Arte

El invierno del mundo, de Ken Follet

Por Prodavinci | 27 de octubre, 2012

Artículo escrito por Marta Caballero, publicado en El Cultural. A continuación un fragmento:

En sus frenéticas tardes de firmas, el robot galés K.F. abre un libro, lee rápidamente en un post-it el nombre del lector que desea llevarse su autógrafo a casa y desplaza la pluma roja por el papel casi sin alzarla. Y otro y otro y otro. No más de cinco segundos por ejemplar. Da la vuelta la cola de seguidores al centro comercial y, si bien es cierto que Los pilares de la tierra se alejan, como el siglo XX, sobre el que ahora escribe, también lo es que sigue siendo un superventas, con crisis y aun sin medievo. La primera de la fila, cargada con tres “tochos” -como él los denomina-, había llegado al medio día. Las firmas empezaron sobre las 19.30 y pasaban las 20 horas cuando, en mitad del aparatoso ritual por el que una cadena humana trataba de acelerar la sesión, se hizo un alto para algunas entrevistas.

Viene a presentar Ken Follett El invierno del mundo. 960 páginas, un récord de concisión. Que la crítica no ha sido muy cariñosa pero que los lectores, un mes después de que saliera a la venta, creen que es más entretenido que el anterior. Y que continúa con las vidas de las cinco familias elegidas para trazar una alegoría del siglo XX -los Williams, los Fiszherbert, los Peshkov, los Ulrich y los Dejar-, pero ahora con sus hijos, que serán testigos de los peores acontecimientos de la centuria. Del ascenso del partido nazi a la bomba atómica, de la guerra fría a Pearl Harbor.

Hay más. Por ejemplo, su forma de interpretar los acontecimientos, la que tiene un Follett que se descubre aquí, más que demócrata y militante laboralista, directamente izquierdas. Y esta tendencia se adivina de forma diáfana cuando escribe sobre la guerra civil española, en concreto de la batalla de Belchite, y cuando habla de la contienda: “Es muy difícil que la historia hubiera cambiado pero quizás si los gobiernos demócratas como el de mi país hubieran apoyado a la República, España no habría acabado siendo fascista. Y entonces tal vez Hitler no habría logrado invadir Checoslovaquia, Austria y Polonia. A lo mejor hubiera hecho de todos modos, pero habría sido desalentador, un golpe al fascismo”, lamenta. Consciente del trabajo que sus paisanos hispanistas han hecho en torno a la guerra civil española, confirma que ha disfrutado mucho jugando a ser Ian Gibson:

– Cuando escribo me convierto por unos días en un experto de cualquier cosa, es lo que he hecho en este libro al estudiar la guerra civil. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo sobre Cuba y te aseguro que soy un experto en la isla. Con la próxima novela, quién sabe. Lo cierto es que descubro y aprendo muchas cosas con mis libros y luego, desafortunadamente, las olvido.

Aunque la guerra civil es uno de los conflictos del siglo XX que más atraen a Follett, interesado como ha estado siempre en este país (“Me encantan el vino y las mujeres”, sentencia sin saber que parafrasea a Julio Iglesias… o tal vez sí), literariamente ha disfrutado más escribiendo sobre Londres, la ciudad donde reside: “Allí se produjo la batalla de Cable Street, que constituyó un triunfo importantísimo contra el fascismo y con la que más me he recreado escribiendo. En ese momento los fascistas británicos trataron de marchar a través del extremo oriental de la ciudad y fueron detenidos por 100.000 manifestantes. Es una gran escena en el libro, no creo que nadie haya escrito de forma tan detallada sobre ella”. Más allá de la propia épica literaria de esta batalla, el escritor ha descubierto y paseado otros hechos históricos que, asegura, sorprenderán a los lectores:

– Durante el proceso de documentación, descubrí que existió un programa nazi llamado Acción T4 e ideado para matar a personas discapacitadas en Alemania. No sabía nada de eso hasta que me documenté para el libro y creo que la mayoría de la gente también lo desconoce. Descubrir cómo funcionaba aquello me produjo una conmoción tremenda. También hubo alemanes que fueron lo bastante valientes como para protestar y, aunque algunos fueron torturados y asesinados por ello, consiguieron frenarlo.

No, no es que pretenda Follett recuperar del olvido hechos pasados e insiste en que la suya no es la labor de un historiador, claro, pero es feliz con la idea de que sus libros, devorados por millones de personas, pueden acercar la historia a los lectores.

– Es que todos los libros amplían nuestros horizontes. Incluso si una novela no es histórica, sigue siendo una forma de conocer el mundo a través de los ojos de otra persona y eso es algo que nos conviene a todos, porque nos ayuda a comprender a los demás.

Por esa fe que tiene en las letras se molesta cuando se le mencionan los recortes en la cultura en España: “También está sucediendo en mi país. Me parece horrible que los Gobiernos quieran ahorrar dinero en cultura. Pero, en fin, esto es la crisis, en esto estamos, ¿qué se puede hacer?”, se pregunta. Mientras tanto, él sigue contando los libros despachados por millones, así que persiste como persistió hasta que logró el éxito no con el primero ni con el segundo, sino con su undécimo título. Después de Cuba, anuncia, tal vez regrese a la Edad Media, tan reclamada por sus lectores, o tal vez se acerque al siglo XXI contando la historia de los descendientes de los que ahora protagonizan El invierno del mundo, “¿quién sabe?”. Le va bien con ello. Al terminar esta entrevista volvió a formarse una cola. Desenvainó Follett la pluma y volvió a la guerra de firmas. Está más que hecho a la avalancha de fans más propia de un cantante de rock. “Sólo soy alguien que sabe contar buenas historias”, dijo en otra ocasión a El Cultural.

 

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