición oral como “Las minas del Rey Salomón”, “El rey Midas”, “Aladino y la lámpara Maravillosa” de Las mil y  una noches, e incluso la búsqueda del Santo Grial en la leyenda del Rey Arturo. En la pieza, los personajes quieren hacerse merecedores del tesoro, mientras que los caballeros aspiran encontrar la copa en la que bebió Jesús y con ello hacerse de la tradición, apropiarse y ser dignos de uno de los secretos del cristianismo a partir de una escala de condiciones de cada uno de los miembros de esta cofradía.

En Profundo la aventura está desprovista de todo significado trascendente. Es una excusa dramática convertida en un gran sarcasmo de los valores que apuntan hacia la ética cristiana.  Como en los espejos de Valle Inclán que devuelven imágenes deformadas, quedan reducidos a una ceremonia grotesca.

La fe que profesan los personajes en esta pieza tiene devaneos sincréticos y roces con la brujería y el espiritismo. La Franciscana bien podría ser una predicadora de “Pare de Sufrir”, adventista del séptimo día, testigo de Jehová, espiritista o santera. Bien mirada hasta una gran suerte de hibrido espiritual. Lo sustancial es que ella es la intermediaria, el canal entre el inframundo y la tierra. La trader de los deseos de un espíritu que exige tributos y la gula material de esta peculiar “modern family”

El juicio valorativo que establecen los personajes sobre lo que califican de bueno o malo, está relacionado con el pecado como sanción a sus apetencias sensuales: hay que lavarse de pecados. Evitar transgredir la ley divina para obtener la recompensa material del cielo.  Mientras las frustraciones de su vida íntima se solazan en la espera del milagro. Y se suspenden en la inacción.

Magra: Sexto mandamiento, ¿has tenido conversaciones indecentes?

Buey: ¿Conversaciones indecentes?

Magra: Conversaciones indecentes con indecencias

Buey: (Piensa) No

Magra: (Lee) ¿Has dado miradas peligrosas?

Buey: Magra que es una mirada peligrosa. Yo nunca he hecho eso

Magra: Una mirada peligrosa…

Buey. Pero cómo es ¿Tú sabes?

Magra: Claro que sé

Buey: Dímelo Magra, para yo saberlo también

Magra: No, porque es pecado.

Buey, Pero si yo no lo sé cómo puede ser pecado

Magra: Es pecado (…)

El Auto Sacramental de la obra, donde se representa el nacimiento del niño Jesús y se le ofrenda al Padre Olegario como regalo de cumpleaños, consuma la descolocación de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.  Los personajes de Magra y Lucrecia se desdoblan para representar a dos pastores malos y egoístas a quienes les molestan los pedigüeños: la caridad cristiana les tiene sin cuidado y además  sólo se interesan por el Niño, cuando “la hartazón con un pollo que se han comido sin compartirlo”, les  produce un leve arrepentimiento estomacal.  A  Bueyle es asignado el rol de San José; a Elvirita la Virgen María y Manganzón, que sufre un ataque de ambición frente al agujero y declara sus deseos por la plata del entierro, es el Niño Jesús, a quien incorporan al pesebre para adorarlo con expresiones idiomáticas comunes a la presencia de un recién nacido cualquiera y no frente al salvador de la humanidad. Una vez más Cabrujas echa por tierra el mito del redentorismo, “¡Qué bello se parece al padre! ¡Cómo hace pucheros!”, etc.… La ceremonia culmina con el soplido de una vela sobre una torta. En esta escena además, el autor se apropia del dogma católico de la Inmaculada Concepción, en un claro juego paródico.

Manganzón: Desde hace seis días recorro los caminos de Judea, acompañado de mis señora esposa, la señorita Virgen María. Ella está a punto de dar a luz, después de nueve meses de embarazo celestial

El autor advierte en el prólogo de la obra los discursos referentes -reales o ficticios- del canon cristiano a los que va a parodiar: “Misal Devocionario de HEC”, a cuyos editores el autor expresa agradecimiento; el libro de la Santa Cruz de Caravaca, “como un invalorable aporte para la construcción del algunas escenas litúrgicas”. La obra Camino recto y seguro para llegar al cielo de San Antonio María Claret, fundador de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, y la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino. La obra va dedicada a las historias de elevación de Carlos González Vega.

El clímax de la ceremonia lo produce como en todas las obras de Cabrujas: el momento de sinceridad de Manganzón, a su vez travestido como el Niño Jesus, cuando confiesa sus verdaderas apetencias: la necesidad del tesoro. El hueco no es entierro sino un meadero, y las intenciones no son ofrendar al padre Olegario. Él es el que reúne todas las virtudes para ser merecedor de la plata.

El orden se restablece después de la reprimenda y en una suerte de éxtasis final, empiezan a cavar con frenesí para hallar el tesoro.

La decepción final frente al agujero vacio luego del “fracaso” del rito, viene coronada por el espantoso olor. Han dado con la cloaca y de ella emana la mentira. Nadie se mueve, la Franciscana ordena que el “olor se ofrece” y que todos deben participar.

Afiliados a la estirpe cabrujiana los Álamo son seres entrampados por su realidad, y aunque descubren lo que los limita son incapaces de accionar para transformar la situación que los entrampa. Denuncian y vuelven al regazo de su quimera. Enuncian su drama. La palabra sustituye a la acción, la desplaza y la deja sostenida en el tiempo como una maldición, como el ritornelo de Buey: “Vamos así, de la mano del azar, y olvidamos el déficit de la balanza de pagos”. Esos son sus personajes, aquellos que hechos carne actoral interpelan la gran simulación sobre la que se ha erigido el país. Un dialogo crítico y genial encandila esa sombra colectiva. En su función de autor-ensayista a mano alzada trabajó incansablemente para  representar una contradicción y desde la ficción de la escena hacerla real, tangible. Empática. “Ese ser tuyo ahí”

Como la imagen de un espejo cóncavo,  el humor, inversión de lo trágico, señala a Latinoamérica como ausencia de lo sublime, dejó escrito.  Actúa como operación de enmascaramiento de la frustración; se apropia del germano Verfremdungseffekt, o efecto de distanciamiento brechtiano. Lente de aumento sobre las taras del gentilicio.

El país, como un héroe de la tragedia griega, ha identificado su error y sin embargo se dirige sin miramientos al barranco de su sino fatal. Así estamos. Profundo, agujero vacio, supurando herida de país. Cabrujas vuelve a la escena el 2 de Febrero, de la mano del GA80, necesario y puntual cuando la crisis aprieta, cuando el Estado ha desplazado la realidad, somos un país en estadio pre-moderno, una mueca. La Gran Venezuela en andrajos.

Ha dicho Ibsen Martínez: “En nuestra gesticulación de fracasados felices y elocuentes, Cabrujas halló el tema casi obsesivo de su escritura”

Hay voces, se escuchan. Quizá sea el padre Olegario. Quizá el tesoro esté en otra parte. Esperan el deus ex machina.