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Otro cerro es posible, por Juan Nagel

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El semanario The New Yorker publicó esta semana un reportaje desgarrador de Jon Lee Anderson sobre la decadencia de Caracas. La ciudad que pinta el autor, vista por sus ojos de extranjero, es conocida por todos, pero no por eso deja de ser deprimente: barrios informales donde imperan la ilegalidad y la violencia; sectores de clase media y alta que se aíslan de sus vecinos por temor al hampa; servicios públicos decrépitos; y falta de inversión en lugares públicos de calidad.

Justo cuando estaba por dejarme ganar por la desesperanza, leo acerca del dinamismo que se está viendo en las favelas pobres de Rio de Janeiro. El Associated Press reporta que en una favela en particular, Vidigal, los precios de las propiedades se han disparado -casas que antes valían 5.000 dólares hace unos años ahora se venden por 25.000. The Guardian menciona que el precio promedio de las propiedades en Río se ha incrementado un 165% en los últimos tres años. Una propiedad de dos ambientes en la favela de Rocinha ha pasado de 900 a 1.800 dólares en espacio de un año.

Pero las favelas de Río son parecidas a los barrios de Caracas, me digo a mí mismo. ¿Será que esa ciudad dantesca que pinta Anderson y que todos conocemos … tiene futuro?

Una de las primeras cosas que se ha hecho en Río es traer la formalidad a los barrios pobres. Al final del día, nadie paga buen dinero por un rancho si el derecho de propiedad no está claro.

La formalidad no es simplemente otorgar títulos de propiedad y ya. Las burocracias deben trabajar con las comunidades para que esos derechos de propiedad no choquen con tradiciones de propiedad ya establecidas. No es cuestión de “otorgar” derechos, sino de “reconocer” derechos que ya existen y que los propios residentes de los barrios han legitimado.

El trabajo que esto conlleva es de hormiguita, pero se puede hacer. Ninguna ley, ningún reglamento impuesto desde arriba podrá solucionar los detalles que requiere este proceso.

Otro esfuerzo que se ha hecho en Rio es el de incorporar a las favelas a los mapas. Por ejemplo, si usted se mete en Google Maps y ve Caracas, aparecen los nombres de las calles de nuestras urbanizaciones. Pero si usted se mete en las fotos del Barrio Las Casitas de Petare, los nombres desaparecen. Calles, callejones, caminos… ninguno pareciera existir de manera formal. Una cantidad aplastante de los ranchos en los que vive la mitad de la población de Venezuela no tienen un simple número o un nombre que los identifique.

Para los que vivimos en casas formales, con dirección, con número, a veces con un nombre, y con un título de propiedad, nos resulta difícil ponernos en los zapatos de alguien para quien eso es un privilegio, algo “de ricos.” Todas las actividades diarias que damos por sentado – desde una solicitud de empleo hasta abrir una cuenta de banco o pagar con una tarjeta de crédito – se hacen infinitamente más difíciles si uno vive en un lugar donde la propiedad no está establecida, y donde el correo ni siquiera puede llegar por no existir la dirección en un mapa.

En Río se han encargado de eso. Gracias a la pacificación y al trabajo conjunto de ONGs y el gobierno local, calles, callejones y pasajes de las favelas de Río ahora tienen nombres, y tanto las vías de acceso como las casas están numeradas.

Obviamente, la formalización no lo es todo. El mapeo de nuestros barrios y la formalización del capital en los mismos no aseguran por sí solos el éxito. La pacificación de algunas favelas y la ampliación de los espacios cívicos en los mismos – una biblioteca aquí, un parque allá – sin duda han contribuido al mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Y uno no puede ignorar el efecto que puede tener la realización del Mundial de Futbol y las Olimpíadas sobre el boyante mercado inmobiliario. Sin embargo, pensar en ganarse las gracias del Comité Olímpico Internacional como paso previo para darle un futuro mejor a nuestros ciudadanos menos favorecidos equivale a rendirse.

Al progresismo internacional le encanta declamar que “otro mundo es posible.” Es hora de que fijen la mirada un poquito más cerca de casa, y vean que, con un poquito de esfuerzo e imaginación, otros barrios también son posibles.