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La barrera cultural hispana, por Santiago Gamboa

Hace poco, en una tertulia en el Instituto Cervantes de Roma, se volvió a debatir la idea de la lengua española y su crecimiento en el mundo, lo que podía interpretarse como un avance para la cultura hispana, siendo la única, hoy por hoy, en condiciones de enfrentar la avasalladora supremacía del inglés. Esta fue la tesis de partida, pero pronto comenzaron los matices.

Que crezca el número de personas que quieren hablar español como segunda o tercera lengua, ¿es realmente un síntoma de avance de la cultura en español? Es curioso. No hay duda de que quien conoce un idioma tarde o temprano podrá acabar leyendo un libro, viendo una película o interesándose por otros fenómenos culturales ligados a esa lengua. Pero es evidente que la cultura, a la hora de aprender un idioma o de elegirlo para los hijos, es un motivo que pierde fuerza, al menos la cultura entendida en términos ilustrados (la búsqueda de la excelencia). En su lugar hoy predominan motivos de otro tipo: las posibilidades comerciales, la extensión geográfica o demográfica, o incluso esa forma moderna de “cultura ligera” que es el entretenimiento (las antiguas secciones Cultura de los periódicos hoy se llaman Entretenimiento).

Pero si la vemos frente al inglés, la desproporción sigue siendo enorme. Incluso en las propias filas hispanas. El escritor peruano Fernando Iwasaki contó que en una reciente encuesta del diario español ABC entre 25 escritores (23 españoles y 2 latinoamericanos residentes en Barcelona), a quienes se les pidió citar 5 libros importantes del siglo XXI, sólo hubo 14 votos (de 125 posibles) para libros en español: 6 para Vargas Llosa, 6 para Bolaño, 1 para Vila-Matas y 1 para Javier Marías. Los restantes 111 fueron para autores ingleses, norteamericanos, sudafricanos, australianos o irlandeses.

Cabe preguntarse qué resultado arrojaría una encuesta similar entre 25 escritores ingleses o norteamericanos. Dudo que se mencione a algún autor de lengua española (puede que a Bolaño), pues a la mayoría la literatura en español le es completamente indiferente. En una ocasión Laura Restrepo le preguntó en público a varios autores ingleses qué conocían de literatura española. Estos se miraron algo turbados y, al final, respondieron todos lo mismo: García Márquez, Borges. Y hace poco, en Cartagena, Jonathan Franzen deambulaba por el hotel con su traductor, siempre solo y como protegido por un láser antipersona, sin el menor interés por saber quiénes eran o qué hacían esos extraños autores en lengua española que evolucionaban de aquí para allá en el decorado caribeño (del que, tal vez para él, formaban parte).

En Colombia, donde todos siguen las series de televisión de EE.UU., y, sobre todo, donde hablar inglés significa mucho más que saber otro idioma y se convierte en algo así como un sello de clase, una transfusión de sangre azul, los resultados serían muy parecidos a los de España. Lo que nos lleva a la conclusión de que, si bien hay algunos millones de chinos que ya pueden decir con fluidez “Yo me llamo Li”, y otros tantos indios o incluso ingleses rompiéndose la cabeza con la diferencia entre “ser” y “estar”, la verdad es que la cultura en lengua española avanza poco y debe renovar su prestigio, propagarse y promocionarse sobre todo al interior de sí misma.