- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Un museo improbable, por Patricio Pron

Aunque tenemos muchos museos, carecemos de uno para las cosas que nunca han sido, las que pudieron haber sido, y estuvieron a punto de serlo pero nunca tuvieron lugar, como Der Pott ist dahoam (literalmente: “La copa está en casa”), un libro destinado a celebrar la obtención de la Copa de Campeones del último año por parte del Bayern München. El libro había sido impreso con la previsión (muy alemana, por supuesto) de que el equipo bávaro venciera al Chelsea FC; como no lo hizo, sus ejemplares fueron destruidos a poco de haber sido puestos a la venta.

Al contar la historia del libro que no fue, el periódico alemán Süddeutsche Zeitung recordaba que en 1997 el personal de Ferrari distribuyó en la última carrera del año unas gorras con la leyenda “Michael Schumacher, campeón del mundo”: el corredor alemán fue descalificado a último momento y el título fue a manos de otro (y las gorras a la basura). Algo similar había sucedido el año anterior, cuando el Inter de Milán imprimió de forma anticipada unos carteles con la frase “Campeón de la Copa de la UEFA 1996” porque no creía que su rival, el Schalke 04, pudiera arrebatarle el título (por supuesto, ganó el Schalke). Más recientemente, en junio de 2011, el periódico Miami Herald publicó por error el anuncio que el auspiciante de los Miami Heat había mandado confeccionar por el caso de que estos obtuvieran el título de la NBA, que les fue arrebatado. Al igual que Der Pott ist dahoam, decenas de títulos son publicados cada año con una finalidad claramente comercial y una caducidad casi inmediata: las memorias de la presentadora televisiva que nadie recordará en algunos años, el libro acerca de la crisis económica que será una antigualla mucho antes de que el primer ejemplar salga del depósito, las recetas del cocinero que perderá su trabajo con la próxima reforma de la grilla televisiva, la biografía del candidato político que no ganará las elecciones, las sesudas reflexiones sobre la teleserie que sus espectadores olvidarán tan pronto otra capte su interés y cosas así.

No me parece razonable culpar a las editoriales por ello, ya que éstas publican estos productos con la finalidad de cuadrar unos balances que, en el mejor de los casos, son deficitarios por naturaleza si lo que estas editoriales publican (o pretenden publicar) es literatura de calidad, siempre menos atractiva comercialmente que los productos de circunstancias; más interesante que la supuesta “bastardización” del libro es, pienso, el olvido en el que éste cae a menudo, en particular el libro de coyuntura.

Un museo de las cosas que no llegaron a ser debería incluir esos títulos (sobre cuyo fondo se recortan los libros que sí recordamos) y también todos los otros objetos que alguna vez nos hicieron pensar que las cosas podían ser diferentes: todos los discursos de aceptación de un premio que guardan en sus cajones los escritores que no los han recibido, los de los candidatos al Oscar que no obtuvieron la estatuilla, las camisetas que los equipos de fútbol que pierden una final han hecho imprimir y que algún asistente se apresura a tirar a la basura antes de que el primer espectador abandone el campo, las lágrimas que la candidata a Miss Mundo guardaba en la comisura de sus ojos por si ganaba, el discurso que los asesores del presidente estadounidense Richard Nixon habían escrito por el caso de que la misión del Apolo XI fracasara, los reclamos publicitarios sobre el nuevo escritor que todo el mundo tiene que leer porque es nuevo (y sobre el viejo escritor que hay que leer porque hace tiempo que está dando vueltas), la fotografía de la autora cuyo único mérito era ser joven y guapa y ahora es mayor y fea, todos esos escritores que eran jóvenes promesas y pasaron a ser tristes realidades, las fotos de las antiguas novias. Todos ellos podrían ser parte de un museo así, pero es improbable que alguien quisiera visitarlo.

***

Publicado en El Boomeran.