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Aclaremos la austeridad, por Michael Spence

Por Prodavinci | 25 de junio, 2012

Recientemente he tenido el privilegio de ser orador en la principal conferencia anual del Consejo Económico Alemán, la sección económica y de negocios de la Unión Demócrata Cristiana, el partido gobernante. La canciller Angela Merkel y el Ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble también estaban entre los oradores. Fue un evento interesante –y, algo más importante aún, esperanzador.

Pareció claro que Alemania (o al menos este gran conjunto formado por gobernantes, empresas y líderes sindicales) sigue comprometida con el euro y una mayor integración europea, y reconoce que para superar la actual crisis en la región, los costos deberán distribuirse al nivel europeo. Las reformas en Italia y España se perciben correctamente como fundamentales, y parece haber una profunda comprensión (basada en la propia experiencia alemana en la década y media posterior a la reunificación) del largo tiempo necesario para restaurar la competitividad, el empleo y el crecimiento.

Las opciones de Grecia no son buenas, pero se debe controlar el grave riesgo de contagio para evitar el descarrilamiento de las reformas fiscales y orientadas al crecimiento en Italia y España. Ante el elevado riesgo sistémico, el capital privado está abandonando los bancos y los mercados de deuda soberana, elevando los costos de endeudamiento de los gobiernos y reduciendo la capitalización de los bancos. Esto, a su vez, amenaza el funcionamiento del sistema financiero y la eficacia de los programas de reforma.

Por lo tanto, las instituciones centrales de la Unión Europea, junto con el Fondo Monetario Internacional, tienen un papel importante que desempeñar en la estabilización y la transición al crecimiento sostenible. Sus esfuerzos son necesarios para eliminar la brecha generada por el éxodo de capital privado, permitiendo así que se completen los programas de reforma y comiencen a surtir efecto. El rol del FMI refleja la enormidad de lo que está en juego para el resto del mundo –tanto los países desarrollados como aquellos en desarrollo– con la recuperación europea: es una inversión de alto rendimiento.

Me parece que los políticos y líderes empresariales alemanes entienden bien todo esto. Por otra parte, este tipo de apoyo es, y debe ser, condicional al grado de implementación de las reformas en Italia y España, la tercera y cuarta mayores economías de la zona del euro, respectivamente. La liberalización de los mercados de trabajo para aumentar la competitividad y el crecimiento es fundamental –y aún debe ser implementada.

Ganar tiempo para que la reforma funcione exige la socialización del riesgo de corto plazo. No hay otra forma de mantener el rendimiento de los bonos bajo control y los bancos en funcionamiento, y no hay garantías absolutas sobre la aprobación de los programas de reforma necesarios para lograr los objetivos.

Los eurobonos, viables en un plazo mayor, resultan entonces prematuros, porque implican un relajamiento de la condicionalidad, debilitando así los incentivos a la implementación de las reformas. Pero si todo funciona, compartir el riesgo ahora no resultará caro en el largo plazo. Incluso puede generar rendimientos positivos.

¿Qué hay entonces del tan discutido conflicto entre austeridad y crecimiento? Creo que se basa en un problema de comprensión bastante importante. Para los alemanes, la austeridad, que toma la forma restricciones sostenidas sobre los salarios e ingresos, fue una parte importante de las reformas orientadas al crecimiento que completó su país en 2006. Se dedicó mucho tiempo y esfuerzo a garantizar que el considerable costo de recuperar la flexibilidad, productividad y competitividad fuese equitativamente distribuido entre la población.

Pero, cuando se recibe el mensaje en el sur de Europa (y del otro lado del Atlántico), la «austeridad» se entiende en gran medida en términos fiscales –como un ataque a los déficits excesivamente rápido y potencialmente nocivo para el crecimiento, en términos de la velocidad de la economía para lograr ajustes estructurales y eliminar la brecha en la demanda agregada. En otras palabras, la austeridad severa se ve en gran medida a través de una lente keynesiana.

Encontrar el equilibrio correcto entre una reducción del déficit excesivamente rápida y una peligrosamente lenta es importante, y no tan fácil. Pero ese es solo uno de los componentes necesarios para reequilibrar. El crecimiento es fundamental para reducir los indicadores de deuda pública respecto del PBI, y por lo tanto una parte clave de la estabilización fiscal. Y es cierto que los beneficios de la reducción del déficit, si llegan demasiado rápidamente, serán sobrecompensados por el efecto negativo sobre el crecimiento.

Al mismo tiempo, para reiniciar el crecimiento de una economía y del empleo, son necesarias otras medidas, que varían en cierto grado entre países, debido a las diferencias en las condiciones iniciales. Pero generalmente incluyen la remoción de rigideces y otras barreras a la competencia en los mercados de trabajo, bienes y servicios; la inversión en habilidades, capital humano, y la base tecnológica de la economía; y la reconstrucción de redes de seguridad en formas que fomenten y apoyen, en vez de impedir, los ajustes estructurales.

Esas reformas requieren el sacrificio de ciertos tipos de protección, así como del crecimiento del ingreso y el consumo. Los beneficios toman la forma de patrones de crecimiento y empleo sostenibles en el futuro. La disciplina y la austeridad implican entonces elecciones intertemporales e intergeneracionales sobre el precio que se debe pagar ahora –y sobre cuán equitativamente se debe distribuir ese costo– para lograr más oportunidades económicas y estabilidad social en el futuro.

Después de todo, restaurar la estabilidad y el crecimiento solo tiene que ver en parte con revivir la demanda agregada en el corto plazo. También está relacionado con las reformas estructurales y el reequilibrio, que implican costos. Lograr un patrón de crecimiento sostenible requiere decisiones que no solo afectan al nivel de demanda agregada, sino también su composición –por ejemplo, inversión versus consumo.

Llamar a esto austeridad, u otra cosa, es una cuestión semántica. Pero la confusión existente no tiene nada de inofensiva. Por el contrario, se ha convertido en un gran impedimento para alcanzar una comprensión común de los desafíos actuales y, por lo tanto, para lograr un amplio consenso sobre el camino correcto a seguir para enfrentarlos –uno con responsabilidades bien definidas y diferenciadas.

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Michael Spence es Premio Nobel de Economía

Project Syndicate

 

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