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Razones para el amigo deprimido, por Alfredo Meza

Cuando Tibisay Lucena terminó de anunciar los resultados parciales de las elecciones presidenciales, una mujer gritaba enloquecida. Las luces de su apartamento estaban apagadas. “¿Seis años más viviendo con este karma y tú me pides que me calme?”, preguntaba. Me imagino al marido en el tierno e inútil lance de alisarle el cabello con la palma de la mano.

He repasado esa escena varias veces a lo largo del día. En Caracas (8 de octubre) es casi como un día feriado. Vivo en una calle donde a menudo se escuchan el rugido de los carros y las conversaciones al vuelo de los obreros que vienen o van hacia un apartamento en obras. A lo largo de este día triste algunos amigos me han llamado pidiéndome explicaciones, perplejos, sin entender por qué Hugo Chávez regirá los destinos de Venezuela por otros seis años. Yo tampoco me lo explico, pero he intentado listar las razones por las cuales perdimos las elecciones y padecemos a Chávez desde 1998. También, creo yo, es una forma de calmar el llanto quedo de mi vecina, que desde anoche simboliza esta depresión colectiva de mis familiares y afectos cercanos. Así que aquí voy:

1) Todas las encuestas, salvo Consultores 21, daban al presidente Chávez la primera opción de triunfo y también la segunda. La intención de voto demostraba que el resultado más creíble sería una diferencia de entre 5 y 10 puntos a su favor. Todos aquellos que pronosticaban un empate técnico o una ventaja de Henrique Capriles Radonski, distribuían la alta cantidad de indecisos que arrojaban los estudios entre los dos candidatos, de acuerdo con un análisis que provenía del cruce de varias variables y la interpretación que un experto hacía de éstas. Y siempre decían que Capriles podría ganar por dos puntos a lo sumo. Las encuestas, hay que recordarlo, tienen un margen de error de tres puntos.

2) Un informe de Bank of America que pude revisar el viernes 5 de octubre reconocía que Capriles había recortado la ventaja que le había sacado Chávez al inicio de la campaña, pero que ese remate no le alcanzaría para llegar a Miraflores. En el mejor de los casos, decía su autor, Capriles perdería por diferencia de entre cinco y ocho por ciento. Cuando comenté ese estudio en Twitter de inmediato me llevaron a la hoguera. Palabras más, palabras menos, algunos me decían que hacer pública esa información “desmovilizaba” a los electores y que le hacía el juego al gobierno. Todos preferían fijarse en los emotivos actos de cierre de campaña que protagonizaba el candidato en una gira casi suicida.

3) La oposición enfrenta a un gobierno que no tiene escrúpulos a la hora de usar en propio beneficio los recursos del Estado, que intimida y chantajea a sus electores. Fue una campaña desigual, con un Consejo Nacional Electoral plegado a los designios del autócrata y que contó con la colaboración de la propia oposición al aceptar cambios en la mecánica del proceso de votación. Cualquiera que criticara al CNE era inmediatamente condenado con la inaceptable excusa de que así se desmovilizaba al electorado. Que la máquina captahuellas activara la máquina de votación convirtió al electorado más vulnerable, ese que tiene una relación de dependencia con el Estado, pero que acusaba el cansancio de 14 años de mala gestión, en la víctima de la campaña del miedo orquestada por el gobierno. ¿Y qué significaba poner tu huella antes de votar en el imaginario del pueblo más vulnerable? Que el gobierno podía saber por quien votabas. Es cierto que todos nos afanamos en explicar que el voto era secreto, pero esa insistencia, como afirmaba Jorge Lanata en un artículo de Clarín (http://www.clarin.com/mundo/division-trascendera-gobiernos_0_788321236.html) indicaba que algo andaba mal. En Venezuela ninguna institución es digna de nuestra confianza. Esa cosa tan republicana es para nosotros solo una abstracción de los abogados. Lo nuestro es el rumor de pasillo o las certezas de nuestros más allegados.

4) Hemos perdido el olfato político para entender a esa parte del país que hoy es mayoría. La gente no solo vota por Chávez porque tiene miedo, o llenan las avenidas en sus mitines obligados por un jefe fanático. Chávez es también quien mejor ha interpretado a los pobres y además es un fanfarrón con dinero. Es obvio que sin dinero sería un cualquiera y ese supuesto magnetismo que irradia no le serviría, pero no es el caso. El Presidente sigue siendo la única opción válida para quienes se sintieron fuera del reparto de la renta petrolera en la época del bipartidismo cleptómano. ¿No es necesario entonces competir en otro terreno distinto al de las promesas para que la oposición pueda tener real opción de ganar? Esta campaña demostró que es falso que al mantener las misiones se podía conquistar al electorado protochavista.

5) Derivada de la anterior. No tenemos un instrumento de medición confiable que nos permita traducir la pobreza para capitalizar su descontento. Tampoco contamos con una metodología, tal vez porque ningún método es capaz de traducir una experiencia que nos es ajena. Como no sabemos cómo relacionarnos con el otro entonces ensayamos y siempre erramos. Hace 14 años estamos fallando.

6) Y por favor, dejemos de pensar en el voto oculto. Tenemos ocho años aferrados a esta estampita y nunca se concreta ese castigo al momento de la elección. Dejemos de pensar en la experiencia de Violeta Chamorro cada vez que se acerca una elección y vamos abajo en las encuestas. La vida sigue y esto acabará más pronto que tarde, sin necesidad de tomar un fusil y subir a la Sierra Maestra.