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Zelda Fitzgerald, rehabilitada; por Patricio Pron

Superzelda es una buena biografía, dibujada con acierto (y sin demasiado virtuosismo) por Daniele Marotta y narrada hábilmente por Tiziana Lo Porto, que convierte a la mujer de Francis Scott Fitzgerald en alguien sustancialmente diferente y mucho más interesante que lo que el lector puede inferir de lo poco que sabe de ella antes de leer este libro (joven rebelde, it girl antes de que se acuñase el término, alcohólica y loca). “Zelda es extremadamente Zelda” dice su marido en un pasaje de esta biografía (41) y su lector acaba comprendiendo que fue precisamente su entusiasmo por los excesos (las fiestas interminables, el desplazamiento incesante, las proezas físicas, los lujos, las cartas torrenciales) el que acabó minándola, al tiempo que definiéndola.

No se trata de que Zelda haya sido víctima de esos excesos, sino más bien que ella misma era un exceso y que aquello que la conducía hacia su final (y el lector recordará en este punto a muchas personas que haya conocido cuyo final le habrá parecido escrito de antemano) no era ni más ni menos que lo que era o deseaba ser; en particular, el deseo de expresarse artísticamente y la exigencia de hacerlo tan bien como quienes la rodeaban (es decir, como los artistas más importantes de la primera mitad del siglo XX). Zelda pintó, bailó y escribió; dicen que sin demasiado talento, pero resulta difícil creerlo al leerla en este libro (que recurre principalmente a sus cartas), ya que aquí la inteligencia y la plasticidad de sus frases la sitúan a la altura de los más grandes. Nunca terminó una novela que pensaba titular “Las cosas del César” y murió en el incendio del asilo para alienadas en el que se encontraba, pero antes (en una de sus tantas internaciones) dijo: “Yo sigo bailando y sonriendo, pase lo que pase, y sin embargo en mi corazón sé que el amor es cruel pero es lo único que hay, y que el resto es para los mendigos de afecto de esta tierra o para la gente que se excita con postales obscenas” (124). Antes o después, su marido le había escrito: “Tu problema, Zelda, es que no te has contentado con beber de la fuente de la juventud. Has seguido asomándote desde el pretil para ver tu imagen hasta que te has caído dentro y casi te ahogas”. Y Zelda le respondió: “No me asomaba para ver mi imagen. Intentaba sacarte del agua a ti” (170).

Superzelda (un título que remite inevitablemente a las heroínas de cómic de las que hablamos en otro lugar) demuestra que la historia de Zelda Fitzgerald, que sabíamos triste, fue también muy bella.

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Publicado en El Boomerang