Ciencia y tecnología

Un filósofo debate sobre la conveniencia de continuar alargando la expectativa de vida

Por Prodavinci | 30 de mayo, 2012

“Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!”. Así dijo Rubén Darío para reflejar su angustia frente a la inevitabilidad de la vejez y la muerte. Ha pasado bastante tiempo desde la muerte del poeta nicaragüense y la tecnología ha concedido a la humanidad mayor tiempo de posesión de tan preciada riqueza.

Pero existen varios expertos que debaten acerca de las consecuencias éticas, psicológicas y económicas de un aumento desproporcionado de la esperanza de vida y del tiempo de juventud. Robert Foddy, filósofo de la universidad de Oxford, ha escrito largamente sobre el tema y comparte su perspectiva con Ross Andersen de The Atlantic.

Las nuevas tecnologías son siempre recibidas con extrañeza y miedo por los consumidores; los medicamentos que mantienen la vitalidad y juventud no son una excepción a la regla. Sin embargo, Foddy hace notar los enormes avances que se han logrado, especialmente en los últimos cien años, para aumentar nuestra esperanza de vida: desde vacunas o esterilización quirúrgica, por la parte médica, así como la potabilización del agua y la pasteurización de alimentos. Por lo tanto, el filósofo considera que no debemos sentir temor ante el desarrollo de estas nuevas medicinas; por el contrario, debemos sentir que estamos frente a una nueva etapa con nuevas y únicas posibilidades de mantener la juventud.

Todas las especies animales envejecen de maneras distintas, afirma el pensador de Oxford. La langosta americana, por ejemplo, vive en promedio lo mismo que un ser humano normal pero sus células se degradan mucho menos y su cuerpo no se debilita tanto. Esta condición, sin embargo, va de la mano con la mínima actividad física que realiza el crustáceo, que le permite emplear toda su energía en el mantenimiento de su “juventud celular”. Lo contrario sucede en los humanos, que necesitan de muchas calorías para moverse y mantener su dinámico equilibrio interno. Foddy recalca que esas son diferencias que surgen a partir del proceso evolutivo pero recuerda que los resultados podrían haber sido distintos.

Otra cosa que la gente no toma en cuenta es que los humanos normalmente comienzan a envejecer luego de que se vuelven incapaces de reproducirse, es decir, cuando alcanzan la menopausia. Esto hace que la selección natural sea mucho menos “selectiva” a la hora de administrar el material genético que determina cómo envejecemos, explica Foddy. Por lo tanto, considera que no son siempre beneficiosos los resultados de la evolución; al pasar el tiempo, tendremos buenos y malos genes, y el balance no será necesariamente positivo.

Con este argumento, el autor debate las opiniones de algunos científicos que alegan que el proceso de envejecimiento debe ser bueno por el hecho de que la evolución ha llevado al humano hasta aquí, y por lo tanto, no se debe hacer nada para impedirlo. Sin embargo, considera que la forma actual con la que se busca alargar la vida es incorrecta. Uno de los principales problemas económicos del primer mundo es que se gasta demasiado dinero en el cuidado de la gente de la tercera edad. La idea no es pasar cuarenta años de tu vida siendo un viejo decrépito.

Otros autores defienden la vejez, argumentando que prepara a los seres queridos para la muerte de un pariente o amigo, así como a la persona que envejece. Para Foddy siempre será doloroso perder un familiar pero prefiere pasar todo el tiempo de calidad que pueda con esa persona por encima de tener que verla perder su vitalidad y su salud mental. Además, considera que no tiene nada de malo acostumbrarse a la idea de ponerse viejo si uno no puede hacer nada al respecto; pero, hoy en día, ese no es el caso.

Para el filósofo, los cambios en la percepción de la gente sobre el aumento del tiempo que se permanece joven, no serán para nada dramáticos. Constantemente se van realizando pequeños descubrimientos que alargan nuestra vida y protegen nuestra salud; las medicinas para la quimioterapia, que cambian casi anualmente por otras más efectivas, son un ejemplo de ese lento crecimiento. Es absurdo pensar que hay que vivir hasta los 80 años si se puede vivir hasta los 120, más todavía si hace un siglo, apenas alcanzábamos los 40, reflexiona Foddy. “Algún día, en el futuro, miraremos hacia atrás y pensaremos que eso de envejecer era de lo más primitivo”.

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Andrés Feo/Prodavinci

Prodavinci 

Comentarios (1)

Rebecca
15 de junio, 2012

(:

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