- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Alucinaciones, por Edmundo Paz Soldán

La vez que probé ayahuasca (para ser precisos, una versión más pura llamada daime) me encontraba en una cabaña en el amazonas boliviano, en la frontera con Brasil. A los cuarenta minutos de haber ingerido el brebaje, me sentí mareado y salí de la cabaña. Vi los árboles que me rodeaban y escuché el ruido de los animales como si se tratara de la primera vez; todo había adquirido intensidad. Me puse a caminar en torno a la cabaña y de pronto descubrí entre los árboles, en medio de la selva, un palacio. Me acerqué a la puerta de entrada -a la que yo creía que era la puerta de entrada–, me asomé a una amplia sala vacía. Sentí que ese palacio pertenecía a seres que no eran de este mundo y que me esperaban; tuve miedo y retrocedí. Me armé de valor: el palacio no debía vencerme. Volví a acercarme y logré dar dos pasos dentro de la sala antes de salir corriendo.

Esa noche mi experiencia con el daime duró alrededor de seis horas y vi muchas cosas más (panteras de ojos fosforecentes, rostros de mujeres de arena). Todo lo que vi cuestionó profundamente las seguridades cartesianas que yo tenía acerca del funcionamiento del universo. No sé si me he recuperado del todo; al menos ahora, después de leer Hallucinations, el nuevo y magistral libro del neurólogo Oliver Sacks, me siento menos solo.

Sacks recuerda la definición que da William James de la alucinación: “una forma de la conciencia estrictamente relacionada con las sensaciones, una sensación tan verdadera y correcta como si hubiera un objeto real enfrente. Lo único diferente es que el objeto no está ahí; eso es todo”. Luego procede a hacer un listado exhaustivo de diferentes clases de alucinaciones: desde las relacionadas con las migrañas, la fiebre y el Parkinson, hasta las que tienen como punto de partida las drogas alucinógenas y las plantas psicotrópicas, pasando por las que sufren los prisioneros en confinamiento solitario, los marinos en alta mar, los epilépticos y quienes van perdiendo la vista. Las alucinaciones no son solo visuales: las hay auditivas (“escuchar voces” es uno de las formas más conocidas de la locura), olfatorias y del sentido del gusto.

Sacks no se resiste a contar una anécdota más incluso cuando ya ha probado su argumento. Una galería de personajes fascinantes aparece en sus páginas: el naturalista Linneo, que tendía a ver a su doble en todas partes y que una vez abrió la puerta de su habitación y la cerró rápidamente, diciendo “¡Oh! Ya estoy ahí”; Alfred Russel Wallace, que en una alucinación provocada por la malaria tuvo la idea de la selección natural; Zelda, una historiadora con el síndrome de Charles Bonnet -alucinaciones que ocurren cuando una persona se está volviendo ciega–, que vio réplicas diminutas de las figuras de un programa de televisión salirse de la pantalla. Sacks es también un personaje de su propia historia y relata sus experiencias lisérgicas con LSD y anfetaminas, que lo llevaron a preparar, un domingo por la mañana, un desayuno para Jim y Kathy, dos amigos que lo visitaban, solo para descubrir que esos dos amigos nunca habían estado ahí.

Sacks conecta todos los casos con el complejo funcionamiento del cerebro; por dar un par de ejemplos, algunas alucinaciones de orden místico están conectadas con la epilepsia del lóbulo temporal, y si aparecen caras grotescas, éstas suelen estar relacionadas con una actividad fuera de lo normal en el surco superior temporal. Pese a los avances científicos, Sacks reconoce que las alucinaciones siguen siendo un gran misterio. De ese misterio deriva su gran importancia cultural: ellas tienen mucho que ver con “nuestro arte, folklore, incluso religión”. Ciertas alucinaciones pueden haber influido en la idea que tenemos hoy de los monstruos y los fantasmas; las visiones de figuras liliputienses asociadas con la migraña pueden tener relación con la aparición de elfos, gnomos y hadas en el folklore; y, por supuesto, la sensación “primal” de la presencia alucinatoria de un “Otro” cerca nuestro, puede haber influido en la creación de nuestra idea de Dios.