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El insostenible absurdo de Río, por Jagdish Bhagwati

Por Prodavinci | 26 de junio, 2012

Si George Orwell viviera hoy, se sentiría irritado y después escandalizado por el cinismo con el que cada uno de los grupos de presión con dinero para tirar ha hecho suya la expresión “desarrollo sostenible”. En realidad, la Conferencia Río+20 de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible versa sobre los proyectos favoritos de propios y extraños, muchos de ellos tangenciales a las más importantes cuestiones medioambientales, como, por ejemplo, el cambio climático, que fueron el legado principal de la Cumbre de la Tierra original de Río.

Así, la Organización Internacional del Trabajo y los grupos de presión sindicales se las han arreglado para incluir el de “Puestos de trabajo decorosos” entre los siete sectores prioritarios de la Conferencia de Río. A mí me encantaría que todo el mundo y en todas partes tuviera un puesto de trabajo decoroso, pero, ¿qué tiene eso que ver con el medio ambiente o la “sostenibilidad”?

Nadie debería fingir que podemos ofrecer por arte de magia puestos de trabajo decorosos al enorme número de trabajadores empobrecidos, pero con esperanzas, del sector no estructurado. Sólo se pueden crear semejantes puestos de trabajo adoptando políticas económicas apropiadas. De hecho, la tarea en verdad apremiante que afrontan muchas economías en desarrollo es la de aplicar políticas que fomenten las oportunidades económicas acelerando el crecimiento.

El asunto de la semana en Río es la “indización de la sostenibilidad” para las grandes empresas, a modo de responsabilidad social empresarial. Se está comparando semejante indización con las normas contables, pero éstas son “técnicas” y mejoran con la normalización; aquélla no lo es y debe, al contrario, reflejar la diversidad.

Naturalmente, se puede pedir a las grandes empresas que se ajusten a una lista de prohibiciones: no arrojar mercurio a los ríos, no emplear a niños para tareas peligrosas, etcétera, pero lo que practican como “prescripciones” a modo de altruismo depende sin lugar a dudas de lo que consideren virtuoso para dedicarle su dinero.

La idea de que un conjunto de activistas autonombrados, junto con algunos gobiernos y organismos internacionales, puede determinar lo que una gran empresa debe hacer a modo de responsabilidad social empresarial contradice la idea liberal de que debemos pedir que se persiga la virtud, pero no de forma particular. En un momento en el que el mundo está subrayando la importancia de la diversidad y la tolerancia, es una desfachatez proponer que las grandes empresas normalicen su idea de cómo desean fomentar el bien en el mundo.

Incluso cuando en el programa de Río+20 figura algo más propiamente “medioambiental” –por ejemplo, el abastecimiento de agua–, predominan las trivalidades. Así, ahora se va a consagrar como un “derecho” la disponibilidad de agua potable. Tradicionalmente, en las convenciones sobre los derechos humanos hemos distinguido los derechos civiles y políticos (vinculantes), como, por ejemplo, el derecho a habeas corpus, de los derechos económicos (desiderativos), porque estos últimos requieren recursos. Desdibujar esa distinción –con lo que se pasa por alto el problema de la escasez– no es una solución.

Al fin y al cabo, se puede interpretar la “disponibilidad” conforme a muchos criterios y, por tanto, con infinidad de formas: ¿cuánta agua? ¿A qué distancia de los diferentes hogares (o con tubería hasta cada una de las casas)? ¿Con qué costo? Esas decisiones tienen consecuencias diferentes para la disponibilidad de agua y deben competir, en cualquier caso, con otros “derechos” y usos de los recursos.

Así, pues, no se puede considerar, a fin de cuentas, la disponibilidad de agua propiamente un “derecho”. Es más bien una “prioridad” y los países diferirán inevitablemente unos de otros en el orden con el que la apliquen.

Si bien ésos son “pecados por comisión”, los “pecados por omisión” en Río+20 son aún más flagrantes. Para tratarse de una conferencia que debe abordar la “sostenibilidad”, hay motivos para lamentar la falta de esfuerzos heroicos para acordar un tratado que suceda al Acuerdo de Kyoto. Si las hipótesis cataclísmicas que entraña la desatención del cambio climático son válidas –y los cálculos extremos, podrían resultar, conviene decirlo, políticamente contraproducentes, al parecer inverosímiles o, peor aún, al producir un “efecto Nerón” (si arde Roma, festejémoslo)–, se debe considerar que la falta de medidas en Río+20 es un fracaso histórico.

Pero una omisión equivalente es la debida a la insostenibilidad política cada vez mayor de nuestras sociedades, no por los problemas financieros inmediatos, como los que afligen a Europa y amenazan al mundo, sino porque los medios de comunicación modernos han vuelto visibles para todos las disparidades en las fortunas de los ricos y de los pobres. Se debe instar a los ricos a que no hagan ostentación de su riqueza: el despilfarro entre mucha pobreza provoca ira.

Entretanto, los pobres necesitan posibilidades de aumentar sus ingresos, que sólo pueden llegar mediante el acceso a la educación y las oportunidades económicas, tanto en los países pobres como en los ricos.

“Menos exceso y más acceso”: sólo unas políticas basadas en ese credo garantizarán la viabilidad de nuestras sociedades y el logro de una “sostenibilidad” auténtica.

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Project Syndicate

Prodavinci 

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