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Doctor, me duele cuando leo esto; por Umberto Eco

Para aliviar mi dolor de artritis, un doctor me aconsejó que empezara a tomar cierto medicamento que, en el interés de evitar fatigosas disputas legales, mejor no mencionaré aquí. Más bien le voy a dar un nombre imaginario: Mortac.

Antes de tomar Mortac hice lo que haría cualquier persona razonable y leí la hojita con información para el paciente que venía con las pastillas: esa que ofrece consejos tan prudentes como la de evitar tomar el medicamento si pensamos empujárnoslo con una botella de vodka, si tenemos que conducir un remolque mil kilómetros ese mismo día o si sucede que tenemos lepra o estamos embarazados con trillizos.

La papeleta informativa advierte también que algunos pacientes podrían sufrir reacciones alérgicas al Mortac, como hinchazón de la cara, labios y garganta. Menciona mareos y sopor, y (especialmente entre personas de edad) caídas accidentales, vista nublada o pérdida de visión, daños en la columna vertebral, falla cardíaca o renal y problemas para orinar. Algunos pacientes, agrega, han tenido pensamientos de suicidio o automutilación y, si ese fuera nuestro caso, recomienda —supongo que cuando el paciente está tratando de saltar por la ventana— que consultemos con un profesional de la atención médica. (Aunque en ese caso creo que me comunicaría más pronto con el departamento de bomberos).

Además, por supuesto, Mortac supone los riesgos comunes de constipación, parálisis intestinal, convulsiones y, si se toma en combinación con otros medicamentos, fallo respiratorio y coma.

Esto por no mencionar la prohibición absoluta de conducir un automóvil, de operar maquinaria pesada o de participar en actividades que pudieran ser peligrosas; digamos, trabajar en una prensa hidráulica tratando de conservar el equilibrio en una viga del piso 50 de un rascacielos.

Y si tomamos Mortac en una dosis superior a la recetada, podemos esperar sentirnos confusos, somnolientos, agitados o ansiosos. Si tomamos una dosis demasiado pequeña, o si de pronto dejamos de tomar el medicamento por completo, podríamos experimentar perturbaciones del sueño, dolores de cabeza, náusea, ansiedad, diarrea, convulsiones, depresión, sudoración o mareos.

Más de una de cada diez personas que tomen Mortac experimentarán aumento de apetito, excitación nerviosa, confusión, pérdida de la libido, irritabilidad, trastornos de atención, torpeza, deterioro de la memoria, temblores, dificultad en el habla, hormigueo, letargo e insomnio (¿juntos?), fatiga, visión borrosa, doble visión, vértigo y problemas de equilibrio, boca seca, vómito, flatulencia, disfunción eréctil, hinchazón del cuerpo, sensación de ebriedad y perturbación de la marcha.

Más de una de cada mil personas experimentarán una caída en el nivel de azúcar sanguínea, percepción alterada de sí misma, depresión, cambios de humor, dificultad para encontrar las palabras, pérdida de memoria, alucinaciones, sueños desagradables, ataques de pánico, apatía, sensación de “extrañeza”, incapacidad de alcanzar un orgasmo, eyaculación retrasada, problemas conceptuales, embotamiento, movimientos anómalos de los ojos, disminución de los reflejos, piel sensible, pérdida del sentido del gusto, sensación de ardor, temblores al moverse, reducción del estado de alerta, desmayos, mayor sensibilidad al ruido, resequedad en los ojos, lagrimeo, arritmia cardíaca, baja presión arterial, alta presión arterial, perturbaciones vasomotrices, dificultad para respirar, resequedad de la nariz, hinchazón abdominal, aumento en la producción de saliva, reflujo gástrico, pérdida de la sensibilidad alrededor de la boca, sudoración, escalofríos, contracciones musculares, calambres, dolor en las articulaciones, dolor de espalda, dolor en las extremidades, incontinencia, dolor al orinar, debilidad, caídas, sed, opresión en el pecho o cambios en las funciones hepáticas.

No hay nada de qué preocuparse, claro: existe apenas una posibilidad entre mil de experimentar esos efectos secundarios. (En cuanto a lo que le sucede a esa persona entre diez mil —o cien mil—, prefiero ni pensarlo. No es posible tener tan mala suerte).

Una vez que el folleto me hubo capacitado tan a fondo, evité tomar siquiera una sola dosis de Mortac. Estaba seguro que de inmediato estaría afligido con la rodilla del ama de casa o algo por el estilo. (No importa que la papeleta informativa haya olvidado mencionar ese trastorno en particular).

Pensé en botar las píldoras en el basurero, pero temí que desecharlas de la manera acostumbrada fuera a causar una mutación genética de proporciones épicas en las ratas. Mejor sellé la botella de píldoras en una caja de metal que enterré en un parque, a un metro bajo tierra.

Y desde entonces, he de decir, mi dolor de artritis básicamente ha desaparecido.