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¿Qué es lo que detiene a las mujeres?, por Anne-Marie Slaughter

Cuando escribí el artículo de portada de la edición de julio/agosto de la revista The Atlantic, titulado “Why Women Still Can’t Have It All” (Por qué las mujeres aún no pueden tenerlo todo) esperé reacciones hostiles provenientes de muchas mujeres profesionales estadounidenses de mi generación o de generaciones mayores, y reacciones positivas de las mujeres que se encuentran, aproximadamente, entre los 25 a 35 años de edad. Esperaba también que muchos hombres de dicha generación más joven tengan reacciones fuertes, habida cuenta que muchos de ellos intentan descifrar cómo pueden, simultáneamente, estar con sus hijos, apoyar las carreras de sus esposas, y llevar a cabo sus propios planes.

También esperaba escuchar las opiniones de los representantes de las empresas sobre si mis soluciones propuestas – mayor flexibilidad laboral, acabar las culturas del tiempo presencial en el trabajo y del machismo en cuanto a las horas de trabajo (culturas en las cuales se valora más la cantidad de horas trabajadas que la productividad) y permitir que los padres que estuvieron fuera de la fuerza laboral o trabajando a tiempo parcial puedan competir en igualdad de condiciones a momento de optar por cargos altos una vez que retornen a la vida laboral – eran factibles o utópicas.

Lo que no esperaba era la velocidad y la magnitud de las reacciones – casi un millón de lectores en una semana, además de respuestas escritas y debates en televisión, radio y blogs en cantidades tan grandes que superan mi capacidad para seguirlas – ni tampoco el alcance global de dichas reacciones. He sido entrevistada por periodistas en Gran Bretaña, Alemania, Noruega, India, Australia, Japón, los Países Bajos y Brasil, y se han publicado artículos sobre mi artículo en Francia, Irlanda, Italia, Bolivia, Jamaica, Vietnam, Israel, Líbano, Canadá, y en muchos otros países más.

Las reacciones, por supuesto, difieren entre países. De hecho, en muchos sentidos, el artículo es una prueba de fuego acerca de dónde se encuentra cada país en cuanto a su propia evolución hacia la igualdad plena entre hombres y mujeres. India y Gran Bretaña, por ejemplo, han tenido en Indira Gandhi y Margaret Thatcher mujeres fuertes como primeras ministras; sin embargo, ahora deben lidiar con el arquetipo de éxito femenino que conceptualiza a “la mujer como si fuese hombre”.

Los países escandinavos saben que las mujeres de todo el mundo los miran como pioneros de las políticas sociales y económicas que permiten que las mujeres sean madres y profesionales con carreras exitosas, y como países que alientan y esperan que los hombres se desempeñen en su rol parental de manera igualitaria. No obstante, estos países no están produciendo el mismo porcentaje de mujeres en posiciones gerenciales que Estados Unidos produce, y mucho menos en altos cargos.

Los alemanes tienen conflictos profundos al respecto. Una revista alemana importante decidió enmarcar mi contribución al debate como “mujer de carrera admite que es mejor quedarse en casa”. Otra revista (de forma más precisa) puso de relieve mi énfasis en la necesidad de un cambio social y económico profundo para permitir que las mujeres tengan igualdad de oportunidades.

Los franceses se mantienen por encima del debate de forma muy meticulosa, e incluso algo despectiva, tal como corresponde a una nación que rechaza al “feminismo” porque considera que es una creación anti-femenina de Estados Unidos y que al mismo tiempo se las arregla para producir una líder tan exitosa y elegante como lo es Christine Lagarde, quien actualmente está a la cabeza del Fondo Monetario Internacional. Por supuesto, la conducta de su predecesor, Dominique Strauss-Kahn, y las historias acerca de las conductas masculinas de otros personajes franceses, que podrían considerarse como claro acoso sexual en un EE.UU. formal y tradicional, sugieren que quizás se necesite un poco más de feminismo a la francesa.

Más allá de Europa, las mujeres japonesas se lamentan el camino largo que aún tienen que recorrer en una cultura que es implacablemente masculina y sexista. Los chinos en la actualidad tienen una generación de mujeres jóvenes educadas y empoderadas que no saben con certeza si desean casarse algún día, debido a las limitaciones a su libertad que les podrían imponer sus maridos (y sus suegras).

Las mujeres brasileñas apuntan con orgullo a su presidenta, Dilma Rousseff, pero también ponen de relieve la cantidad de discriminación que aún permanece. En Australia, donde existe un fuerte debate acerca del balance entre vida y trabajo, las mujeres señalan el éxito alcanzado por Julia Gillard, la primera mujer en alcanzar el puesto de primer ministro, pero también hacen notar que ella no tiene hijos (como tampoco los tiene la canciller alemana Ángela Merkel, quien es la primera mujer en dirigir a dicho país).

La naturaleza global de este debate muestra por lo menos tres lecciones importantes. En primer lugar, si el “poder blando” se entiende como ejercer influencia debido a que “otros quieren lo que usted quiere”, según la conceptualización de Joseph Nye, entonces las mujeres de todo el mundo quieren lo que querían las feministas de EE.UU. cuando empezaron su lucha hace ya tres generaciones atrás.

En segundo lugar, los estadounidenses, como es lógico, tienen mucho que aprender de los debates, leyes, y normas culturales de otros países. Después de todo, las mujeres ascendieron en la escala política más rápido en muchos otros países de lo que ascendieron en EE.UU. De hecho, EE.UU. nunca ha tenido una mujer presidenta, ni líder de la mayoría del senado, ni ministra del tesoro, ni ministra de defensa.

Por último, estos no son “temas de mujeres”, sino son temas sociales y económicos. Las sociedades que descubren cómo utilizar la educación y el talento de la mitad de sus pobladores, y que al mismo tiempo permiten que las mujeres y sus parejas se dediquen a sus familias, tendrán una ventaja competitiva en la economía global del conocimiento y la innovación.

Por supuesto, cientos de millones de mujeres alrededor del mundo desearían tener los problemas sobre los que escribí. La semana pasada llegaron noticias de otro asesinato más de una activista a favor de los derechos de la mujer en Pakistán; también salieron a la luz evidencias sobre que el ejército egipcio podría estar utilizando agresiones sexuales de manera deliberada a fin de disuadir a las mujeres que participan en protestas en la plaza Tahrir de El Cairo; asimismo se difundió un horroroso informe del Women’s Media Center (Centro de comunicación de mujeres) con sede en Nueva York acerca de la utilización de agresiones sexuales y violaciones en serie por parte de las fuerzas del gobierno sirio; y, se dio a conocer un video que muestra a un comandante talibán ejecutando brutalmente a una mujer por adulterio, mientras pobladores de la aldea y sus camaradas soldados aplauden.

Estas son sólo los casos más extremos de violencia física que muchas mujeres enfrentan. A nivel mundial, más de mil millones de mujeres enfrentan discriminación de género, de manera demoledora y manifiesta, en los ámbitos educativos, nutricionales, de cuidados de la salud, y salariales.

Los derechos de la mujer son un asunto mundial de suma importancia, y es necesario centrarse en las peores violaciones. No obstante, se debe considerar un informe realista, publicado por una revista estadounidense sobria y respetada. En un artículo sobre “Mujeres en Washington”, la revista National Journal puntualizó que las mujeres en la capital estadounidense han recorrido un largo camino, pero que “todavía enfrentan barreras en sus carreras, y a menudo una de las más grandes es tener una familia”.

Si “tener una familia” continúa siendo una barrera para las carreras de las mujeres, pero no para las de los hombres, este es un asunto que concierne a los derechos de la mujer (y por ende, a los derechos humanos). En el debate mundial sobre el trabajo, la familia y la promesa de la igualdad de género, ninguna sociedad está exenta.

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Project Syndicate