- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Pancho Massiani: Premio Nacional de Literatura, por Luis Yslas

Foto: Cristina Reni

I.

La noticia es una alegría largamente esperada: Francisco Massiani ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura y uno siente que esa celebración de la palabra que representan sus libros adquiere hoy un reconocimiento que es también un merecido acto de justicia. Porque la obra de Pancho –como le gusta que lo llamen– ha sido parte de la formación sentimental y literaria del país desde aquel año de 1968, cuando Piedra de mar apareció con el vigor de aquellos libros que han bebido de las aguas de la eterna juventud.

II.

Si hay una palabra que describa con exactitud la huella que ha dejado la obra de Pancho Massiani en los lectores desde hace más de cuatro décadas, ésta podría ser la palabra “entrañable”. Porque hay escritores cuya literatura se lee con respeto y admiración, pero desde una distancia que impide la sensación de cercanía o familiaridad. Esa casta de escritores que uno suele ver como maestros inasequibles, habitantes de un lejano parnaso que nos sobrepasa. Pero hay otros autores cuya escritura produce un compañerismo inmediato, un tono próximo en el que el lector reconoce al escritor como uno de los suyos; ya no sólo como maestro o fabulador, sino como confidente. Ese tipo de libros que, como pensara el joven protagonista de The catcher in the rye de Salinger, “cuando uno termina de leerlos desearía ser íntimo amigo del autor y hasta llamarlo por teléfono y todo”. Eso tal vez explique por qué la obra de Pancho Massiani, más que seguidores, convoque una suerte de confraternidad que perdura y se multiplica hasta nuestros días. Es simple: se trata de un escritor que no sólo se quiere leer, sino querer, de por vida.

Es posible que sea uno de sus amigos de la infancia, Eduardo Mayobre –mejor conocido entre sus cofrades como “Penagos”–, quien haya dado con el motivo que hace de los libros de Massiani una obra imperecedera en el imaginario de la literatura venezolana. Al referirse a los personajes de Piedra de mar, Mayobre afirma que éstos quieren decirnos siempre algo. “Por ello cuando la leemos nos sentimos interpelados. Y respondemos. Queremos intervenir, hablar con ellos. Nos sentimos parte de la trama. Y por eso hacemos a la novela nuestra, en el sentido de entrañable” (Prólogo a la edición conmemorativa de los 40 años de Piedra de mar. Monte Ávila. 2008). Esa interpelación, en efecto, produce la inserción de los lectores en el mundo ficticio, y simultáneamente, la incorporación de esas ficciones al entramado de la vida del lector. Esta permutabilidad permite comprender una de las razones de su trascendencia literaria. Porque no hay olvido que pueda borrar la historia de una obra que es al mismo tiempo la historia privada de sus lectores.

III.

Pero más allá de ser el autor de Piedra de mar, Massiani ha creado un consistente corpus narrativo en donde destaca esa maravillosa novela que es Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal (1976), cuyo protagonista, patético y enternecedor, simboliza el fracaso de una generación paralizada por el embrujo de la bonanza económica. Y también ese par de novelas breves publicadas hace cuatro años por Otero Ediciones: Fiesta de campo y Renate o la vida siempre como en un comienzo; historias de amores juveniles escritas originalmente en 1965, y que prefiguran ciertas obsesiones literarias que terminarían cristalizando en Piedra de mar. Massiani es además un cuentista de raza, creador de personajes, atmósferas y situaciones memorables dentro de esa biografía imaginaria que son sus relatos: el tímido Juan y su pollito de “Un regalo para Julia”, el patotero de “Soy un tipo”, la bebé que observa a sus padres desde la cuna en “Los conejos de la madrugada” o la historia que se transforma a medida que cambia de lectores en “Había una vez un tigre”, entre otros. Es tal la calidad de sus cuentos –incluidos en Las primeras hojas de la noche (1970), El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975), Con agua en la piel (1998) y Florencio y los pajaritos de Angelina, su mujer (2005)–, que ya estos cuatro libros bastarían para otorgarle a Massiani un lugar privilegiado en la narrativa venezolana. Su única incursión en la literatura infantil con La iguanita y el azulejo (2006), y su trabajo en las arenas de la poesía con Antología (2006), Señor de la ternura (2007) y Corsarios (2011), completan hasta la fecha un periplo literario que le ha valido no sólo el reciente Premio Nacional de Literatura, sino el Premio Municipal de Prosa, Premio Pro-Venezuela, Premio Municipal de Petare, Primer Premio del II Concurso Literario Madre Perla, V Premio Anual de la Fundación para la Cultura Urbana y el simbólico reconocimiento de que el estadio de fútbol del parque Andrés Eloy Blanco en Puerto La Cruz lleve por nombre Francisco Massiani.

IV.

En la literatura de Massiani, incluso en los pasajes más oscuros y desoladores, siempre hay un resplandor que permanece, un motivo que impide que sus personajes caigan del todo en el lodazal del desespero. Estos seres de espíritu goliardo que transitan por la ciudad con paso vacilante, dedicados de cuerpo entero a los placeres que prodigan la calle, el juego, la poesía, el mar, la música, el vino, el romance y las mujeres, se empeñan en que la vida, pese a todo, sea una fiesta en la que nadie apague la luz. Esa luz está conformada por el amor, la ternura y el humor: tres formas de supervivencia que constituyen la materia prima de su estética y que les brinda a sus personajes un segundo aire cuando todo lo demás les resulta cuesta arriba. Su prosa es la de un maestro dibujante –recordemos que Massiani es también un destacado pintor– que con trazos breves, precisos y rápidos transmite la vivacidad de una historia en la que la fluidez verbal, el desenfado coloquial y la plasticidad descriptiva refuerzan la presencia del habla en la escritura, lo que hace de sus textos una obra cuyo sentido es sobre todo un sonido, un hablar. Ese hablar suele estar cifrado además en un tono confesional que provoca esa singular complicidad que se activa en cada lectura, en cada lector. Esa búsqueda de la palabra que sea a la vez íntima y hermosa, transparente y risueña, y que privilegie la sencillez del ritmo y el color por sobre el verbo ampuloso, quizá se resuma en esta frase del propio Massiani referida al oficio literario: “Hay que procurar que las palabras se caigan bien entre ellas, y que, solitarias o no, sean bellas”.

V.

Basta revisar algunas narraciones recientes de autores venezolanos para constatar que tanto los cuentos como las novelas de Massiani siguen siendo un referente común y una notoria influencia en el contexto literario nacional. Que formen parte además del programa de lectura en la enseñanza media venezolana es una circunstancia nada desestimable, pues esto les ha permitido llegar a varias generaciones de lectores en el país. Sin embargo, la resonancia y valoración de esta obra va más allá de su condición de lectura colegial y se reconoce mejor en la solvencia de su calidad narrativa. Así, por ejemplo, Eduardo Sánchez Rugeles confesó que su novela Blue Label /Etiqueta azul (2010) le debía mucho al espíritu adolescente de los personajes de Massiani. Y ya en el ámbito de la ficción, los protagonistas de El libro de Esther (1999), de Juan Carlos Méndez Guédez, leen juntos Piedra de mar durante su época del liceo, y hasta el mismo Francisco Massiani aparece como personaje en el relato “Los golpes de la vida”, de Rodrigo Blanco Calderón. Tres muestras que, a modo de homenaje, refuerzan lo que estos autores han admitido en repetidas ocasiones: la impronta de las ficciones de Massiani en sus propios textos. Asimismo, Oscar Marcano, Salvador Fleján, Lucas García, Fedosy Santaella, Héctor Torres, Roberto Echeto, Enza García, Florencio Quintero y Mario Morenza, entre otros escritores venezolanos, han subrayado el valor de la literatura de Massiani en su  formación y oficio creativos. Es un hecho entonces que desde finales de los años 60, esta obra representa una zona de afinidad, referencia y fascinación; una estela imaginaria que expande su poderoso influjo en la creación y recepción literarias en el país.

VI.

Pocas horas después de saber la noticia del Premio Nacional de Literatura, fui a visitar a Pancho para felicitarlo. No ocultó su alegría, y sus primeras palabras tenían presente la memoria de su padre, Felipe Massiani, “quien merecía más que yo ese premio”, confesó conmovido. Dijo además que otros autores venezolanos, como Ana Teresa Torres y Armando Rojas Guardia, eran dignos de tal distinción. Mientras conversábamos junto a su amigo Rafael Pizani –“el heroico arquero del Ávila Fútbol Club” a quien le dedicara el cuento “Los límites del campo”–, Pancho alzó su vaso y, echando hacia atrás un mechón de su blanca melena de hippie incorregible, exclamó como si festejara un gol: “Tengo 68 años y me siento feliz como un muchachito. ¡Hay que apostar siempre a la felicidad!”

Su obra es la confirmación de esa apuesta en la cual todos sus lectores hemos salido ganando. De modo que es hora de brindar, de continuar brindando, por el último de nuestros goliardos del siglo XX, y el primero del siglo XXI: el entrañable Pancho Massiani.