Artes

Poemas que matan, por Héctor Abad Faciolince

Por Héctor Abad Faciolince | 5 de diciembre, 2012

Nadiezhda Mandelstam

 

Se sabe que Ovidio, el gran poeta latino, fue condenado al destierro en la más remota provincia romana del Mar Negro, Torni, en la actual Rumania. Sus culpas, dice él, fueron “un error y un poema”. Al parecer al emperador Augusto, restaurador de la moral del imperio, no le gustaban sus obras libertinas y menos aún sus actitudes vitales del mismo tipo. Y durante los últimos diez años de su vida, Ovidio se la pasó escribiendo versos tristes e inútiles epístolas repetitivas en las que rogaba que intercedieran por él ante el emperador para que lo dejara volver a Roma, o siquiera a una provincia más cercana de la capital. Desterrado, solo, sin amigos ni familia, murió en el año 18 de nuestra era.

Que un solo poema pueda provocar semejante castigo parece un asunto del mundo antiguo. Pero no. Acantilado, la exquisita editorial catalana dirigida por Jaume Vallcorba, acaba de reeditar uno de los libros de memorias más importantes del siglo XX, y en este se demuestra que esto no es así. Se trata del único libro escrito por una mujer extraña, diminuta, altiva y de gran inteligencia: Nadiezhda Mandelstam. Nadiezhda, en ruso, quiere decir Esperanza, y el título de sus memorias es ya un juego de palabras: Contra toda esperanza. Estas no son, sin embargo, memorias para combatirse a sí misma, sino un grito herido y una denuncia feroz contra los horrores del estalinismo, pero sobre todo una evocación minuciosa de la obra, la prisión, el destierro, la locura y la muerte de su marido, el gran poeta ruso Ósip Mandelstam.

En ese largo canto de amor a su marido (más de 600 páginas de prosa limpia y dura, que no cede ni una sola vez al sentimentalismo ni al fácil efectismo de la conmiseración), la señora Mandelstam empieza por transcribir el poema que llevaría a su marido a la desgracia. Se trata de unas cuantas estrofas compuestas a finales de 1933, que nunca fueron siquiera publicadas en vida del autor, pero que ya a principios de 1934 lo llevaron a la cárcel. El poema habla del dictador y dice cosas sencillas como que cuando ellos se atreven a hablar, mencionan siempre a Stalin en voz baja. O que “sus dedos gordos parecen grasientos gusanos / y de su boca caen como pesas las palabras”.

Habla también de “la chusma de jefes flacos que lo rodea / infrahombres con quienes él se divierte y juega”, y termina declarando de qué modo “las ejecuciones son un don bendito que regocija su ancho pecho”. El poema se atrevía a decir, con elegancia, cuáles eran los crímenes de Stalin y empezó a circular de boca en boca, entre unos pocos amigos, hasta que alguno de ellos —quizá más por miedo que por deseo de traicionar— denuncia a Mandelstam ante los comisarios. Ahí empieza la persecución: primero el aislamiento en la cárcel, las torturas leves, los interrogatorios, el proceso, el confinamiento en un pueblo remoto, el perdón aparente, y la solución final. Como en el caso de Ovidio (también Mandelstam, tomándolo como modelo, escribirá sus versos tristes desde el destierro), la muerte le llegará tras pasar unos años en los campos de Stalin. Al lado de Un mundo aparte de Gustav Herling —otro testimonio durísimo sobre los Gulag— estas memorias de Nadiezhda Mandelstam —minuciosas, obsesivas, precisas— nos hablan de ese otro horror del siglo XX, la dictadura de Stalin en la Unión Soviética, un poco opacado por el Holocausto y las grandes obras que se escribieron sobre el mismo (Levi, Améry, Kertesz), y también por el disimulo de muchos intelectuales de izquierda de Occidente que no quisieron ver lo evidente.

Incapaz siquiera de soportar un poema crítico, en todo fanatismo se incuba el campo de concentración. Cuando uno ve lo que dicen fascistas y comunistas en las redes sociales (que quienes escriben cierto tipo de críticas deberíamos estar presos, exiliados o muertos), se da cuenta de que el huevo de la serpiente, la semilla del mal, está siempre viva en la mente de los fanáticos, y por eso debemos vivir con los ojos muy abiertos.

Héctor Abad Faciolince 

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.