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El problema de Obama en Siria, por Jon Lee Anderson

A medida que la marea se vuelve a favor de los rebeldes en la brutal guerra civil que lleva veintiún meses en Siria, el gobierno de Obama por fin ha encontrado una facción con la que puede trabajar. El martes, el presidente Obama dijo que Estados Unidos reconocía a la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Oposición y la Revolución Siria como los “representantes legítimos del pueblo sirio.” Al hacerlo, estaba siguiendo el camino ya transitado por los gobiernos de los Estados del Golfo Árabe, Turquía, el Reino Unido y Francia. Pero Obama optó por cubrir su apuesta de una manera que esos otros países no hicieron. A pesar de estar reconociendo a una organización rebelde, el gobierno de EE.UU. señaló al Frente Al-Nusra, uno de los grupos aliados más activos y efectivos en la lucha contra el régimen de Assad, como una organización terrorista islámica vinculada a Al Qaeda en Irak.

La iniciativa de los EE.UU. ocurre tras un par de semanas de intensa actividad de batalla por los rebeldes sirios, donde parece que han superado una larga tradición de problemas. Aparentando estar mejor armados que nunca, y mostrando una mayor coordinación táctica entre ellos, los rebeldes tomaron una serie de bases militares y llevaron la guerra más cerca del centro de Damasco, rodeando la ciudad con eficacia por tres lados. También comenzaron a lanzar ataques destinados a tomar el control del aeropuerto internacional, situado a unos veinte kilómetros de la ciudad. Los vuelos tanto de ida como de vuelta fueron suspendidos durante varios días, y las líneas de Internet y teléfono de Siria fueron cortadas. El apagón aumentó la creciente percepción internacional de que el final del juego en Siria se está acercando. (Un amigo me dijo el miércoles que el ambiente en Damasco, con bombardeos y disparos ocurriendo todo el tiempo, es extremadamente ansioso y tenso – la vida de la mayoría de las personas ahora gira en torno a conceptos básicos del día a día como asegurar suficientes alimentos y combustible. La gasolina y el pan son ahora muy escasos, y en los lugares donde el gobierno tiene panaderías subvencionadas, las líneas para comprar suministros racionados – con valor de dos días por cada familia – son de tres horas.)

Incluso los aliados que le quedan a Assad reconocen que el fin de su tiempo en el poder parece estar cerca. El jueves, el viceministro de Relaciones Exteriores de Rusia concedió que los recientes logros rebeldes hacen que parezca probable que Assad pierda la guerra, la primera admisión de este tipo por un alto funcionario ruso. (Rusia, junto con Irán y China, ha proporcionado apoyo diplomático en la ONU para el régimen de Assad, y Rusia también es el principal proveedor militar de Siria). Advirtió, sin embargo, que el desenlace podría ser prolongado y extremadamente sangriento, costando decenas, o incluso cientos de miles de vidas sirias. Reiteró la propuesta oficial rusa de abrir el diálogo y llegar a un acuerdo negociado. (El viernes, el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso emitió un comunicado repudiando las pesimistas observaciones del funcionario.)

Tomando en cuenta todos estos hechos, el momento de la Casa Blanca de tomar la decisión de darle reconocimiento diplomático a los rebeldes de Siria es ciertamente oportuno, pero no fue una decisión improvisada. Hay funcionarios del Departamento de Estado de EE.UU. que han estado ocupados detrás de las cortinas durante meses en esfuerzos por ensamblar una oposición siria funcional y pro-occidental con una cabeza y una cola que hablen juntas. Ahora habrá sin duda más negociaciones, y algo de disputa, sobre la decisión de los EE.UU. de aislar al frente yihadista Al-Nusra; incluso Moaz Sheikh al-Jatib, el líder religioso relativamente moderado de la nueva coalición aprobada por Estados Unidos, cree que fue un acto imprudente. A pesar de estos puntos de fricción, la relación recién formalizada significa que los estadounidenses ahora podrán participar en la conversación acerca de la composición de la oposición siria, acercando a los EE.UU. a su meta de lograr, eventualmente, un régimen amistoso post-Assad, o al menos uno sobre el que pueda tener cierta influencia, posiblemente a cambio de una intensa, y potencialmente importante, ayuda en dólares y otras formas de apoyo.

La pregunta es si los EE.UU. tomarán medidas más directas para acelerar la instalación de ese gobierno post-Assad. Aumentando la presión desde la semana pasada, el Secretario de Defensa Leon Panetta y otros funcionarios estadounidenses expresaron su alarma ante la posibilidad de que el régimen de Assad utilice su aparentemente importante arsenal de armas químicas en un desesperado acto final. Las evidencias de inteligencia muestran que agentes precursores del gas sarín, un agente nervioso letal, habían sido cargados por unidades militares sirias en bombas aéreas, y según los funcionarios esto les hizo romper su silencio. Esto fue negado vehementemente por altos funcionarios sirios, que no obstante advirtieron de la posibilidad de que rebeldes radicales islámicos podrían poner sus manos sobre este tipo de armas. (Esta semana, Panetta dijo que el peligro del uso de armas químicas parecía haber disminuido.)

No está más allá de lo posible que el mismo gobierno de Assad haya sido la fuente sobre el temerario uso del sarín, utilizando la amenaza del uso de armas químicas con el fin de llegar a un acuerdo para su supervivencia. Ha sido reportado que que unidades de fuerzas especiales estadounidenses han sido estacionadas en la vecina Jordania desde hace meses, entrenándose con tropas aliadas para preparar las operaciones que permitirían asegurar varias docenas de instalaciones sirias con armamento químico en caso de que el régimen colapse. Pero esos mismos reportes han citado a funcionarios estadounidenses expresando sus dudas sobre la capacidad de asegurar todas las instalaciones. En vista de esas reservas y las declaraciones del presidente Obama de que el uso de armas químicas constituye una “línea roja” para los EE.UU., Assad puede muy bien haber apostado a que sus armas químicas pueden ser la clave, no de su caída, sino de su supervivencia.

Para Assad, hacer algo que provoque una intervención militar de EE.UU., aunque sea limitada, puede ser un paso en falso letal –o podría ser exactamente lo que tiene que hacer para sobrevivir. Los yihadistas que ahora luchan contra él podrían dirigir su fuego contra los estadounidenses, como lo hicieron antes en Irak.

Para el presidente Obama, la intervención militar de EE.UU. tiene que ser la menos deseable de todas las posibles acciones –una acción que implica consecuencias imprevisibles, incluyendo el riesgo de involucrarse en un nuevo conflicto multi-parte en el Medio Oriente. Por esa razón, el umbral que determina el momento en que EE.UU. podría participar de manera más directa se mantiene necesariamente ambiguo, dejando a los EE.UU. y Siria poniéndose a prueba cada vez más cerca, en un clásico juego de la “gallina”, pero con apuesta muy altas.

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Publicado en inglés en The New Yorker. Traducción: Nelson Algómeda