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Segundo desencuentro internacional de narradores, por Ana Teresa Torres

Todavía recuerdo un encuentro de literatura venezolana en Eichstätt a principios de 1996. A nadie le hubiera creído si me hubiese vaticinado entonces estos desenlaces. Veo allí, a vuela pluma, a Verónica, a Stefania, a los Rafaeles, probablemente tomándonos una “grappa”; a Beatriz, a Laura, a Milagros, mientras jugábamos a “las cambistas” pagándonos y dándonos el vuelto de marcos a bolívares a dólares. A Denzil perdiendo un autobús que partía en un amanecer helado, a Salvador deslumbrándonos siempre. A los Luises; a Carlos no porque le nacía un hijo por esos días y no pudo viajar. A Ednodio con una bufanda roja. A Yolanda, a Javier, ilusionados con una extensión a Praga. A Cristina que sufrió un accidente precisamente el día antes del regreso. A Eugenio, por supuesto, y a Antonio. José tampoco vino, no recuerdo ahora por qué.

La fractura del país cruzó entre nosotros. Era previsible, probablemente inevitable. Ya en 1999 en un artículo de la extinta Verbigracia yo hablaba de acusaciones que unos escritores hacían a otros. En aquel momento el asunto me parecía fuerte. Hoy  me parece inocente. Y asusta pensar que dentro de un tiempo, a lo mejor breve, lo que ocurre ahora sea trivial. En fin, no éramos ángeles. Nunca nadie pensó que lo fuéramos. No tenemos por qué serlo. Somos venezolanos que a veces escribimos, de vez en cuando publicamos, y estamos aquí, en la fractura. Unos de un lado y otros enfrente. No existe una fractura en la que todos queden del mismo lado del barranco. Una fractura es eso, algo se rompe en partes. Si no fuera así, no sería fractura. Fuera otra cosa. Aceptemos la fractura. Somos la fractura. En fin, no éramos una hermandad. Nunca nadie pensó que lo fuéramos. No teníamos por qué serlo. Nos queríamos más o menos. Nos respetábamos más o menos. Nos denigrábamos más o menos. Los escritores son así en todas partes, no hay nada de extraño en ello.

He escuchado que en estos días nos llamaron al diálogo para limar asperezas. Un diálogo en serio no pasaría de la primera ronda. La fractura nos impediría compartir nuestras percepciones y concepciones. Lo otro, pastorear nubes, parece sencillo, pero tiene coña, como dicen los españoles. Diga usted lo que quiera, que ya en la Agencia Venezolana de Noticias se encargarán de la caricatura. La fractura, por si alguien lo olvida, a los de este lado nos declara de derecha, de fascistas, golpistas, magnicidas. Aunque hemos mejorado. Ahora somos la nada. Y me pregunto yo ¿cómo se puede intercambiar ideas sobre la tradición literaria venezolana o sobre el boom siendo la nada? Un problema metafísico, sin duda. Y otro problema más concreto: ¿en que ferretería venden las limas de limar asperezas? ¿En Minsk?, porque las limas chinas no son tan buenas.

Sostengamos el sufrimiento de la fractura. Luchemos activamente cada quien desde el lado que le toca, con toda la convicción del caso porque es el destino del país, y no hay ninguna duda de que nuestras posiciones son irreconciliables políticamente. Se me olvidaban los “ni ni”. No sé de qué lado de la fractura ponerlos pero estoy segura de que también los atraviesa. Nadie es intocable, y la verdad es que yo prefiero a los tocados. Hagamos de nuestra fractura una herida limpia. Quiero decir, no revolquemos la herida en el barro. Para que no se infecte, esto es.