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Sobre el arte de regalar, por Angel Alayón

Que te regalen lo que no quieres puede ser una bendición. Al menos así lo cree Almudena Grandes, quien atribuye su carrera de novelista al haber recibido cuando niña, de manos de su abuelo, una no-deseada versión de La Odisea que la enganchó con la lectura. Pero no siempre las historias asociadas con regalos indeseados tienen un final feliz. La decepción es la frecuente contraparte del acto de regalar. La generosidad trocada en frustración.

En época de regalos, algunos avisan en voz alta que desean recibir su presente en efectivo. Quizás lo hacen para no arriesgarse a recibir algo que no quieren, otros porque pretenden sumar para comprar algo que cuesta más de lo que esperan recibir en un solo regalo. Lo contante y sonante como sustituto de la sopresa tiene alguna ventaja: el valor de lo que se regala es exactamente igual al valor de lo que se recibe. El economista Joel Waldfogel ha estimado que, en promedio, se pierde hasta un treinta por ciento del valor de los regalos.  Si te obsequian un perfume que costó cien, y tu sólo hubieras pagado setenta por disfrutar ese aroma en tu cuerpo, la sociedad ha perdido treinta. Waldfogel estima que cada año se pierden por estas diferencias en valoración unos diez mil millones de dólares sólo en los Estados Unidos. No saber escoger cuál es el regalo adecuado puede ser muy costoso.

Pero no a todos les gusta regalar dinero o que se lo regalen. Algunas personas pudieran considerarlo —incluso— ofensivo. Y es que los regalos no son simplemente una transferencia de valor monetario. Los regalos también tienen un valor simbólico. Son formas de representar emociones y compromisos (o al menos es lo que se espera). El regalo funciona, entonces, como mecanismo de transmisión de un mensaje. Pero hay que advertir: el mensaje debe ser el adecuado y no siempre es fácil acertar en lo que comunica lo que se regala.

En tiempos de la universidad, Fernando —un amigo— conoció a una hermosa mujer —todavía lo es— durante la primera semana de clases. Ella fue el centro de atención y causa de desvelos de muchos durante su paso por la universidad. Fernando se enteró de la fecha de su cumpleaños, por lo que se dedicó a buscar un regalo que mostrara su interés. Ya había logrado invitarla a un café y pretendía continuar sus avances. Todos lo demás no pasaríamos de felicitar a la cumpleañera, pero él quería distinguirse. Llegado el día, al final de la última clase, Fernando entregó su regalo y nuestra compañera lo recibió con evidente agrado. Fernando sentía la alegría que produce avanzar hacia la meta. Al día siguiente, antes de empezar la clase y con todos ya sentados en el salón, la mujer entró y le lanzó la caja del regalo a nuestro amigo. Lo llamó “falta de respeto” y le exigió que ni se atreviera a dirigirle la palabra. Fernando enmudeció.  Su misión había fracasado y, la razón, había sido el regalo: una íntima y  minimalista pieza de Victoria´s Secret. El mensaje de Fernando había sido claro y directo. Nadie duda que logró comunicar lo que quería, pero los regalos tienen su tiempo y lugar para que sean eficaces desde el punto de vista simbólico. Todavía hoy, cuando Fernando se toma un par de copas con sus amigos universitarios, se pregunta cómo sería su vida si le hubiera regalado a aquella mujer una caja de bombones.

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Me gustan los regalos que abren mundos, que estimulan la imaginación. Un libro siempre es una excelente opción. Además, hay algo de elogio cuando se regala un libro. Quizá la digitalización de la lectura nos quite algo de la emoción de regalar o de recibir un libro, pero que te regalen un Ipad o un Kindle en nombre de la lectura es un sacrificio que siempre se puede asumir con dignidad.

Los libros son también un buen regalo —el mejor, estoy tentado a decir— para los niños. Quizás no sean lo primero que estén esperando —difícil en tiempos de Nintendos 3-D—, pero los libros son pacientes y en cualquier momento ejercen su magia. El acercamiento a la ficción puede ser el mejor de los regalos. A fin de cuentas, ¿qué mejor regalo que un mecanismo de supervivencia?

Un buen regalo tampoco es un asunto de cuantía monetaria. Sin duda que un diamante siempre será  bien recibido, pero si no está a nuestro alcance económico, o, incluso, si no tenemos dinero para comprar y regalar algo “material”, quizá sea la hora de hacer explícito el concepto del regalo como valor simbólico-comunicacional. Toma un lápiz y escribe unas líneas en la que digas exactamente lo que quieras expresarle a la persona que le regalas. Los regalos se pierden, pocas cartas se olvidan.  Y si, por último, antepones como excusa que no escribes bien como para regalar una carta, siempre puedes ofrecer algo de buena compañía. Nada como tu propio tiempo, el último de los recursos escasos, para mostrar que le importas a alguien. Después de todo, regalar es siempre un intento de quebrar la soledad.