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Posprólogo a la novela “El príncipe negro”, por Enrique Vila-Matas

Querido amigo:

He leído su paseo por el mundo de la muerte propia y me gusta por lo que tiene de vagabundeo y de ensayo, al modo de Peter Handke cuando daba vueltas a temas como la fatiga cósmica, véase su Ensayo sobre el cansancio. El suyo es una bella deriva sobre la muerte por mano propia y podría llamarse Ensayo sobre el suicidio, aunque no puede haber encontrado para él un mejor título que El príncipe negro. Vi ese cuadro de Klee una sola vez en mi vida. Y Rosa Schwarzer no es una invención, sino una señora que hacía de vigilante en ese museo y que se levantó de golpe cuando vio que mi amigo y primer traductor al alemán, Orlando Grossegesse, y yo nos aproximábamos demasiado al cuadro y, según nos dijo (o así me tradujo Orlando), quería evitar que sonara la alarma. De ahí surgió el equívoco, porque yo no entendía nada del alemán y, al preguntarle a Orlando qué nos había dicho aquella señora, entendí −en un primer momento− que la vigilante nos había confesado que se había sentido alarmada al ver que nos acercábamos tanto al cuadro. Al salir del museo, anoté en una tarjeta postal la posibilidad de escribir un relato sobre una mujer alemana que vivía alarmada si los visitantes del museo donde vigilaba cuadros se acercaban demasiado a su pintura preferida, El príncipe negro. No he vuelto nunca más a esa ciudad ni a ese museo, pero estoy seguro de que, si un día regresara a esa última sala donde exponen El príncipe negro, una vigilante saltaría de inmediato, alarmada, para prevenirme de los posibles peligros que corro al encontrarme tan cerca del cuadro.

He leído su paseo por el mundo de la muerte propia y debo decirle que me gustan este tipo de derivas, de desvíos de la carretera original de la vida. Y paso por alto, por supuesto, que en su melancólica historia yo me suicido ya que, de ser verdad que me maté arrojándome desde un sexto piso cercano al Bar Bauma de Barcelona, no estaría ahora escribiendo este posprólogo que aspira a cerrar su libro con una cierta alegría para todos, incluidos mis vecinos de la planta baja, con los que tengo pactado y firmada buena conducta por mi parte hasta que llegue a la edad de cien años. Mañana cumplo sesenta, por cierto. Me pone de buen humor saber que tengo tanto tiempo por delante para suicidarme fuera de su libro.

Dicho esto, quiero decirle que el suicidio ya no me quita el sueño. Decirle también que no es extraño que la fotografía que vio en la portada del libro de Candaya le chocara y que observara un rictus extraño en mí. Mi sonrisa fue retocada, porque en la original era algo sombría. Por eso le envío ahora mi sonrisa verdadera, la que quiero que acompañe a este libro de desvíos suicidas.

Créame, con el tiempo el tema de la muerte por mano propia pasó a ser un tema menor para mí. Ya no tengo ni los cincuenta años de Gabriel Ferrater para matarme con cierta gracia. Le dejo el suicidio a usted como tema para los próximos meses. Hace años compré un libro de Séneca que llevaba una dedicatoria de alguien al antiguo poseedor. Yo quisiera que esa dedicatoria de quien ni usted ni yo conocemos le llegara a su casa de Maracaibo como si fuera mía; creo que es lo mejor que puedo decirle en este momento complicado en que su libro se suicida con mis palabras finales: “Que sea para ti amigo en las horas difíciles y que te ampare como me amparó a mí”.

No conozco mejor elogio, aplicado a un libro, que el de amigo en las horas difíciles. ¿No cree?

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Barcelona, 30 de marzo de 2008.

FICHA

El príncipe negro
Norberto José Olivar
Editorial Lugar Común
Caracas, 2011