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Fuera de contexto, por Mirtha Rivero

Amanezco pensando en la columna que debo escribir. Hoy es día de entrega y aún no se me ocurre nada. Buscando tema, reviso en mi celular las noticias de Venezuela mientras se hace el café. Hago una lectura rápida. El panorama es muy parecido al de otros días: hay un fuerte retraso en una línea del Metro; las muertes violentas de los últimos dos días en la ciudad capital se acercan a cuarenta y los rumores sobre la salud presidencial continúan tiñendo el escenario. Veo que entre enero y febrero autorizaron más de tres mil millones de dólares para importaciones, y un tercio de esa plata fue para comprar alimentos. Me pregunto en dónde se encontrará esa comida importada porque los supermercados siguen vacíos. Leo también que en Caracas el día empezó nublado y que para la tarde se esperan lluvias aisladas y una temperatura de treinta grados. Imagino entonces el calor pegajoso y el tráfico de las cinco y media. Imagino también los robos que puedan sobrevenir en cualquier tranca.

Salgo a caminar. Hace fresco, da gusto bajar la cuesta “enchufada” a mi musiquito. El cielo está despejado, los árboles muestran brotes recién nacidos y, en el parque, los perros tironean a sus amos. Descubro un clip en la acera y me agacho a recogerlo. Es una costumbre –una manía- que adquirí a principios de la década de los ochenta cuando los sandinistas, después de acabar con la dictadura de Somoza, andaban por el mundo pidiendo para los niños y las escuelas nicaragüenses. En ese tiempo se hacían colectas públicas, y yo fui una de las que se acercó al centro de recolección que había en la Parroquia de la UCV. Con mi hija, todavía pequeña, llevé cuadernos, blocs de dibujo, dos estuches de creyones, cuatro de lápices y varias cajas de clips. “No saben cuánta falta hace algo tan pequeño como un clip”, recuerdo que dijo una comandante que entrevistaron en televisión. Desde entonces, no puedo evitarlo, cada vez que veo un clip tirado en la calle, lo rescato y me acuerdo de las escuelas nicaragüenses, que creo siguen necesitadas aunque ahora ningún sandinista ande haciendo colectas de clips. A lo mejor con la ayuda del gobierno venezolano ya pueden comprarlos.

Jugando con el clip entre mis dedos, continúo mi caminata. Pegada a mis audífonos voy oyendo a Marc Anthony, Rubén Blades, Sergio Pérez… Es la sección de música caribeña. Ahorita me gustaría oír a Carlos Vives. Sería rico ejercitarse oyendo Pa’Mayté.

Tal vez por asociación, del cantante colombiano paso a pensar en el escritor Héctor Abad Faciolince y –vaya a saber por qué razón- en algo que leí no sé si en El olvido que seremos o en Traiciones de la memoria: “Estoy aquí tan solo porque fui testigo de una vida buena y porque  quiero dejar testimonio de mi dolor y de mi rabia por la forma en que nos arrancaron esa vida. Un dolor sin atenuantes y una rabia sin expectativas.” Me impresionaron mucho esas líneas que hoy –fuera de contexto- recuerdo de memoria.

El sonido de una charrasca y unos violines me sacan de mis pensamientos. Es un son de Sergio Pérez. Me dejo llevar por el ritmo. La canto bajito y –también fuera de contexto- se me queda pegada la estrofa final: “…y en las calles y en los barrios ya se siente el vacilón/ todo el mundo está cambiando/ y bailando un nuevo son/… ¡Camina!”

Suelto un suspiro y me digo: ¡Uff!… Quisiera creer…