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Hollywood y Venezuela, tan cerca y tan lejos; por Raúl Stolk

Por Raúl Stolk Nevett | 28 de agosto, 2012

“If there is anything more annoying in the world than having people talk about you, it is certainly having no one talk about you.”
Wilde

No me gusta Tom Clancy. No pondría esfuerzo en leer sus complicados libros y me he limitado a no ver más de un par de veces las películas que sobre ellos se han hecho. A pesar de esto, guardo con especial cariño el recuerdo de ir a ver La Caza del Octubre Rojo en el cine. Tenía diez años cuando vi aquella aventura de fin de la Guerra Fría protagonizada por un entonces esbelto Alec Baldwin y Sir Thomas Sean Connery. La persecución de submarinos fue —y esto hay que escucharlo con la voz en off de un narrador de televisión venezolano— “electrizante”.

Eso fue en el noventa. Los rusos ya no tendrían en jaque al mundo. Hay pocas cosas más tristes que despedirse de un buen villano.

Un par de años más tarde, Jack Ryan, el “todero” de la CIA, volvía a la carga en Peligro Inminente (Clear and Present Danger), la tercera del lote. En una escena memorable —al menos para quienes nos encontrábamos en la sala dos del cine Trébol— el villano, un narcotraficante colombiano, mostraba un pasaporte venezolano falso. En cuanto apareció en pantalla el documento vinotinto, un murmullo colectivo fue tomando la sala como ola en estadio de fútbol.

La sola mención de nuestro país en el cine crea una reacción similar a la de escuchar nuestro nombre entre el bullicio. Nos descompensamos. Volteamos sin disimulo, ese impulso incontrolable al sentirse aludido.

Crecimos esperando ser reconocidos, relevantes, es decir, dignos de Hollywood. Esa que nos crió, nos educó y nos amamantó.

Mucho ha pasado desde aquel tiempo en que simplemente éramos vecinos de los narcotraficantes. Recientemente nos hemos vuelto, digamos, un tanto más interesantes. Quizás no lo que esperábamos unos (una nación culta y moderna llena de mujeres bonitas) ni lo que esperaban otros (el peligroso antagonista del Imperio en una galaxia muy, muy lejana), pero sí más interesantes.

Como villanos, Hollywood nos dio un trato triste. Al quedarse sin enemigo natural, nuestros héroes de siempre buscaron entre sus vecinos y encontraron a un país lleno de petróleo que comenzaba a izar sus banderas rojas y… “¡¿rojo?! ¡¿revolución?! ¡¿socialismo?!” Supongo que parecía demasiado bueno para ser verdad. El enemigo perfecto a la vuelta de la esquina. Stallone, junto a otros duros de Cine Millonario, hicieron una primera incursión al atacar a un dictador acaudalado con boina roja. El gobierno venezolano contestó la ofensa con firmeza. El film imperialista no sería estrenado en salas venezolanas. Lo único que lograron fue aumentar los ingresos de los vendedores de quemaitos en la Francisco Fajardo.

Los hermanos Coen nos dieron un ápice de atención en Burn After Reading, catalogándonos como un destino remoto de donde no habría regreso: “manden a Clooney a Venezuela, de allá no lo extraditarán”. Johnny Depp como Dillinger en Enemigos Públicos, también consideró que Caracas era lejísimos y que allá no lo encontrarían. Poco después, un afable Matt Damon interpretando a un periodista que decide comprar un zoológico, entrevistaba a “malvados dictadores” para ganarse la vida y, la encarnación del mal, por supuesto, un tirano latinoamericano, con una singular verruga en la frente, quien confiesa que su película favorita es Toy Story (2).

Pasando a la pantalla chica, donde los escritores sí están haciendo la tarea. Un viejo se desvanecía en un vuelo de Pan Am, mientras recordaba como conoció a su esposa en “Chuao de la costa”, aquel mágico lugar donde se enamoraron al son de un sabroso joropo. Lejos de ahí, en la gran manzana, Don Draper, junto a los hombres de Madison, comentaba con recelo que J Walter Thompson había instalado una oficina en Caracas. El pasado nos trata bien.

Pero fueron los escritores de comedia —criados en SNL— los primeros en hurgar en la llaga. En una nota jocosa, la gente de Parks & Recreation le dedica un capítulo al socialismo del siglo XXI. Una delegación de ejecutivos en uniformes verdes y boinas rojas de Boraqua, Venezuela visita a la buena gente de la hermana —y también ficticia— ciudad de Pawnee, Indiana. Dibujan a nuestros representantes como un grupo de hombres déspotas y opulentos. En una escena, Raúl, el jefe de la delegación, busca entre sus anfitriones la cara más oscura (la de un joven de origen Indio) para pedirle un café y luego meterle un billete de diez dólares en el bolsillo de la camisa. La primera reacción es de indignación. Pero a medida que Raúl le va dando propinas al muchacho, este comienza a dejar la indignación de lado y termina sirviéndole alegremente, completamente cebado. Mejor retrato, imposible.

The Good Wife no es mi tipo de show, pero sí el de mi buena esposa. Mientras nos encontrábamos en una sesión televisiva —por separado— escuché de refilón el nombre de mi patria. Me asomé por curiosidad y me quedé pegado. El episodio es de hace aproximadamente un año, paradójicamente salió al aire el 12 de abril de 2011. Los abogados de la firma de Lockhart/Gardner se encuentran negociando un caso de incumplimiento de contrato de una compañía que prestaba servicios a la industria petrolera en la Bolivarian Republic of Venezuela, cuando son informados que (¡oh sorpresa!) su cliente ha sido “nacionalizado”. ¿Consecuencia? La firma pasó a ser una más del lote de firmas de abogados extranjeras que representan a PDVSA. Luego de asumir que son abogados de un dictador antiimperialista, se sientan en la mesa de negociación con la contraparte y un Chávez con acento mexicano a través de video conferencia. Cambia el tono del episodio completamente. Un abrupto salto del drama a la comedia. “¡Todo es Culpa de Mister Danger!” “¿Dónde está Sean Penn? ¡Llámenlo! Él es mi amigo” “¡Deberían darle un Oscar a Courtney Love!” Claramente los escritores de The Good Wife plagiaron ese material del Show televisivo del presidente Chávez. Deberían demandarlos.

Hoy, la política latinoamericana, y muy especialmente la venezolana, se encuentra fuertemente influenciada por Hollywood. Pero no por el Hollywood glamoroso y elegante de los cincuenta, sino por el inmediato, sucio y burdo de los reality shows. Donde poco importa lo que digan mientras hablen de uno. Kim Kardashian no sería una estrella en Venezuela, sería emperatriz.

El problema de buscar nuestro reflejo en espejo ajeno, es que quizás no nos guste lo que veamos, quizás ni nos reconozcamos.

Raúl Stolk Nevett 

Comentarios (8)

Diogenes Infante
28 de agosto, 2012

Yo creo que el problema, por llamarlo de alguna manera, consiste en tratar de justificarnos con ellos. Bien lejos de eso.

Pedro
29 de agosto, 2012

Incluir también “The Next Three Days”… ¿a dónde huyen John Brennan (Russel Crowe) y su familia?

Raúl
29 de agosto, 2012

Bien Pedro. Ayer me recordaron que en 21 Gramms el “amigo” Penn le leía un poema de Montejo a Naomi Watts. A ver ¿quién más tiene referencias?

Ysidro
29 de agosto, 2012

Tambien está la pelicula “Maracaibo” de 1958 sobre el incendio de Lagunillas y “Arachnophobia” comienza en Venezuela, dirigida por Frank Marshall y producida por Steven Spielberg. En la pelicula “Dominó” del fallecido Ridley Scott el personaje de Edgar Ramirez viene de Venezuela. Voy a tratar de recordar mas.

Adriana Villanueva
31 de agosto, 2012

Tengo una colección de ejemplos de cómo los venezolanos nos hemos vuelto los malos caricatura de Hollywood, el más reciente, Xavier, el peligroso magnate venezolano que pretendía comprar la hacienda rica en petróleo de la familia Ewing en la nueva versión de Dallas. Por lo menos lo pusieron guapo.

Pepe
2 de septiembre, 2012

Ridley Scott no ha fallecido. Tambien esta “Murphy’s Law” con Peter O’Toole. Y una con Tim Allen, ademas de Up.

Wojciech Rojewski
21 de septiembre, 2012

En Avatar, al menos en la copia que vimos en España, el general había servido y “moldeado su carácter” en las selvas venezolanas

Elizabeth
7 de diciembre, 2012

Bueno, en “Up” aparece el paisaje venezolano y en cuanto al Hollywood clasico, se menciona el petroleo venezolano en “Some Like it Hot” (1959) de Billy Wilder.

Sin embargo, historicamente Hollywood siempre ha representado a America Latina de una manera completamente absurda. Lo peor le ha tocado no solo a Mexico, sino a la cantidad de personas de origen Latinoamericano viviendo en el pais (y eso que la frontera mexicana queda a solo 100 millas de Hollywood).

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