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Lo último de D’Ormesson

Artículo publicado en El Cultural, escrito por Vis Molina. A continuación un extracto:

Es un caballero a la antigua usanza. Pulcro, exquisito, buen conversador, extremadamente cortés y a la vez dueño de un sentido del humor fresco y espontáneo que asoma entre frase y frase. Lo que se dice un seductor. No en vano reconoce que, a pesar de haber trabajado mucho, lo que más le gusta en este mundo son las mujeres. También le apasionan los baños de mar, los libros y cultivar el refinado arte de no hacer nada, aficiones que, insiste, practica a conciencia y en este riguroso orden. Lleva increíblemente bien sus ochenta y siete recién cumplidos (París, 1925), pero confiesa entre risas que lo de hacerse viejo no le resulta interesante. “No es verdad que se gane sabiduría con los años, a mí envejecer no me ha enseñado nada de nada. Lo que sí puedo afirmar es que la vida es como el matrimonio: los primeros cuarenta años son muy difíciles pero luego todo se arregla y funciona muy bien”.

Apuesto y elegante, este polifacético autor que, como hijo de embajador, se educó en los más refinados salones europeos, acaba de estrenarse en una de las escasas ocupaciones desconocidas para él: la de actor encarnando a su gran amigo, el ex presidente francés François Miterrand a las órdenes del director Xavier Beauvois. “Esto del cine es un ejercicio de paciencia y un gran baño de humildad: todo consiste en esperar eternamente, horas y horas, para luego actuar durante diez minutos y repetir las veces que haga falta”.

Pero este escritor que fue también director de Le Figaro entre 1974 y 1977, catedrático de filosofía, secretario general del Consejo de la UNESCO y miembro de la Academia Francesa, no pasa por Barcelona para promocionar su película sino para presentar su último libro, La conversación (Edhasa), una conversación imaginaria que tiene lugar en 1804 entre Napoleón y su segundo cónsul y hombre de plena confianza, Jean Jacques Régis de Cambacères, un homosexual reconocido que, según el propio D’Ormesson, estuvo locamente enamorado de Napoleón. “Y es fácil de entender -aclara-, Napoleón era un hombre carismático y charmant. Poseía una gran inteligencia, que demostraba con un finísimo sentido del humor del que hacía gala ríéndose muy a menudo de sí mismo, una señal infalible de brillantez intelectual. Además, fue un estadista eficaz y, buena prueba de ello es que se encontró en las manos un país hundido, con serios problemas económicos y una moneda muy devaluada y en tres años fue capaz de reflotarlo. En realidad esa época fue muy parecida a la que estamos viviendo ahora, con una gran crisis de valores que se sustenta en los distintos cataclismos financieros que estamos viviendo en Europa. Francia también está fatal ahora mismo, ojalá Hollande sea capaz de reflotarla”.

Se trata de un libro atípico en la prolífica trayectoria de D ‘Ormesson. Autor por lo general de novelas muy extensas, confiesa que para la ocasión se planteó la escritura de esta breve narración como si fuera un artículo para prensa. “Se me ocurrió escribirla después de leer memorias, periódicos y tratados de la época, porque me hicieron ver las similitudes del Directorio con la terrible situación que atraviesa Europa y que nos lleva a cuestionarnos la validez de su modelo. Sinceramente, creo que está caduco. Yo soy un hombre de derechas pero en muchas cosas pienso como un izquierdista: creo profundamente en la igualdad hombre-mujer, soy católico pero estoy lleno de grandes dudas religiosas y soy un europeísta convencido aunque en estos momentos muy desencantado y un poco asustado. Pero también soy un gran optimista. Viví la Segunda Guerra Mundial y puedo afirmar que ahora no estamos peor que entonces sino mucho mejor: antes las cosas se arreglaban con una guerra y ahora se resuelven de otra manera. Eso significa una valiosa mejoría”.

D’Ormesson se encuentra en estos momentos inmerso en su nueva novela, que contará con un buen número de páginas, como tiene por costumbre, y en la que explorará la salida de este género “porque es lo que toca hacer ahora -añade-. La novela ha de evolucionar, su esquema clásico tiene que dar paso a otras fórmulas más modernas y más acordes con los tiempos en que vivimos”. Confiesa no usar reloj, por no tener no tiene ni fax, ni email, ni ordenador, ni teléfono móvil. Escribe cada mañana, desde las siete en punto hasta la hora de comer, y siempre lo hace a mano, con lápiz y papel. La lectura es una gran compañía para él, aunque sólo puede recurrir a ella cuándo no está escribiendo porque si no se deja contaminar fácilmente. Y sus autores de cabecera, a los que vuelve una y otra vez, son Chateaubriand (“el más grande”), Marguerite Yourcenar (“creadora de una de las prosas más bellas que nunca he leído, por ella aposté como miembro de la Academia Francesa cuándo las mujeres no estaban admitidas, y conseguí convencer al resto de los miembros”), Gustave Flaubert, Louis Aragon y Paul Morand. “Me interesan los autores modernos -afirma-, pero siempre acabo volviendo a los clásicos”.

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